¡Qué diferencia hay entre dejar el mundo y ser dejado por él! Decimos adiós al mundo con cierta facilidad tal vez. Pero, cuando él nos desprecia como despreció a Cristo, descubrimos —a menos que Él llene y satisfaga nuestro corazón— que, sin sospecharlo, apreciamos la estima del mundo. Si la obediencia es tan importante para nosotros —dentro de nuestra posibilidad— como lo era para Cristo, seguiremos nuestra carrera, a pesar de todos los obstáculos, sin preocuparnos por el mundo. Esto no porque seamos insensibles, sino porque, cuando uno tiene a Cristo delante de sí como objeto, sólo está pendiente de Él.