Cuán serio y al mismo tiempo cuán bendito es estar ocupado con Dios, ser traído cerca de él y estar allí en la relación de hijos, objetos de su gracia inmutable.
Aunque nos apropiemos con gozo de las bendiciones de esta posición de hijos, es de temer que sean insuficientes los sentimientos en cuanto a las responsabilidades que de esta posición derivan. Nos es necesario apoderarnos de esta verdad: Dios no puede ser burlado, y siendo lo que él es, quiere la realidad en los que se acercan a él. Muchos buscan a Dios solamente por lo que puede dar y no por lo que él es. Por esta razón les falta el sentido de la profunda bendición de su presencia. Nunca conocieron lo que es estar con Dios y estar satisfechos delante de él.
Lector, ¿ya experimentó lo que es aislarse un momento, tal vez muy breve, del medio agitado donde se encuentra, de la gente y de las circunstancias, para estar a solas con Dios, sin temor ni dudas? ¿Está su alma llena, satisfecha con esa tranquilidad y bendición que usted acaba de disfrutar sin que los labios puedan expresarlo? El lenguaje humano es incapaz de traducir el gozo del alma enseñada por Dios. Éste, por débil que sea, produce dos consecuencias claramente distintas aunque inseparables: los sentimientos son atraídos y la conciencia es ejercitada. Cuanto más atraídos serán los sentimientos, más ejercitada habrá sido la conciencia, porque en esa persona no habrá un espíritu legal, o sea pensamientos de lo que debería ser o hacer, sino de lo que conviene a Aquel que ganó su corazón.
Desgraciadamente hay personas que no desean acercarse demasiado al Señor. No buscan el lugar del discípulo a quien Jesús amaba, recostado al lado de él (Juan 13:23). Se encontrarían más a gusto con los criados del sumo sacerdote (Lucas 22:54-60). Sin embargo, ¿quién podría negar que a la más grande proximidad corresponde la más grande bendición y que el dador debe estar necesariamente por encima de sus dones?
Sí, los pensamientos, los caminos, las obras y la manera de obrar de Dios son tan maravillosos y tan gloriosos como lo es él mismo, cuando se revela en la plenitud de su bendición. ¿Cómo el creyente no desearía estar cerca de él, consciente de comprender débilmente algo de lo que él es? Es muy importante que conozcamos el corazón de Dios y sus designios inalterables formados desde la eternidad en vista de nuestra bendición. Es menester también que seamos capaces de apreciar cada una de nuestras circunstancias según la medida de su amor, el que jamás nos abandona, sino que desea dirigir todo para nuestro bien a pesar de lo que somos.
Los pensamientos del hombre con respecto a la bendición a menudo se limitan a las cosas de la tierra, mientras que la verdadera bendición consiste en conocer a Dios. ¿Lo conocemos más íntimamente que a ningún otro amigo sobre la tierra, de manera que nuestra alma se despliega completamente en su presencia, porque él no nos causa ninguna molestia, sino que nos llena de una bendición inefable? Tal bendición es desconocida para quienes no se conforman a lo que agrada al Señor. En cambio, piensan que las palabras —si bien no corresponden a sus vidas—, la apariencia cristiana —sin práctica— y la verdad en el intelecto —sin realidad en el corazón— bastan ante aquel que también es el Santo y el Verdadero. Cuanto más se siente en el corazón y se manifieste Su presencia, más incompatible será ella con todo lo que es opuesto a Su naturaleza y no responde a la perfección de Su ser.
El pasaje citado en el encabezamiento de este artículo reviste una importancia solemne en relación con el gobierno de Dios a propósito de personas que, sin ser culpables de un pecado común, han tenido una apariencia de piedad y devoción que en realidad no poseían. Ananías y Safira contaron con la paciencia de Dios e imaginaron que no tomaría conocimiento de un cristianismo falso y sin realidad con el cual ilusionaban a los que los rodeaban. Todo esto era tanto más odioso para Dios que él estaba presente. Le habían mentido. Habían traído sólo una parte del producto de la venta del campo pretendiendo falsamente ofrecer la totalidad. En primer lugar su pecado fue expuesto públicamente; luego encontró un juicio inmediato porque “Dios no puede ser burlado” (Gálatas 6:7).
Si bien la presencia del Señor parece ser menos realizada en la Iglesia de hoy en día, y si Él tiene más paciencia, es bueno recordar que su naturaleza no cambió. Puede ser que el castigo no se manifieste públicamente con tanta fuerza, sin embargo, no renuncia en absoluto a lo que le es debido y ciertamente, tarde o temprano, si no hay verdadero arrepentimiento, visitará con su santidad todo acto marcado con falsedad o simple apariencia.
Profesar el cristianismo sin realidad es una muestra de la ignorancia, indiferencia o inercia del alma. Es muy triste y solemne que quien lo hace no respondió a la bondad de Dios. Todas las bendiciones derramadas sobre él con tanta liberalidad no han podido despertar la santa y saludable gratitud que producen necesariamente este deseo: ¿Cómo puedo agradar a Aquel que me amó y me llenó de favores?
Cuando un cristianismo de forma no produce en el alma ningún resultado, cuando las palabras no son más que apariencia, sin actos, no tarda en operarse un endurecimiento progresivo. La conciencia se debilita al mismo tiempo que los sentimientos son menos atraídos. El aspecto exterior puede subsistir; pero cuando personas con más energía espiritual y mejor comunión con el Señor, aunque tal vez con menos conocimiento e inteligencia, se acercan a aquellas otras, disciernen rápidamente la falsedad y el vacío.
La falta de realidad es una de las armas más terribles del arsenal de Satanás. Deshonra al Señor, arruina el testimonio, expone al cristiano al desprecio y la burla del mundo. Despierta sentimientos de tristeza y vergüenza en todo creyente sincero y recto de corazón, mientras que otros son felices al cubrirse detrás de aquella fachada. La sensibilidad espiritual se oscurece, la conciencia no conoce más los ejercicios saludables, el hombre espiritual se paraliza completamente y es incapaz de formular un juicio justo sobre temas relacionados con los intereses del Señor.
Es cierto que a menudo esta falta de realidad —de la que los demás se dan cuenta mientras que el interesado no tiene conciencia de ella— no está premeditada, sino que proviene de la ignorancia o de la apatía espiritual. Más de un creyente en este estado actúa de manera diferente cuando se le hace notar sus puntos defectuosos. Tomemos un ejemplo: Ciertas personas sencillas ignoran que el Espíritu Santo ha dado por medio de dos grandes apóstoles, Pablo y Pedro, directivas precisas en cuanto a la conducta y el porte de las mujeres, mientras que la Escritura entera abunda en exhortaciones generales en relación con la conformidad al mundo. Si el corazón es recto, bastará con aclarárselas para que ellas obedezcan a la Palabra. ¡Cuán grave es para aquellas personas que conocen esas verdades y profesan no ser del mundo, conmemorar la muerte de Cristo y encontrarse en Su presencia en tal momento, adornadas de atavíos de este mundo, señales de su esclavitud, olvidando que para librarlas el Señor de gloria tuvo que ir hasta la cruz! (Gálatas 1:4).
Es triste que uno hable libremente de una esperanza bendita, de una ciudadanía celestial y de un objeto para el corazón, de manera que los demás se extrañan al no ver ningún punto en común entre estas palabras y la marcha del que las pronuncia. Fácilmente nos jactaríamos de estar sobre el único terreno verdadero y de haber salido hacia Cristo fuera del campamento (Hebreos 13:13). Actuando así, haríamos de Cristo una bandera de separación eclesiástica y nada más. Si para todo lo restante sus derechos son desconocidos, ¿cómo se le dará lo que le es debido como Jefe, cuando venga el tiempo de la prueba?
Bajo cualquier forma que se presente esta falta de realidad, siempre se puede llegar a su origen: El alma no tuvo la costumbre de andar con Dios, de llevar todo a la luz de su presencia y buscar su pensamiento en las circunstancias aun más simples de la vida cotidiana. Aquel que toma a pecho estas cosas y quiere agradar al Señor, sin duda sufre en esta lucha donde la carne (el viejo hombre) es mortificada y desarmada; pero conocerá la inapreciable compensación de tener la aprobación del Señor en su camino.
Si Dios nos trae cerca de él, sólo es para bendecirnos, y esto de una manera digna de él. Los que saben cuánto nos bendijo para la eternidad, seguramente no dirán que él no puede o no quiere bendecirnos en el tiempo presente. Sin embargo, es necesario que la bendición sea según Él y así es siempre perfecta. Dios busca y encontrará objetos sobre los cuales derramar todo el amor de su corazón y la plenitud de su bendición.
¿No quisiéramos ser de éstos? Que sea el propósito determinado de nuestro corazón andar con él y agradarle en todo. “Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios” (Génesis 5:24) y “tuvo testimonio de haber agradado a Dios” (Hebreos 11:5).