Si usted ha ofendido gravemente a una persona y un amigo desea ofrecer a esa persona una satisfacción, o sea una reparación, ¿quién debe aceptarla?
— Indudablemente, la persona ofendida.
— Pues, ¿a quién ha ofendido usted con sus pecados?
— A Dios.
— ¿Y quién debe aceptar la reparación?
— Es Dios también.
— ¡Ésta es la verdad! ¿Cree usted que Dios haya aceptado la reparación?
— Sí, lo creo.
— ¿Y que Dios esté …?
— ¡Satisfecho!
— Y usted, ¿no está satisfecho, tranquilo?
— Ya comprendo claramente ahora. Cristo ha hecho toda la obra y Dios la ha aceptado, de modo que ya no hay problema en cuanto a mi culpabilidad o a mi justicia. Cristo es mi justicia. Cristo es mi justicia ante Dios. Es maravilloso y sencillo a la vez. ¿Cómo es que mis ojos estaban cerrados ante la verdad de la Palabra?
— Ésta es la fe en la obra de Cristo: no que nosotros aceptemos esta obra, por felices que seamos en hacerlo, sino que creamos que Dios la ha aceptado, que Dios está satisfecho.