El horno del alfarero

Hace muchos años visitaba a un amigo que tenía un gran horno antiguo en el que fabricaba alfarería para el hogar. Un día el horno estaba completamente lleno de miles de piezas torneadas y entonces se encendió el fuego. Era un espectáculo muy interesante. Durante 34 horas ininterrumpidas, el horno devoraba carretadas llenas de madera de pino bien seca. Las llamas se elevaron y acabaron llenando completamente el horno, lamiendo las piezas de tierra, fundiendo el esmalte sobre ellas y alcanzando por fin una excelente brillantez, así como la requerida dureza para su uso. La temperatura llegó a los 800 grados centígrados.

Cerca de ese ardiente y fascinante fuego, todo aquel que ama y conoce la Palabra de Dios puede fácilmente hacer útiles reflexiones. Uno piensa en Jeremías descendiendo a la casa del alfarero, según la Palabra de Dios (Jeremías 18). Se ve también el horno de fuego ardiendo, calentado siete veces más de lo acostumbrado, en el cual fueron echados los tres jóvenes hebreos fieles a su Dios, quien también los libró de manera maravillosa (Daniel 3). Asimismo, se piensa en aquel “fuego que no puede ser apagado” (Marcos 9:43, 45), aterrador, adonde irán para siempre los que rechazan a Cristo como Salvador y el valor de su sangre derramada.

Para Satanás, ese fuego eterno ya está preparado. Deseando tener consigo una compañía numerosa, convence a muchas personas de que la bondad de Dios los librará del castigo. Se vale de tres maravillosas palabras de las Escrituras: “Dios es amor” (1 Juan 4:8), para hacerles dormir como en una almohada de seguridad. Sin embargo, ¡qué amargo despertar para todos aquellos que se dejaron seducir! La Palabra de Dios es firme, y nos habla del castigo eterno, usando exactamente la misma palabra con la cual habla de la existencia de Dios mismo (Mateo 25:46; Marcos 9:48; Isaías 66:24; 40:28). Sí, es cierto, Dios es amor; no nos cansaríamos de repetirlo. Vemos en la cruz la grandeza y la medida de ese amor. ¿Podría ofrecer mayor prueba que la de dar a su único Hijo, el objeto de sus eternos consejos y de su amor divino? Pero su santidad —esa santidad que nosotros tanto desconocemos— resplandece al mismo tiempo en la cruz, por el hecho de que, durante esas únicas horas, centro de la lamentable historia del ser humano, Dios tuvo que obrar así y abandonar al Hijo de su amor.

Eso era menester a fin de que la criatura perdida pudiera ser rescatada y salvada. Tal medio era necesario para que la santidad de Dios fuera satisfecha y su amor hallase su libre desarrollo. El rechazo del amor divino en gracia trae consecuencias eternas para el destino del hombre incrédulo. Ahora están disponibles los tesoros de amor en el corazón de Dios para el pecador que se allega a Él por Cristo, único camino para salir de este mundo y alcanzar la felicidad. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Sin embargo, su corazón también abriga olas de ira contra aquellos que toman su Palabra por la de Satanás. “Porque has engrandecido… tu palabra sobre todas la cosas”, dijo David el salmista (Salmo 138:2). Ni una de sus palabras —ya sea en bendición o en juicio— pasará sin ser cumplida.

Mientras me encontré cerca del horno del alfarero surgió otra interesante observación. Esa enorme llama produjo una fuerte aspiración de aire. Mi amigo me dijo que, durante los anocheceres de verano, son innumerables los insectos, mosquitos, mariposas, etc., que, atraídos por ese magnífico resplandor, se acercan al horno, pero que de repente se ven arrastrados por la corriente de aire y, en un abrir y cerrar de ojos, son devorados por las llamas.

Queridos jóvenes, ¿también sois vosotros atraídos por las seducciones del mundo? Una gran cantidad de cosas resplandece a vuestros ojos. Joven, quizás el deporte te atraiga. Puede que se lo justifique, por cierto, debido a necesidades físicas. Sin embargo, pienso en la influencia de las malas compañías y en el engranaje que te atraerá hacia ese mundo que crucificó al Señor Jesús, el Salvador. Tú también muchacha, quizás pronto te veas seducida por la preocupación de ser coqueta, sin tener en cuenta que, con sus fútiles apariencias, las malsanas modas matan en tu corazón los finos sentimientos, y son un lazo para los demás. ¿Qué lugar tiene Cristo en esas cosas? Veo en esto a las pobres mariposas fascinadas, absorbidas por esas mortíferas llamas.

¡Huid, mientras que haya tiempo! Jesús os llama; os ofrece la verdadera felicidad. Ésta consiste en tener una conciencia liberada del peso del pecado, gozar ahora mismo del favor de Dios y esperar de los cielos al Señor Jesús, “quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:10). Desechad la corriente de este mundo, antes de ser consumidos por las llamas de la ira de Dios.