La esperanza bienaventurada /3

1 Tesalonicenses 4:16-17

3. El arrebatamiento de los santos

Cuando el Señor vuelva en busca de sus rescatados, tendrán lugar dos acontecimientos simultáneos: la resurrección de los muertos en Cristo y la transmutación de los creyentes vivos. Todos serán arrebatados juntamente en las nubes al encuentro del Señor en el aire. “Así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16-17). El Señor Jesús expresó esta verdad, aunque en ese momento ella haya sido difícilmente captada sin la luz de las epístolas. En camino a Betania, después de la muerte de Lázaro, Él declaró a Marta: “Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11:23-26). Tenemos aquí las mismas dos clases que en 1 Tesalonicenses 4: aquellos que han creído en Cristo, pero que murieron antes de su retorno, vivirán; y aquellos que están con vida y creen en Él, no morirán jamás.

Para que el asunto sea claro y sencillo, es preciso demostrar primeramente que sólo los creyentes serán resucitados de entre los muertos en ocasión de la segunda venida de nuestro Señor. Esta doctrina, aunque claramente enseñada en la Escritura, es ignorada por una parte importante de los cristianos. El pensamiento ordinario es que, en el fin del mundo, después del milenio, habrá una resurrección tanto de creyentes como de incrédulos; que todos juntos comparecerán ante el tribunal y que entonces será fijado el destino eterno de cada uno. Pero esta concepción teológica, aunque enseñada y aceptada por muchos, no sólo carece de fundamento en la Palabra de Dios, sino que es directamente opuesta a ella.

Citaremos algunos pasajes de los evangelios además del de Juan 11. Al descender del monte de la transfiguración, Jesús ordena a sus discípulos que no cuenten a nadie lo que han visto, sino cuando el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos (Marcos 9:9-10). Ellos creen, como Marta, que habrá una resurrección en el último día; pero hasta entonces jamás han oído hablar de una resurrección de entre los muertos, lo que provoca su asombro. Aquí se trata de la resurrección del propio Cristo. Como Él es las primicias de los suyos, su resurrección es al mismo tiempo la prenda y la figura de la de ellos.

En Lucas 14:14 encontramos la expresión “la resurrección de los justos”, y en el versículo 35 del capítulo 20 el Señor habla de “los que fueron tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos”. La frase de la cual se vale el Señor no puede ser interpretada más que como referente a una resurrección parcial. Aquellos que participarán de esta resurrección dejarán a otros tras ellos, en sus tumbas.

La enseñanza de Juan 5:28-29 lleva a la misma conclusión. Se notará que en el versículo 25 el término “hora” engloba una época entera: “Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán”. Esta hora empezó en ese momento y dura todavía hoy, según el versículo precedente: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”. Ello caracteriza a todo el período de la gracia y subsistirá hasta el retorno del Señor. Asimismo, la palabra “hora” del versículo 28 incluye a toda una época: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”. En este versículo distinguimos claramente dos resurrecciones: la de vida, que tendrá lugar a la venida del Señor y la de juicio, después de finalizar el milenio (Apocalipsis 20:11-15).

En las epístolas encontramos declaraciones aun más precisas. El tema de 1 Corintios 15 es la resurrección del cuerpo; no la del cuerpo de todos, sino solamente de los creyentes. Los incrédulos muy pronto se darán cuenta de la desaparición de los redimidos. Después de haber mostrado las consecuencias de la falsa doctrina en cuanto a que no hubiera resurrección, el apóstol establece la verdad: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo en su venida” (v. 20-23). Es un lenguaje muy exacto y explícito. También 1 Tesalonicenses 4:16-17 dice: “Los muertos en Cristo resucitarán primero —el apóstol no tiene a nadie más en vista—. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos”. Los incrédulos no están comprendidos entre éstos.

Leemos en Apocalipsis 20:4 que algunos “vivieron y reinaron con Cristo mil años”. Veremos más adelante la aplicación de este texto. Nuestra atención está dirigida a la siguiente declaración: “Los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Ésta es la primera resurrección” (v. 5). Algunos comentadores quisieron probar que aquí se trata de una resu­rrección espiritual (cualquiera sea el sentido de esta expresión). De ser así, la resurrección del final del capítulo no sería literal; entonces ellos llegan a probar, como los falsos maestros de Corinto ¡que no hay resurrección de muertos! No, este lenguaje tan claro no deja margen para el error, sobre todo si se lo considera en relación con los otros pasajes citados. Él pone fuera de duda que el designio de gracia de Dios era que los creyentes resucitaran de entre los muertos a la venida del Señor. Es lo que se llama la primera resurrección. De ahí el término de “primicias” aplicado a la resurrección de nuestro Señor (1 Corintios 15:20). Él es las primicias de la cosecha de los suyos que debe ser hecha a su venida (ver Levítico 23:10-11).

Sin embargo, hay un pasaje que, a los ojos de aquellos que no examinaron el tema, podría parecer que contradice lo que precede. Es el de Mateo 25, en el cual las ovejas y los cabritos se hallan reunidos en el mismo momento ante Cristo. Comúnmente se piensa que es una descripción del juicio final, y a menudo es citada para negar una resurrección distinta y previa de los creyentes. Pero un simple examen de las palabras empleadas por el Señor mostrará que Él no hace alusión al tema de la resurrección: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos” (v. 31-32). Se trata, en consecuencia, de su aparición, de su reino y de su juicio sobre los vivos y no sobre los muertos. No se habla de “naciones” acerca de los muertos. Tal palabra designa a los vivos. Hay tres clases de gentes: las ovejas, los cabritos y los hermanos del rey. Este hecho por sí solo da la interpretación de toda la escena, mostrando de una manera concluyente que es el juicio de las naciones vivientes, como consecuencia de la aparición del Hijo del hombre en su gloria y de la asunción de su trono. Los “hermanos” (v. 40) son los judíos que serán enviados como mensajeros del rey para anunciar su reino. Aquellos que los reciban —a ellos y su mensaje— son las ovejas y aquellos que los rechacen son los cabritos. Su relación con el rey depende del trato que hayan dispensado a sus mensajeros (véase acerca de este principio Mateo 10:40-42).

La vuelta del Señor es, pues, para buscar a los suyos, muertos o aún vivos, según su palabra: “Si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:3). Examinemos ahora la forma en que vendrá y el arrebatamiento de los santos. Tenemos la instrucción más precisa sobre el tema en un pasaje ya citado; pero vale la pena repetirlo: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:13-17). El alcance de este importante pasaje a veces es desconocido porque no se presta atención a su declaración exacta. Los cristianos de Tesalónica no dudaban de su porción en Cristo cuando Él viniera, pero suponían que aquellos que se hubieran dormido antes de este acontecimiento sufrirían una pérdida. Para corregir este error el apóstol da una instrucción “en palabra del Señor”, es decir, por una revelación especial sobre este tema. Él manifiesta, pues, que a todos los que duermen en Jesús, Dios los llevará consigo, consecuencia de la fe personal en la muerte y resurrección de Cristo. Luego explica cómo ello será posible. Esta enseñanza es el tema de la revelación especial de la cual hablamos. El Señor vendrá, luego los muertos en Cristo resucitarán, los vivos serán mudados y todos juntos serán arrebatados en las nubes para encontrar al Señor en el aire.

Ello puede ocurrir en cualquier momento. Es preciso que nuestros espíritus se familiaricen con esta escena. De improviso el Señor mismo descenderá del cielo de la manera descrita. Primeramente se oirá una voz. Este hecho ha ocasionado dificultades a muchos. Ellos piensan: «Cuando el Señor vuelva por los suyos, ello sucederá de una manera pública, ya que Él viene con una voz». Pero no es absolutamente necesario. El vocablo “voz de mando” indica una relación como la que existe entre un jefe y sus soldados. Es, pues, una voz destinada únicamente a quienes éste se dirige y cuya significado no será comprendida por otros. Cuando el Señor estaba en la tierra, una voz se le dirigió desde el cielo. Algunos de los que estaban presentes pensaron que había sido un trueno, y otros dijeron: “Un ángel le ha hablado” (Juan 12:28-29). Los compañeros de Saulo en el camino a Damasco oyeron una voz (Hechos 9:7), es decir, el sonido de una voz; pero “no entendieron la voz del que hablaba” con él (22:9; compárese con Daniel 10:7). Así ocurrirá también cuando el Señor descienda del cielo. Todos los suyos oirán y comprenderán la voz de mando. A los demás les parecerá oír el fragor de un trueno; si oyen también la voz del arcángel y la trompeta de Dios, será para ellos algún fenómeno extraño que los sabios intentarán explicar. Las tres expresiones —la voz de mando, la voz del arcángel y la trompeta de Dios— sólo tienen un objetivo: el llamado a congregarse, creyentes muertos y vivos, para su traslado a la presencia del Señor.

Dos acontecimientos seguirán inmediatamente, pues el apóstol dice en 1 Corintios 15:51-52: “No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta”. “Los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:16). ¡Qué escena extraordinaria! Todos los que son de Cristo —los creyentes de los tiempos anteriores y los de la época actual— resucitarán a su venida (1 Corintios 15:23). Al seguir el curso de los siglos desde Adán hasta el último rescatado que haya sido agregado, toda esta multitud incalculable, saldrá “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos” de sus tumbas, resucitados incorruptibles. Todos los creyentes que vivan serán mudados, de manera que todos de la misma manera serán revestidos de sus cuerpos de resurrección, en semejanza al cuerpo de la gloria de Cristo (Filipenses 3:21). Entonces, cuando lo corruptible se vista de incorruptibilidad y lo mortal de inmortalidad, se realizará lo que está escrito: “Sorbida es la muerte en victoria” (1 Corintios 15:54; ver también 2 Corintios 5:1-4). Tan pronto como este cambio maravilloso haya sido cumplido, todos serán arrebatados en las nubes al encuentro del Señor, en el aire, y “así estaremos siempre con el Señor”. El propio Señor recogerá por primera vez, en lo que concierne a su pueblo, el pleno resultado de su obra de redención, del trabajo de su alma. ¿Qué lengua podría expresar, qué pluma podría describir su gozo cuando Él rescate así de su tumba los cuerpos de los suyos y cuando, por la palabra de su potencia, Él introduzca a todos sus elegidos en su presencia, todos semejantes a su propia imagen? No es posible expresar anticipadamente nuestro propio gozo en el cual entraremos. Los deseos de nuestros corazones se verán cumplidos. Siendo semejantes a Él, contemplaremos su faz, le veremos como es y estaremos con Él para siempre.

Eso es lo que esperamos. El tiempo en el que todo sea cumplido no está lejano, pues descansamos sobre la palabra cierta de nuestro fiel Señor, quien dijo: “Ciertamente vengo en breve” (Apocalipsis 22:20).