Lot

Génesis 12 – Génesis 19

— ¿Cómo podemos decir: “No nos metas en tentación” y luego radicarnos en Sodoma?

Así hablaba, hace más de un siglo, un siervo de Dios. Decía además: «Todas las riquezas y los honores de este mundo no son nada comparados con una hora de verdadera comunión con el Señor». Quiera Dios que nuestros oídos presten atención a ese lenguaje. Nunca fue tan actual.

Lot era un “justo” (2 Pedro 2:7-9), un creyente. Su conciencia sólo podía reprobar las infamias que se cometían en Sodoma. Pero él “moraba en Sodoma” (Génesis 14:12). Por eso se sentía tan impotente como “abrumado por la nefanda conducta de los malvados” y no podía más que afligir “su alma justa”. Sin participar de su conducta estaba asociado a ellos en el curso ordinario de la vida, con sus muchas cosas legítimas en sí mismas —como comer, beber, comprar, vender, construir— pero cuyo único objeto para ellos era proporcionarles la satisfacción de sus codicias cada vez más culpables, sin preocuparse de que Dios fuera provocado por tanta inmoralidad. Por real que fuera su justicia personal y su temor de Dios, Lot se encontraba constantemente expuesto a contactos impuros y sometido a obligaciones de una vida social en la cual se adjudicaba un papel. Su piedad sólo podía languidecer y su comunión con Dios se volvía imposible.

Quizá lo más grave era que Dios nunca lo había dejado sin pruebas del interés que le inspiraba ni sin advertencias de su disciplina paternal. Lot las ignoró prácticamente, persistiendo en la posición que había tomado, hasta ser finalmente salvado tan sólo “como por fuego” (1 Corintios 3:15).

Veamos sumariamente bajo este ángulo las etapas de la vida de Lot. Ésta nos permite palpar lo peligrosos que son tantos compromisos por los cuales dejamos que la mundanalidad asuele el pueblo de Dios en estos tiempos.

1. A la sombra de Abram

Toda la primera parte de la vida de Lot estuvo signada por un favor excepcional, ya que él la pasó a la sombra del “padre de todos los creyentes”, su tío Abram. Este último lo había asociado a su llamamiento cuando el Dios de gloria se le apareció. Entonces le llevó consigo al dejar Ur de los caldeos y luego Carán para ir a Canaán, donde pudo oír la promesa de Génesis 12:7.

Lot pudo hacer a continuación, con Abram, la humillante pero saludable experiencia de Egipto, cuando el patriarca y los suyos, huyendo del hambre, buscaron asilo en ese país. Lot subió con él a la tierra prometida, ricos el uno y el otro en rebaños de diverso ganado.

Eran tan ricos que se vieron obligados a separarse. Ése será para Lot el momento de inaugurar su propia carrera, con su fe personal desarrollada a continuación mientras viva, al igual que Abram, como extranjero y peregrino en esta tierra que les pertenece en esperanza.

2. Los ojos alzados hacia Sodoma

Lamentablemente, Lot trajo consigo de Egipto grandes rebaños, pero no sacó la debida lección. Las llanuras del Nilo, bien regadas, causaron en este pastor de ganado una fuerte impresión. Él conservó ese recuerdo. Cuando Abram le deja elegir generosamente su lugar, “alza… sus ojos” (Génesis 13:10) hacia las llanuras del Jordán, también muy regadas “como la tierra de Egipto” donde las facilidades de la existencia causaban la ilusión de las delicias de un huerto de Dios. No consulta a Dios ni se detiene a considerar que “los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera”. El hambre podría explicar que Abram haya descendido a Egipto, pero es la codicia la que inclina a Lot hacia Sodoma pese a estar colmado de bienes. Él extiende sus tiendas hasta la disoluta ciudad, llega a ella y mora en ella.

Henos aquí en la médula del caso, el cual muy a menudo es el nuestro: ¿por qué Lot moraba en Sodoma? Había creído poder gozar de las ventajas de Sodoma mientras se abstuviera de las iniquidades de los sodomitas. El resultado fue la aflicción “de su alma justa”. La Escritura no hablará de esa aflicción hasta mucho más tarde, en honor nuestro, cuando acentuará la intensidad y continuidad de ella diciendo: “cada día”. Él había tomado la iniciativa por propia decisión. Habría sido muy distinto si Jehová le hubiera dicho: «Ve a Sodoma; te quiero allí como mi testigo». La vista del pecado y de sus frutos le habría afligido, sin duda, pero no con esa amargura. Jesús fue “entristecido” a causa de la dureza del corazón de sus enemigos (Marcos 3:5). Lot habría podido ser “entristecido, mas siempre gozoso” y, teniendo las promesas de la vida presente, amar esta vida (1 Pedro 3:10; 2 Corintios 6:10; en contraste, Eclesiastés 2:17).

La cuestión para todo creyente es estar donde Dios le quiere e ir adonde Él le envía. Se oye decir: Hace mucha falta que haya cristianos por doquier, mezclados con el mundo para llevarle a Cristo. Es incuestionable que somos enviados a ese mundo, pero no lo somos para ser del mundo; y, sobre todo, ¿quién decidirá acerca del lugar asignado a cada uno sino Dios mismo, cuyo Espíritu, soplando de donde quiere, distribuye a su gusto los servicios y los dones? A nosotros nos toca obedecer. Ello nos lleva a que cada uno examine su camino, como también a guardarnos de juzgar a nuestros hermanos, pues “cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12). Daniel y sus compañeros; Nehemías, Mardoqueo fueron extranjeros colocados en cargos difíciles. Mardoqueo podía decir a Ester, que dudaba de llegar ante el rey: “¿Quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (Ester 4:14).

Pero Dios no había hecho salir a Lot de Ur ni le había hecho volver de Egipto para hacerle vivir seguidamente en Sodoma. Vosotros, padres preocupados por el porvenir de vuestros hijos, y vosotros, jóvenes que confesáis al Señor, nunca estaréis compenetrados en demasía —cuando se trata de elegir una profesión, un cónyuge, una residencia— de la necesidad absoluta de anteponer, a toda otra consideración, ésta: «¿Cuál es la voluntad del Señor?», y esta oración: «Señor, elige por mí y hazme atento a tu deseo».

Lot no tiene fuerzas para reaccionar; ha ligado su existencia a la de Sodoma; no experimenta el deseo de liberarse de ella; entonces Dios va a obligarlo, por decirlo así, a poner al día lo inherente a su estado interior. Le ofrece, a través de una dura disciplina, la ocasión de desprenderse de ese lugar de aflicción. ¿Lo comprenderá Lot?

3. Una tribulación sin efecto

Mientras vive en Sodoma, Lot se ve implicado en un conflicto entre naciones. Es arrebatado por la tempestad que se abate sobre la ciudad impía, la que de ese modo es también objeto de una severa advertencia de parte de Dios. Arruinado, llevado como esclavo por los reyes orientales, Lot se vería perdido sin la energía de la fe de otra persona, pues la suya está debilitada, lamentablemente. La de su tío triunfa mediante la fuerza de Dios. Abram. lo libera, y al mismo tiempo a Sodoma y a su rey. A continuación, Lot puede ver cómo Abram. es bendecido por Melquisedec de parte del Dios altísimo y la bendición que ese sacerdote dirige asimismo a ese Dios altísimo al que atribuye la liberación. Puede ver a Abram que, dominando con altura todos los acontecimientos a causa de su fe, rechaza los presentes del rey de Sodoma y sube a Mamré, donde gozará de la relación con ese Dios que es “su escudo, y su galardón… sobremanera grande” (Génesis 15: l). ¡Qué ejemplo para Lot! ¡Qué incitación a recuperar para sí el gozo de tal relación, a replantearse la triste elección hecha poco antes y a subir con su tío (llamado Abraham poco después) como había subido con él desde Egipto!

Pero no. Fascinado por Sodoma, retoma su camino y vuelve a morar en ella. Afligirá aun su alma justa, y siempre más, pues Sodoma, insensible a la solemne visitación de que es objeto, llega a hacer que su pecado sea muy grave (Génesis 18:20). Se vuelve a la vida próspera, pero impía, como si nada fuera. En los días de Lot se comía, se bebía, etc. (Lucas 17:28). No se quiere ver que se va hacia el juicio. La aflicción del justo no le impide fundar y establecer su familia, tomar por yernos a hijos de Sodoma, construir allí una casa confortable, ocupar un lugar honorable entre los dirigentes, sentarse a la puerta de la ciudad.

4. “La misericordia de Jehová para con él…”

La paciencia de Dios llegó a su límite, pues el pecado de Sodoma subió hasta el cielo. El juicio final cae. Y Lot está englobado en él. Abraham interviene aquí como intercesor, no como libertador, por lo cual Dios obrará por medio de sus ángeles, ejecutores del juicio pero también siervos de la piedad soberana (Génesis 19:16). La ciudad está decididamente condenada y entonces Abraham ruega por “el justo” sin mencionar expresamente a Lot. Sabe que Jehová no hará morir al justo con el inicuo. Pero ¡cuán difícilmente se salva! (1 Pedro 4:17-18). Si Dios “libró al justo Lot”, lo hizo como a pesar de éste. Afligido más que nunca, cubierto de oprobio ante sus invitados, y de parte de los propios perversos, se aferra a la ciudad cuya destrucción retarda, y así compromete su salvación al punto de no representar más que un miserable objeto de la compasión de Dios. Es preciso que los ángeles le arrastren, desfalleciente de pesar y de espanto a la vez. Pierde todo, salvo su vida, e incluso para acabarla, después de la tregua de Zoar, en la más lamentable deshonra. Y la tristeza de tal desenlace se prolonga en la historia de sus descendientes, perpetuos enemigos del pueblo de Dios, aun cuando al alba del reino del Hijo del hombre deban someterse a él.

Sí, es una triste historia la de Lot. Por cierto que la liberación final da testimonio de la fidelidad de Dios respecto de los suyos. El apóstol Pedro subraya esta maravilla de la gracia. Ella había hecho de Lot, para siempre, un “justo”, un santo; pero ese santo debió pagar con aflicción de su alma la debilidad de su fe. Lot tiene su lugar entre los justos “consumados” (o perfeccionados) de Hebreos 12, pero no lo tiene entre los patriarcas cuya fe es honrada en Hebreos 11.

Una vida perdida. Dios conserva el relato de ella para que en todo tiempo los suyos saquen enseñanza. Reiteremos que «todos los honores y todas las riquezas de Sodoma son menos que nada comparados con una hora de verdadera comunión con Dios». Pero, más que eso, el oprobio de Cristo ¿no es, como lo estimó Moisés, más grande tesoro que las riquezas de Egipto? Y quizá más aun, el alma que verdaderamente ha comprendido lo que su rescate costó a nuestro Salvador ¿puede desear algo más grande y precioso que darle como reconocimiento y testimonio un poco de lo que Él hizo por pecadores como nosotros?

El mundo cubre con el ruido de su actividad devoradora y de sus placeres engañosos la mezcla de angustia y de jactancia que lo agita, los conflictos que lo consumen, las convulsiones que no puede dominar. El juicio está suspendido sobre él y él no quiere darse cuenta. Dios permite que los suyos sufran en medio de tal estado de cosas, pero para que se separen moralmente, siendo, como han sido hechos, ciudadanos del cielo. Nuestras generaciones conocieron y conocen lecciones particularmente punzantes. ¿Comprendemos que el Señor nos urge a salir hacia Él, tanto de Ur como de Sodoma, y a “volver” de Egipto? Juzguemos nuestra inconsecuencia; el mismo mundo nos echa en cara nuestras contradicciones: “Vino este extraño para habitar entre nosotros, ¿y habrá de erigirse en juez?” (Génesis 19:9). Seamos de aquellos a quienes Cristo envía aquí abajo para ser sus testigos y no para ser de “aquellos que habitan en la tierra”.