Las bodas de Cana

Juan 2:1-11

  1. Lo que faltaba en la alegre fiesta: Juan 2:1-5.
  2. La milagrosa ayuda: v. 6-11.

Explicación y enseñanza

Sin duda, los desposados eran temerosos de Dios y pertenecían a los que esperaban “la consolación de Israel” (Lucas 2:25). El Señor fue invitado y compartió el gozo con los que se alegraban (Romanos 12:15). Concurrió como convidado, pero pronto se manifestó como ayudador en las dificultades y fuente de alegría, como centro y señor de la fiesta y de la casa. La expresión “mujer” (Juan 2:4) no era de ninguna manera despectiva (compárese Juan 19:26 y 20:13). En la cruz, vemos que él amaba a su madre; pero en Caná, su comportamiento y respuesta ponen de manifiesto que su actuación y gloria como Hijo de Dios superaban con mucho su deber filial hacia María. Él aguardaba en la dependencia de Dios, su Padre, el tiempo y la hora que Dios había determinado para él y para la revelación de su gloria (v. 4).

Una boda es, quizás, la más alegre de las fiestas; pero en la de Caná se terminó el vino, la fuente o figura de la alegría. Sin embargo, ¡qué bendición que estuviese presente el Señor! Era el ayudador de los suyos. También quería compartir penas y alegrías con ellos. Estuvo con ellos en medio del mar cuando se desató la tempestad, y calmó el viento y las olas (Mateo 8:23-27); estuvo con ellos en el desierto y les dio pan (14:15-21); fue invitado con ellos a las bodas y les trajo alegría, ya que toda alegría terrenal y humana termina pronto. Estuvo con ellos ante el sepulcro de Lázaro; lloró con ellos y trajo al difunto de vuelta a la vida (Juan 11:35-44).

Había mucha agua para la purificación (una tinaja equivale a unos 100 litros). Si se piensa en el agua como figura de la aflicción, entonces, después de la tribulación, la alegría es proporcionalmente grande. A nosotros también, si somos propiedad del Señor, nos dará eterno gozo y eterna gloria después de todas las pruebas de nuestra vida terrenal (1 Pedro 1:5-9 y 2 Corintios 4:17).

Las bodas de Caná y la purificación del templo que las siguió, también pueden considerarse desde el punto de vista profético, a saber, en su relación con el capítulo 1 del mismo evangelio.

En primer lugar, tenemos el testimonio de Juan el Bautista: Juan 1:19-28. Pero el verdadero servicio de anunciar a Jesús como el Cordero y el Hijo de Dios se halla en los versículos 29-34. Desde allí, Jesús mismo es el centro de reunión. El párrafo de los versículos 35-42 es la figura de la Iglesia en nuestra época cristiana. Pedro —o “Cefas”—, que significa piedra, constituye una parte o piedra del edificio —la Iglesia o Casa espiritual— (1 Pedro 2:4-5; Mateo 16:18). Luego, a partir del versículo 43 —tras la formación

y terminación de la Iglesia considerada como templo—, viene el llamamiento del remanente de Israel (Natanael bajo la higuera) y las bodas. Éste es el tercer día. Precedentemente estuvieron los días del testimonio de Juan (primer día) y la época de la Iglesia (segundo día). Después empezará la tribulación y la congregación de Israel (esto es el tercer día).

Las bodas y el vino constituyen una figura del reino venidero del Señor Jesús y de la alegría en la tierra cuando él more como Rey y Esposo en medio de los suyos. Pero antes de este glorioso reino y del tiempo alegre y feliz, “habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mateo 24:21); estas profundas aguas de la tribulación serán transformadas en el vino de la alegría. Esto será “el buen vino”, porque el mundo aún no habrá visto tan glorioso y feliz tiempo (compárese Isaías 12; 35:6, 10; 54:7-14; Salmos 97:1; 98; 99; 100; Sofonías 3:14-17). Los Israelitas mirarán a Cristo, “a quien traspasaron, y llorarán” (Zacarías 12:10); y después de este arrepentimiento nacional se reanudarán las relaciones con Él. Entonces seguirá la purificación del templo, la restauración de las fiestas y del culto a Dios en Israel.

Aún hoy permanecen vigentes las palabras del Señor referentes a su reino, a su dominio en la tierra y al despliegue de su gloria ante el mundo: “Aún no ha venido mi hora”. Pero esa hora vendrá (Apocalipsis 19:11-21; 20:6; 21:10; Colosenses 3:4; 2 Tesalonicenses 1:10).

Actualmente, aún es el tiempo de esperar al Señor Jesús y de perseverar hasta el arrebatamiento de la Iglesia. Tal como lo vimos antes, los cristianos no pasarán por la gran tribulación: “Te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero” (Apocalipsis 3:10). Ya estarán en el cielo con Cristo para siempre (1 Tesalonicenses 4:17).