“Sígueme tú” (Juan 21:22)
Ése es el claro llamamiento del Señor. Medite estas palabras con oración a fin de que sean el poder que dirija su vida, y póngalas en práctica. No siga a tal o cual cristiano o doctrina, sino a Cristo. Él jamás lo engañará. Si sus compañeros cristianos no imitan a Jesús, no haga como un alumno que no copia directamente del modelo sino de una reproducción del mismo. ¡Ojalá que estas palabras sean de bendición para usted! También será para gloria de Dios.
“Ocúpate en la lectura” (1 Timoteo 4:13)
El cristiano es hombre de «un» Libro. La Biblia contiene para él todo el pensamiento revelado de Dios. Ella es “útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17). Nada debilita más al creyente que la lectura de novelas religiosas insípidas. Lo arrastran a dejar de lado las Escrituras. Es menester leer la Biblia de forma regular, sistemática y con oración. Los escritos de siervos de Dios pueden ser provechosos, pero vaya a la fuente de todo conocimiento y verdad: la Palabra de Dios. Es lamentable ver a tantos cristianos que ignoran relatos y verdades del único Libro que les dio la salvación y que los instruye en los caminos del Señor.
“Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17)
La dependencia de Dios conviene al cristiano. Es su salvaguardia. El creyente más fuerte es el que más cerca está del Señor. Ore por todo y haga de ello un hábito. “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7). Tenga momentos consagrados especialmente a la oración, pero, en todo tiempo y lugar, eleve su corazón a Dios para pedirle ayuda, seguridad y consejo. Un creyente que lee pero que no ora, viene a ser simplemente conocedor de las cosas del Señor. Por otro lado, el que ora sin leer es ferviente, pero no conoce el pensamiento de Dios. Sin embargo, el cristiano que escudriña las Escrituras con espíritu de oración, crecerá en el verdadero conocimiento de Dios y será continuamente llevado a ofrecer súplicas al Señor.
“A cada uno su obra” (Marcos 13:34)
Uno de los defectos del cristianismo actual es la pereza. Querido cristiano, aunque su conversión sea reciente, procura hacer algo para el Señor. Pero que su corazón se halle en verdadera comunión con Él, y el gozo del Señor sea su fuerza. Haga la primera cosa que se le presente y no espere un gran comienzo. Tal vez nunca será llamado a anunciar el Evangelio a las gentes, pero puede leer la Biblia a algún enfermo o a un anciano; también puede dar un tratado a un transeúnte. Todos los siervos del Señor que lo honraron, comenzaron con sencillez y humildad. ¿Busca para usted grandezas? No las busque (lee Jeremías 45:5), sino haga pequeñas cosas con espíritu de servicio. Ése será el comienzo más grande. No es algo pequeño plantar una semilla que en su interior lleva el fruto de un roble.
“Ocúpate en estas cosas” (1 Timoteo 4:15)
Si la pereza es un defecto, también es deplorable la actividad desbordante. No se abandone a esta disposición de espíritu que sólo se satisface con la actividad continua e ininterrumpida. Así, no se deje absorber por su trabajo a tal punto que no sienta más simpatía por otros y que le falte tiempo para velar por los intereses de su alma. Las malas hierbas no deben invadir su viña, mientras se ocupa de los demás. Tómese su tiempo, como María, para sentarse a los pies del Señor y escuchar sus palabras (Lucas 10:39). Ojalá salga siempre de delante de su presencia, no en un febril estado de agitación —aun si se refiere a su servicio—, sino con el gozo apacible por su amor y con la convicción de que Él lo envía. Si el Señor pregunta: “¿A quién enviaré, y quién irá por vosotros?” (Isaías 6:8), qué feliz estará usted al poder contestar: “Heme aquí, envíame a mí”; ¡qué dichoso y útil será su servicio! El día de la recompensa se acerca. El Señor viene pronto. ¡Qué privilegio para nosotros servir a un Maestro como el nuestro, que no deja a sus obreros librados a su propia suerte!
“Amo a Jehová, pues ha oído mi voz y mis súplicas; porque ha inclinado a mí su oído; por tanto, le invocaré en todos mis días…Oh Jehová, ciertamente yo soy tu siervo” (Salmos 116:1-2, 16).