Así estaban Gedeón y los trescientos hombres que traía consigo, después de que Dios les concediera la victoria sobre Madián.
¿Pero, de dónde procedía esta energía? Es porque no tenían el corazón dividido. Sólo tenían que beber agua llevándola con su mano a la boca, no haciendo caso de su comodidad ni buscando un lugar tranquilo para beber. Desapegados de las cosas de esta tierra, sólo tenían un propósito: “agradar a aquel que les tomó por soldados” (2 Timoteo 2:4).
Por otra parte, los cántaros tenían que ser rotos, figura de la mortificación y del olvido de la carne, para hacer alumbrar la luz de la vida divina.
Fue Dios quien les dio la victoria, “y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4). Gedeón tenía la certeza (poseía la fe) de que Dios le daría la victoria completa al perseguir a Zeba y Zalmuna, reyes de Madián (Jueces 8:5).
Uno puede llegar a desanimarse como Elías, quien dijo: “Basta ya, oh Dios, quítame la vida,… y echándose debajo del enebro, se quedó dormido” (1 Reyes 19:4-5). Después, el ángel se le vuelve a aparecer para decirle que se levante y coma, para así poder ir hasta Horeb, la montaña de Dios (v. 8). Es necesario que el ángel le toque por dos veces, ¡qué condescendencia, o mejor dicho, qué gracia tan maravillosa de parte de Dios!
“Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías 40:29). El secreto es esperar en (a) Dios. “Los que esperan al Señor, tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (v. 31). El apóstol Pablo hizo la experiencia de todo esto al contar con tal gracia: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).
Pablo dijo a su hijo espiritual Timoteo: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1). ¡Qué recursos tan maravillosos nos ofrece el Señor para poder sobrellevar las diferentes pruebas que él permite!
“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” (Judas 24 y 25).
Si bien existen cosas a las que hay que perseguir, hay dos de las que debemos huir. “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Timoteo 2:22). También somos llamados a huir de las cosas que nos invaden de parte del mundo y perseguir las que vienen de Dios.