Con frecuencia algún creyente dice: «El Espíritu Santo me ha dicho que haga esto o aquello, este o aquel trabajo». No cabe duda de que el Espíritu Santo desea dirigirnos. Pero la cuestión es cómo nos guía.
En Juan 16:13 leemos que el “Espíritu de verdad” nos guiará a toda la verdad. ¿Qué cosa es verdad? “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17). El Espíritu Santo siempre quiere guiarnos por la Palabra de Dios, aun en nuestra vida práctica. Ésta debe ser nuestra norma de conducta.
Cuando alguien dice: «Dios me ha hablado directamente», de por sí solo, esto no ofrece ninguna seguridad. Uno puede equivocarse o dejarse llevar por su propia imaginación. Sólo la Palabra de Dios es capaz de mostrarnos el camino seguro en todas las cosas. Si nuestro andar no está en armonía con la Palabra de Dios, podemos estar seguros de que no será el Espíritu Santo quien nos guíe.
Hay muchos espíritus falsos en el mundo que con frecuencia son considerados como procedentes de Dios. En 1 Juan 4:1 leemos: “No creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios”. Aun hombres honestos, con todas sus buenas intenciones, pueden presentársenos como falsos espíritus. Por ello es siempre de suma importancia que sepamos si el que nos habla es de Dios o, dicho de otro modo, si lo que nos enseña concuerda con su Palabra. Las Escrituras nos dicen que todos los creyentes tienen vocación (véase 1 Corintios 1:26; Efesios 4:1; 2 Tesalonicenses 1:11; 2 Timoteo 1:9; Hebreos 3:1).
Esa vocación la hemos recibido en el momento de nuestra conversión. Ello no implica que debamos dejar nuestros trabajos seculares. Si nuestra conciencia y la Palabra de Dios no se oponen a que continuemos nuestras ocupaciones, podemos proseguir nuestra marcha con tranquilidad. Normalmente podemos emplear estas capacidades en el mismo sitio donde el Señor nos encontró en el momento de nuestra conversión; lo importante es que el Señor sea glorificado por medio de nosotros. Ésa es nuestra verdadera vocación.
Muchas veces creemos que podríamos servir a Dios mucho mejor de otro modo. Sin embargo, Dios quiere bendecirnos en el sitio donde nos encontramos. La regla es que cada uno permanezca en la vocación en que fue llamado (1 Corintios 7:20, VM). Cada uno de nosotros ha recibido un talento; nos corresponde, pues, ser fieles.
Si el Señor nos conduce a alguna otra situación, debemos aceptarla como procedente de Dios. Él tiene un plan para cada uno de nosotros; por eso podemos confiar con plena tranquilidad en su guía. El mismo Espíritu que nos conduce, obra también por medio de los dones que nos ha confiado.
Si es la voluntad de Dios que con los dones espirituales recibidos nos dediquemos por entero a su servicio, entonces debemos esperar para ver el modo en que Él nos quiere guiar. El deseo de dedicar todo nuestro tiempo al servicio del Señor es, indudablemente, bueno. Sin embargo, es el Señor el que determina si nuestro deseo puede llegar a cumplirse. El deseo que tenía David de edificar un templo fue bueno, pero él no pudo llevarlo a cabo; ello quedó reservado para su hijo. Debemos efectuar bien nuestro trabajo, con confianza, y tener un corazón a la entera disposición del Señor para su obra. Por otro lado, necesitamos esperar con paciencia las directivas del Señor. ¿Acaso este principio no se confirma en todos los siervos de Dios? Es interesante notar que algunos siervos de Dios recibieron un llamamiento muy particular y, al principio, objetaron su debilidad. Moisés dijo: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón?” (Éxodo 3:11), y Jeremías: “He aquí, no sé hablar, porque soy niño” (Jeremías 1:6). Por lo tanto habían recibido una clara indicación antes de abandonar sus ocupaciones.
Si bien muchos tienen el deseo de servir al Señor, no todos tienen la capacidad adecuada para hacerlo fuera de su lugar habitual. Por eso insistimos nuevamente: cada uno debe servir al Señor allí donde sea llamado; y para quien tenga el deseo de dedicarse por entero al servicio del Señor, es preciso que espere en Él. Ojalá aproveche tal persona todas las oportunidades que el Señor le ofrezca para testificar de Él y servirle. Y no se retraiga aquel que el Señor quiera apartar totalmente de sus ocupaciones terrenales.
El Señor es nuestro guía, su Palabra es verdad y su Espíritu nos conducirá. Tenemos que seguir al Señor solo. ¡Velemos pues, para que no actuemos bajo el influjo de alguna impresión, sin la dependencia del Señor! No escuchemos a esos falsos espíritus aunque parezcan provenir de Dios. Necesitamos esperar en el Señor y escudriñar su Palabra con oración hasta que él nos indique con claridad el camino, para que nuestro servicio esté en consonancia con las necesidades que se hallen en los corazones de las personas que van a beneficiarse de nuestro ministerio.