El pecado

Un solo pecado es más horrendo para Dios que mil pecados para nosotros, aun más que todos los pecados del mundo.


 

Dios nada pasa por alto; puede perdonarlo todo, puede purificar de toda mancha, pero todo lo toma en cuenta.


 

Si todos los pecados cometidos en el mundo fueran reunidos en mi persona y si fuera yo el autor de todos ellos, esto no debería impedirme que crea en Cristo y que me vuelva hacia Dios por Él.


 

Si nuestros corazones no sienten con bastante intensidad lo que es el pecado, podemos descansar en el hecho de que Cristo lo probó cuando bebió la copa amarga y fue hecho pecado en nuestro lugar. Pero, si no hemos entendido, por lo menos en alguna medida, —claro que no como Jesús lo experimentó— la enormidad del pecado a los ojos de Dios, somos completamente ajenos al pensamiento de Cristo.


 

Fue clavado en la cruz un Hombre perfecto, sin mancha, abandonado por Dios. ¡Qué espectáculo a los ojos del mundo! ¿Sorprende que el sol, astro maravilloso que testificó de la gloria de Dios en la creación, se haya obscurecido cuando el Testigo fiel y verdadero elevó la voz hacia su Dios y no recibió respuesta? ¿Por qué motivo fue abandonado por Dios? ¿Qué parte tengo yo en esta cruz? Una sola: mis pecados. Esta hora solemne que sobrepasa a toda otra, excede a todo conocimiento y permanece única en los anales de la eternidad.


 

Cristo murió a fin de no dejar subsistir el pecado delante de Dios.