“Viendo, pues, Ezequías la venida de Senaquerib, y su intención de combatir a Jerusalén,
tuvo consejo con sus príncipes y con sus hombres valientes... y habló al corazón de ellos, diciendo:
Esforzaos y animaos; no temáis, ni tengáis miedo del rey de Asiria, ni de toda la multitud
que con él viene; porque más hay con nosotros que con él”. “El rey Ezequías y el profeta Isaías
hijo de Amoz oraron por esto, y clamaron al cielo.”
(2 Crónicas 32:2-7, 20)
¡La oración es un clamor!
Cuando hemos expuesto nuestras necesidades a nuestro Dios, Él quiere llenar nuestros corazones de su paz (léase Filipenses 4:6-7). Ezequías lo experimentó: “Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Lo que me pediste... he oído” (2 Reyes 19:20).
A los ojos del hombre, parecía que se iba a entablar un combate mortal entre las tropas del rey de Asiria que venía a atacar a Jerusalén y las de Ezequías, rey de Judá. ¡Qué poderoso era el ejército de Senaquerib!
Sabemos lo que hizo Ezequías: Dos veces había entrado en la casa de Dios y había clamado a él. ¡Qué recurso es éste! Siempre está a nuestra disposición. El Dios con quien tenemos que ver es el mismo en su poder y en su amor (véase 2 Reyes 19:15). Si sabemos clamar a él, obtendremos respuestas igualmente preciosas.
Se puede pensar que Dios intervino para dar la victoria a Ezequías sólo después de un duro combate. No obstante, actuó como únicamente él podía hacerlo: “Aquella misma noche salió el ángel de Jehová, y mató en el campamento de los asirios a ciento ochenta y cinco mil”. Aquí también se le hubiera podido decir al pueblo de Israel: “Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Éxodo 14:14).
¿Sabemos mirar suficientemente a nuestro Dios en las dificultades y tener plena confianza en su poder que es infinito? Un solo ángel que Él mandó mató a 185.000 hombres. Los ángeles, “¿no son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?” (Hebreos 1:14).