“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”
(Lucas 11:13)
No hay que olvidar que, cuando el Señor pronunció tales palabras, aún no había sido glorificado, ni el Espíritu Santo había venido todavía (Juan 7:37-39). En la época actual, la fe individual puede apropiarse lo dicho en Gálatas 4:6: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” Dios conoce el verdadero estado de cada uno, quiere la realidad, y quiere también que nos acostumbremos a pedirle todas cosas libremente, dirigiéndonos a él como Padre.
El cristianismo está caracterizado por la presencia del Espíritu Santo en la tierra. Habita en cada creyente (1 Corintios 6:19) y en la Iglesia (Efesios 2:22). Éste fue dado en respuesta a la oración del Señor (Juan 14:16), oración a la cual los apóstoles se asociaban sin duda después de Su ascensión (Hechos 1:14). Pedir ahora que el Espíritu Santo sea enviado como al principio, no sería más que incredulidad.