La breve parábola de Marcos 4:26-29 presenta a un hombre que echa su semilla en la tierra y, cuando llega el tiempo de la siega, cosecha los frutos. Ahora bien, en lo que respecta al crecimiento de la semilla hasta su total desarrollo, el hombre no interviene para nada. La fuerza de la naturaleza que Dios estableció obra de manera secreta y maravillosa, produciendo frutos. Las palabras del Señor, “sin que él sepa cómo”, conservan todo su valor hasta el día de hoy. Por mucho que los hombres hayan investigado en todos los dominios de la naturaleza, no se llegan a comprender aún los mecanismos absolutos de los procesos que tienen lugar en ella.
Ocurre lo mismo hoy en día en lo que podríamos llamar la esfera espiritual y divina. Muchos se esfuerzan en analizar las operaciones del Espíritu Santo en las almas, lo cual es imposible. Nuestro gran privilegio es sembrar. Lo que la Palabra lleva a cabo en el corazón de los hombres es obra del Espíritu Santo y no puede ser sino una obra perfecta.