Dos veces liberado

...de la prisión y del pecado

En la cárcel de cierta ciudad del Brasil se hallaba un hombre que acababa de cumplir veinte años de prisión por homicidio. Había llegado el día de su liberación.

A la una de la tarde salió de la cárcel sin rumbo fijo. Después de caminar un buen rato, llegó finalmente a los límites de la ciudad. De repente, oyó cantar un himno acompañado al piano. Se acercó para escucharlo. Una niña de la casa lo vio, lo invitó a entrar y le ofreció asiento. Luego le trajeron una taza de café y, bebiéndolo comentó: «Hace veinte años que no he tomado una taza de café tan bueno como éste».

La casa en la que el ex prisionero era tan amablemente tratado pertenecía a una familia creyente, cuyo jefe era un importante hombre de negocios.

A las cuatro de la tarde llegó el dueño de casa, quien, apenas hubo entrado, con satisfacción contó a su esposa cómo había realizado algunas operaciones comerciales y otros negocios interesantes durante el día. El desconocido escuchó atentamente la conversación del comerciante y comprendió en seguida que éste traía consigo mucho dinero.

Llegada la hora de cenar, se lo invitó a compartir la comida, lo que aceptó gustosamente. Luego, como ya era tarde, el dueño de casa lo instó a que pasara la noche allí, después de lo cual le preguntó de dónde venía y qué hacía. Oyó de labios del visitante la desdichada historia de su vida criminal.

El hombre se dispuso a alojarse allí. Desde ese momento se puso a planear cómo podría robar al comerciante, a pesar de que éste, como creyente piadoso, le había brindado su hospitalidad. Con aquel propósito, fue estudiando las disposiciones de la casa hasta las ocho.

A esa hora tuvo lugar una reunión familiar, a la cual asistió. En verdad era para él una experiencia nueva. Cantaron un himno, leyeron un trozo de las Escrituras y oraron en voz alta también por el desdichado visitante, pidiéndole al Señor que lo librase de cometer otros crímenes, que lo encaminase en una vida honesta, que le diese salud y trabajo, en fin, que lo transformara en un siervo fiel.

A las diez se fueron a acostar; al entrar el ex prisionero en la habitación que se le había asignado, su voluntad estaba en abierto conflicto con la de Dios. Él deseaba robar y Dios quería liberarle de sus pecados y salvar su alma. Su corazón, su voluntad y sus inclinaciones libraban dura lucha al recordar, con mucho temor, las palabras que había oído en la oración elevada a Dios en su favor. Pasó algunas horas de la noche luchando con sus pensamientos, pero finalmente prevaleció la voluntad divina. Humillado y arrepentido, se arrodilló a solas con Dios. Le confesó sus pecados, pidió y obtuvo de él su perdón. ¡Era un hombre nuevo!

Por la mañana, al salir del cuarto, encontró a quien lo había acogido con tan bondad, ante el cual no pudo contener sus lágrimas. Entonces, entre alegría y llanto confesó al comerciante el siniestro plan que había concebido para robarle durante la noche y le pidió perdón por ello. Luego, le contó la experiencia que tuvo después de la reunión familiar. Al oír esto, hubo mucha alegría en la familia y todos alabaron a Dios por la salvación de esa alma.

Este hombre, ahora convertido y hecho una nueva creación en Cristo, se tornó honesto y trabajador. Manifestó, a través de su vida cristiana, la realidad de su fe.

Varias cosas concurrieron a su conversión: el himno cantado en la víspera, la acogida cristiana dispensada por la familia, y particularmente la reunión familiar.

¡Ojalá el gozo de la salvación caracterice a todos los miembros de una familia, de modo que Dios sea alabado en el hogar con alegres cantos, con la lectura de su Palabra y la oración diaria, y cada uno manifieste la bondad divina!

Ahora, lector, si todavía no es usted creyente, tiene la misma necesidad apremiante de entregarse a Jesús, el Salvador. Recuerde que toda demora es perjudicial y peligrosa. Acepte la gracia de Dios que le trae salvación y vida eterna por Jesucristo; él “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tito 2:14).