En el sombrío cuadro de la historia del pueblo de Israel en el tiempo de los Jueces —comparable, en más de un sentido, con la historia de la cristiandad de hoy— se destacan algunos puntos luminosos que corresponden a despertares. El tiempo de los primeros años de Gedeón es uno de esos momentos felices en los que un conjunto de testigos despierta, realizando de antemano la exhortación de Efesios 5:14: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”.
1. Un pueblo bajo la disciplina (Jueces 6:1-10)
Lo que caracteriza, en efecto, el tiempo de los Jueces en su conjunto es, sin duda, el abandono de las relaciones de comunión con Dios, un estado de somnolencia espiritual semejante a la muerte. De él resultaba el espíritu de independencia caracterizado por la expresión: “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (17:6; 21:25). Se habían establecido alianzas con los cananeos, despreciándose así la Palabra de Dios: “Con tal que vosotros no hagáis pacto con los moradores de esta tierra, cuyos altares habéis de derribar” (2:2). Pero, muy lejos de derribar esos fundamentos de un culto idólatra, leemos que “tomaron de sus hijas por mujeres, y dieron sus hijas a los hijos de ellos, y sirvieron a sus dioses” (3:6). El mal es consumado, puesto que aquellos que deben dar el ejemplo de separación para Dios se unen con el mundo por medio del matrimonio, favoreciendo incluso tales uniones para sus hijos y volviéndose hacia los ídolos para adorarlos.
La cristiandad de hoy manifiesta los mismos caracteres: letargo espiritual, espíritu de independencia, compromiso con el mundo, idolatría. Pero Dios, ayer como hoy, no quiere dejar en ese letargo espiritual a los suyos ni puede privarse de testimonio. Para despertar, comienza por disciplinar (6:1-6) y, cuando su pueblo siente su miseria y clama por la liberación, Él le habla al corazón y a la conciencia (v. 7-10). Cristianos: ¿Estamos alertos en cuanto a la situación actual del pueblo de Dios? El mundo gana terreno constantemente en las familias y en la Iglesia. Quiera Dios, por su disciplina, hacernos sentir nuestra miseria. ¡Cuántos compromisos con el mundo! Se pretende no hacer política, pero se sostienen opiniones al respecto. Tenemos a Cristo como objeto de nuestra vida, pero dejamos que otros objetos tomen su lugar. Hemos comprendido que no se puede estar unido en yugo desigual con los incrédulos (2 Corintios 6:14), y poco a poco nos dejamos arrastrar a vínculos y concesiones en el plano social, profesional o familiar. Nos encontramos entonces ante problemas aparentemente insolubles; insolubles para el hombre, pero en absoluto para Dios. Nuestra vida espiritual se ve afectada y nos sentimos muy empobrecidos.
Clamemos a Él (v. 6) y humillémonos bajo su poderosa mano (1 Pedro 5:6). Él nos disciplina como un Padre que nos ama. Él responderá. Perseveremos en la oración (Romanos 12:12; Colosenses 4:2). No despreciemos la voz profética (v. 8), las exhortaciones de la Palabra, las advertencias que el Señor nos hace por medio de tal o cual hermano o hermana. Podríamos endurecernos y descalificarnos como testigos. Podríamos arrastrar a otros, y en particular a nuestra familia. ¡Qué pérdida sería y qué deshonra para el Señor!
2. Un testigo ejercitado (Jueces 6:11-32)
Gedeón —a quien el Señor se va a manifestar— es figura de un creyente que desea “guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1:27) y que no se deja dominar por las dificultades y el mal que le rodean. Él “estaba sacudiendo el trigo en el lagar, para esconderlo de los madianitas” (v. 11). Actuaba con fe, en la casa de su padre, en la esfera de actividad que hasta entonces era la suya. Lo hacía con sabiduría, utilizando el lagar, al abrigo de miradas enemigas en lugar de hacerlo al aire libre. Pensaba en el alimento de su familia y tomaba precauciones para que el enemigo no se apoderara de él, siendo así figura de un cristiano que ama a los suyos y protege la Palabra de Dios (el trigo) en el seno del hogar. ¿Tenemos la misma preocupación, queridos amigos, colocando al Señor y su Palabra en el centro de nuestra vida familiar? ¿Nos alimentamos de ella cada día, solos y con nuestros hijos y allegados? ¿O dejamos que Satanás y el mundo nos arrebaten la Palabra (Mateo 13:19) y que el mundo penetre en nuestras casas, ya sea en persona, en palabra o en imagen?
Gedeón aparece unido al Señor y al pueblo de Dios (v. 13) —lo que, normalmente, va siempre a la par— realizando así la unidad en un día de ruina, identificándose con sus hermanos que están bajo la disciplina proveniente de la mano de Dios. Sin embargo, no parece dejarse influir por la idolatría que le rodeaba por todos lados, hasta en la casa de su padre. El altar de Baal era de su padre, no de él (v. 25) y Jehová era su Dios (v. 26), lo que permite pensar que Gedeón había sabido guardarse puro y fiel. ¡Ojalá que ello sea un aliento para todos los jóvenes que tienen ese deseo por amor al Señor!
Él era pequeño a sus propios ojos (v. 15), lo que lo hacía apropiado para ser un instrumento en manos de Aquel que dijo: “Mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). “Ve con esta tu fuerza” es, pues, la orden divina para él y para todos los testigos de Dios en un tiempo de ruina, con la Presencia más tranquilizadora de todas: “yo estaré contigo” (v. 16).
Antes de poder disponerse para el combate, Gedeón recibió la certeza interior de haber sido llamado para el servicio de Dios. Jehová acepta el muy imperfecto sacrificio que le ofrece sobre la roca, como testimonio de consagración y de comunión, con poco conocimiento pero de todo corazón (v. 21). Al Señor le agrada afirmar así los corazones y dar a un alma aún dudosa una señal secreta de su aprobación. Ello es igual hoy en día, pues, como ayer, Dios reclama siervos realmente empeñados en el servicio y la lucha.
Luego, Gedeón construye su altar para adorar a aquel a quien ahora conoce como “Jehová-salom” (Jehová de Paz — v. 24). No pone el servicio antes de la adoración, sino al contrario. Este altar es también el nuestro “hasta hoy” (v. 24), el altar de la alabanza y de la adoración. Es de desear que sepamos darle la prioridad en nuestra vida cristiana.
Finalmente, Gedeón es llamado a dar, con peligro para su vida, un testimonio público de la necesidad de separarse del mal y de rechazar los ídolos, pues debe derribar el altar de Baal, cortar la Ashera que está junto al mismo y construir el altar del testimonio sobre la cumbre del peñasco (v. 26). Como se ha dicho, «derribar los ídolos es el secreto del poder; el Espíritu de Dios no reviste a Gedeón hasta que éste hubo cumplido ese acto».
Seamos de aquellos que se mantienen separados del mal y que, sintiendo por sí mismos la trampa de la idolatría, testimonian que todo objeto que en la vida del creyente toma el lugar de Cristo es un ídolo que debe ser cortado. Y, separados de la iniquidad, testifiquemos en torno a la Mesa del Señor que nuestro Dios es santo y que aquellos que le adoran deben serlo también (2 Corintios 6:16-18).
3. Testigos despertados (Jueces 6:33; 7:14)
Madián, Amalec y los hijos de Oriente (en los cuales podemos ver el mundo, Satanás y sus ángeles) no tardan en manifestarse: “No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados… de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). El combate es inminente. ¡Gedeón dispone de la potencia del Espíritu, sin la cual sería totalmente incapaz de vencer a semejantes enemigos! (v. 34). Es lo mismo para nosotros. ¿Somos conscientes de ello? “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25).
Pero, así como más tarde en tiempos de Elías, Dios se reserva otros testigos en Israel (1 Reyes 19:18). Salvo que ellos van a manifestarse en la medida en que la energía de Gedeón es comunicativa. Gedeón es despertado en primer término y otros lo son por su ejemplo y su testimonio viviente. Él no duda en adelantarse y en hacer resonar el sonido de la trompeta, la voz poderosa de la Palabra de Dios que va a reunir a los combatientes (v. 34-35).
Cristianos: no seamos tímidos cuando se trata de dar el ejemplo. Contemos más con la gracia de Dios y el poder del Espíritu. Adhierámonos resueltamente a la Palabra de Dios y recordemos sin cansamos que la fuerza del pueblo de Dios reside en su reunión en torno a Cristo y en su unidad práctica, guardando “la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3).
Pero una prueba es aún necesaria, pues Dios quiere combatientes que no sólo sean valientes (v. 3) sino que también acepten renunciar a si mismos para seguir a Cristo (Mateo 16:24; Lucas 9:23); y los trescientos hombres que se refrescan de prisa lamiendo el agua demuestran con ello que no se embarazarán en los negocios de esta vida (2 Timoteo 2:4).
Para ellos, el combate de la fe es prioritario. No obstante haberse detenido para refrescarse con el agua de la fuente de Harod, su marcha no se demora. Ellos nos comprometen, en su seguimiento, a no tomar de las cosas buenas y legítimas de la vida más que lo necesario para sustentar nuestras fuerzas en el camino.
Así seremos capaces de tomar en nuestras manos los víveres del pueblo (v. 8), la Palabra de Dios, a fin de que nuestras almas se nutran del alimento sólido que “es para los que han alcanzado madurez” (Hebreos 5:14).
Seremos también capaces de tomar las trompetas del pueblo, las que podrán sonar al unísono en el momento del combate (v. 8 y 18), estando “firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio” (Filipenses 1:27).
Y seremos guardados de dos trampas que nos acechan: la unión sin discernimiento, aceptando compromisos para el servicio y el culto divino, y el espíritu de superioridad que nos incita a permanecer solos al considerar las imperfecciones de nuestros hermanos o de las iglesias en lugar de mirar a Cristo y de cuidar los unos de los otros con amor (léase Juan 13:1 y 12-17).
De una manera práctica, queridos hermanos y hermanas, encontrarnos todos juntos en la reunión de oración ¿no es tomar las trompetas del pueblo con miras al combate? Es precisamente allí donde se preparan las más bellas victorias, pues nuestro Dios es honrado por nuestra confianza y nuestra comunión. ¿Por qué las reuniones de oración son a menudo dejadas de lado mientras que el enemigo redobla sus esfuerzos? Allí reside la causa de la debilidad de tantas iglesias. Pongámonos en guardia; ¡ya es tiempo de que nos recuperemos!
4. El precio de la victoria (Jueces 7:15-22)
Gedeón va a la cabeza, jefe y modelo a la vez para los combatientes; los trescientos hombres estrechamente solidarios obedecen sus órdenes; las trompetas y las antorchas van a constituirse en las armas de la victoria.
Gedeón representa aquí a Uno más grande que él: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” dice la epístola a los Hebreos (12:2). Aquí tenemos: “Miradme a mí, y haced como hago yo” (v. 17). El apóstol podía decir: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11: 1). Sí, miremos al Señor y sabremos cómo actuar en el combate de la fe.
Los trescientos hombres no van al combate en forma dispersa. Divididos en tres cuerpos (v. 16), permanecen estrechamente unidos entre ellos y con su jefe, y en ello son modelo para nosotros. “Y se estuvieron firmes cada uno en su puesto en derredor del campamento” (v. 21). De igual modo, las iglesias locales son solidarias alrededor de Cristo. Y en cada iglesia, cada uno tiene su propio lugar. ¡Es bueno que podamos buscarlo con fe y permanecer en él!
Cada combatiente está perfectamente armado por el propio Gedeón: “Dio a todos ellos trompetas en sus manos, y cántaros vacíos con teas ardiendo dentro de los cántaros” (Jueces 7:16).
Extraño ejército, en verdad, para un ojo no ejercitado. Nada de espadas blandidas, pero sí trompetas que proclamaban la liberación prometida por Dios (Números 10:9). Esas trompetas representan la Palabra de Dios testimoniada por boca de cada creyente, según está dicho: “Creí, por lo cual hablé” (2 Corintios 4:13).
Los cántaros vacíos son corazones vacíos de uno mismo, únicos capaces de recibir los rayos de la luz divina que brillan en la faz de Cristo (2 Corintios 3:18; 4:6). Así como los cántaros fueron pronto rotos, las vasijas que nosotros somos no pueden dejar que la luz alumbre si no son quebrantadas. El Señor se encargará de expandir su luz por medio de vasijas quebrantadas por la prueba (2 Corintios 4:7-9).
Las antorchas que de pronto brillan en la noche son figura de la luz divina como testimonio en la vida del creyente. Esta manifestación de las perfecciones divinas en un hombre es lo que caracterizó la vida de Jesús en la tierra. A su turno, los creyentes, “luz en el Señor” (Efesios 5:8) son llamados a reproducir los caracteres de Aquel que podía decir: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12). Este testimonio de la vida del creyente forma un todo con el testimonio de la Palabra; cuando éste falta, nuestro testimonio no es completo: “Tomaron en la mano izquierda las teas, y en la derecha las trompetas” (Jueces 7:20) ¿Se habría logrado la victoria si los vasos no hubiesen sido rotos y las antorchas mantenidas en alto?
Dejémonos formar por la prueba. Dios permite el sufrimiento para perfeccionarnos, pues a través de él la muerte de Jesús obra en nosotros. Sólo así la vida de Jesús será manifestada en nuestra carne mortal (2 Corintios 4:10-11).
Pero, también, ¡qué victoria! Un enemigo totalmente disperso que huyó como un ave nocturna ante el nuevo día. Una victoria aun más destacable que ella es obtenida sin haber penetrado en el campamento enemigo, el que es cercado por este ejército de testigos: “cada uno en su puesto en derredor del campamento”.
Meditemos, para terminar, en la gran lección que nos ofrecen los compañeros de Gedeón. Aquellos que, por gracia, desean responder aún hoy en día, con espíritu filadelfiano, al llamado de la trompeta, deben estar en guardia. Si no se dejan purificar por medio de la prueba; si no dejan que —como lo hizo Pablo— la muerte de Jesús opere en ellos un verdadero quebranto, corren el riesgo de perder hoy la calidad de testigos, y mañana su corona, la de un verdadero testimonio en un tiempo de ruina. Tomar parte en un testimonio de tipo filadelfiano no es una garantía en sí mismo. Es preciso aún manifestar los caracteres de Filadelfia y dejarse sondear y quebrantar constantemente por el Señor. Este trabajo debe ser a la vez individual y colectivo. Sólo a tal precio podremos llevar el carácter de un remanente que el Señor pueda aprobar y coronar con la corona del vencedor (Apocalipsis 3:11-12).