Jesús y la Samaritana

Juan 4:1-42

  1. El agua viva: Juan 4:1-15.
  2. Jesús se revela como el Mesías: v. 16-27.
  3. La mujer y muchos samaritanos creen en el Señor, “el Salvador del mundo”: v. 28-42.

Explicación y enseñanza:

Expulsado por la hostilidad de los judíos, el Señor empezó su obra fuera de su pueblo terrenal. Los discípulos aún no tenían permiso para trabajar fuera de Israel hasta tanto éste no hubiera sido dejado de lado (Mateo 10:5). Pero él, “el Señor de la mies”, podía hacerlo.

Los samaritanos —pueblo constituido por una mezcla de judíos y gentiles— habían abandonado los ídolos y reconocían la ley, pero instauraron su propio culto a Dios en el monte Gerizim (2 Reyes 17:24-34). Samaria era un triste testimonio de la ruina de Israel, porque el “pozo de Jacob” —que pertenecía a José y era el lugar donde descansaban sus huesos (Josué 24:32)— estaba en manos de extranjeros que no sabían lo que adoraban.

El Señor compartió los sufrimientos de la humanidad (sintió cansancio), se sentó al borde del pozo (se contentó con poco) y dependió de una mujer para saciar su sed (no había ningún recipiente para sacar el agua). ¡Qué maravilla cuando uno piensa quién era el cansado viajero! (compárese con Juan 1:1-5).

Dios en su gracia quería obrar en una pobre pecadora; por eso era necesario que el Señor pasase por Samaria. Los judíos solían viajar por Perea (margen oriental del Jordán) y no por Samaria, porque odiaban a los samaritanos. ¡Cuán precioso era para el Señor el servicio a favor de esa alma! Para él, era una comida (v. 32).

Rechazado por los judíos, se dirigió a una pecadora fuera de Israel, porque la gracia busca objetos en los cuales glorificarse (es ilimitada). La hora sexta1 era la calurosa hora del mediodía, en la cual uno preferiría quedarse en casa. Él se encontró solo con la mujer, la cual debía de temer a la sociedad a causa de sus pecados. Condujo la atención de la mujer hacia “el don de Dios”, del cual ella no sabía nada hasta entonces. Los deseos de la mujer se refirieron solamente a las penas de esta vida, pero el Señor despertó en ella el deseo del agua viva, esto es, la nueva vida mediante la Palabra de Dios y el Espíritu (compárese con Juan 7:38-39). Como la mujer no entendía bien la necesidad de su corazón, el Señor se dirigió a su conciencia (v. 16) y le hizo sentir su vida pecaminosa. Ella había caído muy bajo, pero precisamente por esto vino a ser objeto de la misericordia.

Parece que la mujer había reflexionado acerca de la adoración de los samaritanos en Gerizim y de los judíos en Jerusalén (era religiosa). Habló de alabanza porque su vergüenza había sido descubierta. Quería ocultarla mediante ejercicios religiosos (mediante su propio culto a Dios; algo que todavía vemos hoy). Sin embargo, el Señor rechazó el culto por voluntad propia (compárese con Caín). Dios busca “verdaderos adoradores” que le adoren “en espíritu y en verdad” (los santuarios materiales quedan excluidos). También los judíos adoraban (mediante sacrificios e incienso), pero ello no era la verdadera adoración. Sólo el pecador rescatado puede ofrecer una real alabanza. La gracia de Dios se revela en el Hijo, el cual se hallaba aquí en presencia de la mujer.

Cuando la mujer habló del Mesías de Israel que había de venir, el Señor se reveló a ella. Ella creyó y fue salva (Lucas 19:10). Se olvidó de sus necesidades (dejó el cántaro), de su vergüenza (que fue quitada) y vino a ser una mensajera de las Buenas Nuevas. Muchos creyeron y reconocieron por sí mismos que Jesús es el Salvador. ¡Cuán importante y necesario es esto! (véase Juan 7:38; Salmo 42:1-2). La comida del Señor era hacer la voluntad de Dios (v. 32; compárese con Hebreos 10:7 y Mateo 26:39, 42).

  • 1N. del E.: Por lo general, la división del día en doce horas se consideraba en Israel desde la salida hasta la puesta del sol.