¡Cuán propensos somos, en los momentos de dificultad, a volver nuestros ojos hacia los recursos de los hombres! Nuestros corazones están llenos de confianza en la débil criatura, de esperanzas humanas y de expectativas terrenales. Sabemos relativamente poco de lo bendito que es mirar simplemente a Dios. Somos rápidos para mirar a cualquier parte antes que a él. Corremos hacia cualquier “cisterna rota” (Jeremías 2:13) y procuramos apoyarnos en algún “báculo de caña frágil (Isaías 36:6), cuando tenemos una Fuente inagotable y la Roca de los siglos siempre cerca.
Sin embargo, hemos probado muchas veces que el hombre es “una tierra seca y árida donde no hay aguas (Salmo 63:1). Cuando recurramos a él, no dejará de defraudarnos. “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz; porque ¿de qué es él estimado?” (Isaías 2:22). “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada” (Jeremías 17:5-6).
Tal es el triste resultado al apoyarse en la criatura: aridez y desolación, “como la retama en el desierto”. No hay ninguna lluvia refrescante, ningún rocío del cielo, ningún bien, nada excepto sequedad y esterilidad. ¿Cómo podría ser de otro modo cuando el corazón está apartado del Señor, única fuente de bendición? No está al alcance del hombre satisfacer el corazón. Sólo Dios puede atender cada una de nuestras necesidades y cada uno de nuestros deseos. Él nunca le falla al corazón que confía en él.
Pero se debe confiar en él de veras. ¿De qué le aprovechará a uno decir que confía en Dios, si realmente no lo hace? Una fe fingida no conducirá a nada. No vale nada confiar de palabra o de lengua. Es menester que lo sea de hecho y en verdad. ¿Qué provecho tiene una fe que pone un ojo en el Creador y otro en la criatura? Dios y el hombre no pueden tener la misma importancia. Debe ser Dios o la criatura, pero cuando se confía en el hombre, siempre sigue la maldición.
Nótese el contraste: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (Jeremías 17:7-8).
¡Cuán bendito y precioso es esto! ¿Quién no pondría su confianza en Dios? Es un profundo gozo estar en sus brazos, tenerle ocupando el primer sitio de nuestro corazón, hallar todas nuestras fuentes en él y ser capaces de decir: “Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza. Él solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré” (Salmo 62:5-6).
La palabra: “solamente” es muy escrutadora. No sirve de nada que digamos tener confianza en Dios cuando todo el tiempo estamos buscando una ayuda humana. Estar hablando frecuentemente de mirar al Señor, cuando, en realidad, estamos esperando que nuestros semejantes nos ayuden, es de temer que nos ocurre. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9-10).
Necesitamos juzgar en la presencia de Dios las fuentes que más atraen nuestro corazón. Somos muy propensos a engañarnos a nosotros mismos por el uso de frases que, en lo que nos respecta, no tienen absolutamente ninguna fuerza, ningún valor, ninguna verdad. El lenguaje de la fe podrá estar en nuestros labios, pero el corazón está lleno de confianza en el hombre. Hablamos a los demás acerca de nuestra fe en Dios, a fin de que ellos nos ayuden a salir de nuestras dificultades.
Seamos honestos. Caminemos en la clara luz de la presencia de Dios, donde cada cosa es vista tal como realmente es. No menospreciemos la gloria de Dios. No privemos a nuestras almas de abundantes bendiciones por una apariencia de comunión con él, cuando el corazón está bebiendo secretamente en alguna fuente humana. Tengamos este gran gozo, esta paz y bendición, esta gran fuerza, estabilidad y victoria que la fe siempre halla en el Dios viviente, en el viviente Cristo de Dios y en la viviente Palabra de Dios. ¡Tengamos fe en Dios!