Jesucristo Hombre /4

Los pies del Señor (Su andar)

4. Los pies del Señor (Su andar)

1) Sus pies en la tierra

Isaías, en su visión, profetizó con admiración: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación…!” (Isaías 52:7). Romanos 10:15, considerando a todos los que serían enviados en las huellas de Cristo, añade: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” Jesús dijo: “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor” (Juan 12:26). Al final de su evangelio, vemos al apóstol Juan, así como a Pedro, levantarse y seguir al Señor en respuesta a su palabra: “Sígueme tú” (Juan 21:19-22).

Pablo, en su epístola a los Filipenses, presenta el mismo tema: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta”. “Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa”. “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen” (Filipenses 3:13-17).

¿Reconocemos, con humillación, que muchas veces el Señor debe lavar nuestros pies por medio de su Palabra para que tengamos “parte con él” (Juan 13:8) y podamos seguirlo?

En Hechos 13:25, al igual que en todos los evangelios, Juan el Bautista exclamó con la humildad que le caracterizaba: “He aquí viene tras mí uno de quien no soy digno de desatar el calzado de los pies”. Al día siguiente del bautismo, “mirando a Jesús que anda-ba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios” (Juan 1:35-36).A través de los evangelios, podemos seguir el andar del Señor por la tierra con corazones llenos de adoración.

2) A Sus pies

Cada uno de nosotros puede buscar en los evangelios qué personas vinieron a los pies del Señor.

En Mateo 15:29 vemos a Jesús junto al mar de Galilea. Para tener un poco de tranquilidad, subió a una montaña y se sentó allí. Sin embargo, una gran muchedumbre vino a él trayendo consigo a muchos enfermos; “y los pusieron a los pies de Jesús” (v. 30). ¿Qué hizo él? En lugar de pretextar su cansancio o sus deseos de tranquilidad, “los sanó”, de manera que la multitud glorificó a Dios.

En Marcos 7:25-30, una mujer griega vino a Jesús. Él había entrado en una casa, tratando de esconderse. ¿La recibió? Ella se postró a sus pies. Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos”. Los judíos despreciaban a todos los que no eran de su pueblo. La mujer, con la simplicidad de su fe, respondió: “Aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos”. El Señor le aseguró: “Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija”. Ella volvió a su casa y “halló que el demonio había salido, y a la hija acostada en la cama”.

En Lucas 7:37-50, “una mujer… que era pecadora” tuvo la audacia de entrar en la casa del fariseo que había invitado a Jesús a comer. Consciente de lo inconveniente de su acción, ella se mantuvo detrás del Señor, a sus pies; y “comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume” que había traído. El fariseo estaba escandalizado. Jesús lo amonestó mediante una pequeña parábola. Le recordó su mala acogida para con Él, mientras que a aquella mujer pudo perdonarle mucho “porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama”. Todos estaban sorprendidos; pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, ve en paz”.

En Lucas 8:35-39, los habitantes de la ciudad, descontentos de Jesús, vinieron a Él y “hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio; y tuvieron miedo”. Legión, una vez curado, no tenía más que un solo deseo: que Jesús le permitiera ir con él. Pero el Salvador le dijo: “Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo”. Entonces el hombre fue a dar su testimonio por toda la región. Antes, el demonio lo empujaba “a los desiertos”; pero una vez que el Señor lo liberó del poder diabólico, lo vemos proclamar “cuán grandes cosas había hecho Jesús con él”.

En Lucas 17:12-19, diez leprosos gritaban desde lejos al Señor: “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” Evidenciaron su fe cuando fueron a mostrarse a los sacerdotes, según el Señor les indicó. En el camino fueron curados. Volvió uno solo, un samaritano, glorificando a Dios a gran voz, y se postró a los pies de Jesús, dándole gracias. El Señor, entristecido, preguntó: “¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?” Es el único caso en los evangelios en que un hombre curado vuelve para dar gracias.

Pongamos empeño en hacerlo con frecuencia, especialmente el domingo en el culto, cuando, reunidos alrededor de Cristo, le recordamos en el memorial que él mismo instituyó. Adorémosle, conducidos por su Espíritu, por todo lo que hizo para gloria de Dios y para nuestra salvación.

En los evangelios se hace mención de María tres veces. En la casa de Betania, sentada a los pies de Jesús, oía su palabra (Lucas 10:39). Después de la muerte de Lázaro, no fue al sepulcro a llorar (como lo pensaban los judíos que vinieron a consolar a las hermanas), sino que fue adonde estaba Jesús; y cuando lo vio “se postró a sus pies... llorando”. “Jesús lloró” (Juan 11:28-35).

Seis días antes de la Pascua, después de la resurrección de Lázaro, el Señor volvió a Betania. “Le hicieron allí una cena”. “María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús”, quien pronto iba a dar su vida. “Los enjugó con sus cabellos”. Ante la objeción de Judas, Jesús dijo: “Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto” (Juan 12:1-8). El Señor sabía lo que le esperaba; ella lo presentía, y con todo su corazón derramó el perfume de la adoración y del agradecimiento.

3) Su andar en la tierra

Juan el Bautista, durante su debate con los judíos, contestó a sus preguntas y confesó claramente: “Yo no soy el Cristo”, ni Elías, ni el profeta. Ellos insistieron: “¿Qué dices de ti mismo?” Juan simplemente respondió: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto” (Juan 1:20-23).

Al día siguiente vio a “Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo… Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí, porque era primero que yo” (v. 29-30). Luego, añadió a su testimonio: “Vi al Espíritu que descen­día del cielo como paloma, y permaneció sobre él… Éste es el Hijo de Dios”. Al día siguiente, Juan otra vez estaba “mirando a Jesús que andaba por allí” (v. 35-36). Sus palabras ya no eran un testimonio público, sino la expresión de su corazón: ¡“He aquí el Cordero de Dios”!

Es un gran privilegio para nosotros ver a Jesús andar a través de los evangelios.

Pedro, quien acompañó al Señor durante todo su ministerio, relató en casa de Cornelio “cómo éste (Jesús) anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38). El Señor, en varias ocasiones, anduvo junto al mar, sobre todo para llamar a algunos discípulos: a Simón, llamado Pedro, y a Andrés (Mateo 4:18; Marcos 1:16), a Jacobo y a Juan (Marcos 1:19), y también a otros.

En los evangelios leemos que Jesús “subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo”. Vio a los discípulos “remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario”. ¿Los socorrió de inmediato? “A la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar”. Los discípulos “pensaron que era un fantasma, y gritaron… Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven” (Mateo 14:22-33; Marcos 6:45-51). Pedro anduvo, pues, sobre el agitado mar para ir a Jesús; pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Gritó: “¡Señor, sálvame!” Jesús no dijo: «Has sido presuntuoso, ¿por qué has querido andar sobre el mar?», sino: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” El Salvador no esperó. “Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él”. Los dos subieron a la barca y el viento se calmó. Los discípulos, llenos de admiración, “le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios”.

En las tempestades de la vida, los creyentes pueden «ver a Jesús» y oírle decir: “Yo soy; no temáis” (Juan 6:20).

El Señor, en Lucas 9:51, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén”, en cumplimiento de Isaías 50:7. La continuación del evangelio se halla caracterizada por ese itinerario. En Lucas 13:32-33, insistió: “Es necesario que hoy y mañana y pasado mañana siga mi camino… al tercer día termino mi obra”.

Por fin, “entró Jesús en Jerusalén, y en el templo”. ¿Sería recibido? “Habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce” (Marcos 11:11). El ministerio de gracia iba a terminar. Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús tuvo hambre. Y viendo una higuera con hojas, fue a ver si quizás encontraría algún fruto; pero cuando se acercó, “nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos” (v. 12-13). A la mañana siguiente, “vieron que la higuera se había secado desde las raíces” (v. 20). Todo este incidente no es más que una figura de Israel, el cual no produjo ningún fruto para el Salvador.

Unos cuarenta años más tarde, bajo el juicio de Dios, Jerusalén era destruida por Tito, tal como lo testifica su arco del triunfo en el Foro de Roma, visible hoy todavía.

A partir de Marcos 14:53 no se habla más del andar de Jesús. Éste se dejó “llevar” a fin de cumplir Isaías 53:7: “Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores” (Marcos 15:1, 16, 20, 22).

Al instituir la Cena, el Señor añadió: “El Hijo del Hombre va” (Lucas 22:22), recordando Mateo 13:44 y 46: “Va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo… Habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró”.

Finalmente, los soldados romanos pusieron fin al incomparable itinerario del Salvador al clavar los pies que tanto anduvieron por los caminos de la tierra.

4) Los pies del Resucitado

Simón Pedro y el discípulo a quien Jesús amaba, advertidos por María Magdalena, corrieron al sepulcro. Vieron los lienzos y el sudario, comprobando así la desaparición del cuerpo del Señor. Y volvieron a sus casas (Juan 20:1-10).

María se quedó junto al sepulcro, llorando. “Se inclinó... y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto”. Los lienzos yacían allí y el sudario había sido enrollado. Antes que el ángel rodara la piedra, el Resucitado había desaparecido. María respondió a los ángeles: “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”. Volviéndose hacia atrás, vio a Jesús sin saber que era él. Jesús le dijo: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro)”.

Entonces el Resucitado le encomendó el maravilloso mensaje que debía llevar a Sus hermanos: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” ( v. 11-18). No le dijo: «Subo a nuestro Padre y a nuestro Dios»; Jesús siempre es “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).

María Magdalena primeramente contó a los discípulos que había visto al Señor; luego, que le había dicho estas cosas.

Cuando llegaron las otras mujeres, “abrazaron sus pies, y le adoraron” (Mateo 28:9).

El mismo día, los dos discípulos que iban a Emaús fueron acompañados por Jesús resucitado, quien se puso a caminar con ellos. Cuarenta días más tarde, antes de separarse de todos ellos, él mismo “los sacó fuera… y fue llevado arriba al cielo” (Lucas 24:13-15, 50-51).

Zacarías 14:4 concluye que cuando Cristo regrese en gloria, sus pies (divinos) se afirmarán sobre el monte de los Olivos. Y “vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos” (v. 5).

5) Todas las cosas bajo Sus pies

En Apocalipsis 1:15 y 2:18, los pies del Señor son “semejantes al bronce bruñido”, y Juan cae “como muerto a sus pies” (1:17). En la visión de Apocalipsis 10, sus pies son “como columnas de fuego” (v. 1); en el versículo 2, escribe: “Puso su pie derecho sobre el mar”, expresión simbólica de su futura gloria que responderá a la profecía del Salmo 8:6, cuyo cumplimiento se anuncia en Efesios 1:22: “Sometió todas las cosas bajo sus pies”, lo que confirma Hebreos 2:8-9: “Todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos (por la fe) a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte”.