- Las palabras del ángel: Lucas 1:26-28.
- La visita de María a Elisabet: v. 39-45.
- El cántico de alabanza de María: v. 46-56.
Explicación y enseñanza
El Señor había de venir como “renuevo... de tierra seca” (Isaías 53:2). En Nazaret, una pequeña ciudad de Galilea, de la cual no se podía esperar nada bueno (Juan 1:46), vivía María, una mujer pobre, humilde e insignificante, pero objeto de una gracia infinita (“muy favorecida” Lucas 1:28). Ante ella se presentó el ángel Gabriel quien le anunció que había de ser madre del Mesías prometido. Dios emplea instrumentos débiles, para que Él sea todo (1 Corintios 1:28-29).
El nombre de Jesús tiene la misma raíz que el de Josué (formado por Jehová y Oseas), y significa Jehová es salvación. Dios mismo quería ser nuestro Salvador. La grandeza del Hijo de Dios constituye un magnífico contraste con la pequeñez de María.
María visitó a Elisabet, porque fue hecha también objeto de la gracia de Dios. Ambas participaban íntimamente de las cosas de Dios (tuvieron comunión una con otra; 1 Juan 1:7). Así debería ocurrir con todos los creyentes. Ambas mujeres eran desconocidas al mundo y esperaban el cumplimiento de las promesas de Dios. El cántico de alabanza de María está impregnado de este pensamiento: Dios obra con poder para su gloria y para nuestro bien, cuando todo es débil e insignificante (compárese con el cántico de Ana en 1 Samuel 2). Ojalá nuestros corazones experimenten semejante gozo por la gracia y la salvación de Dios (Proverbios 29:23; Lucas 1:47-54).