Una señora tenía necesidad de un cochero. Se presentaron tres candidatos y, en contestación a diversas preguntas que les hizo, uno de ellos le dijo:
— Señora, usted no puede encontrar mejor cochero que yo.
— Entonces, dígame a qué distancia de un precipicio podría hacer pasar mi coche sin que ocurriera un accidente.
— A un metro, señora, y no habría peligro alguno para usted.
— Bueno; usted no es el hombre que me conviene.
El segundo cochero, que había oído este diálogo y a quien hizo la misma pregunta, contestó:
— Señora, le aseguro que podría hacer pasar la rueda de su coche a algunos centímetros del precipicio, sin que hubiera nada que temer.
— Entonces, tampoco es usted el cochero que me conviene. Finalmente, el tercero se presentó:
— ¿Sabe usted conducir?
— Sí, señora, y hasta hoy no me ha ocurrido accidente alguno.
— Bien, pero ¿a qué distancia de un precipicio podría hacer pasar mi coche sin que ocurriera ningún accidente?
— Señora, nunca he intentado semejante cosa; siempre me alejo del peligro cuanto puedo.
— Bien, es usted mi cochero —dijo la señora.
No busquemos hasta qué punto o límite podemos aproximarnos al mal; huyamos de él cuanto podamos. Huyendo del mal es como podemos vencerlo.
“Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad;
afirma mi corazón para que tema tu nombre.”
(Salmo 86:11)