Tres hombres de bien: Ahimaas, José de Arimatea y Bernabé

Ahimaas

En ese tiempo sombrío en el que David fue echado del trono por su propio hijo Absalón —un hijo tan odioso que hace pensar en el anticristo descrito en 2 Tesalonicenses 2—, apareció ese primer “hombre de bien” llamado así en la Escritura, Ahimaas (2 Samuel 18:27; véase cap. 15, 17 y 18). David ya no era más, como al principio de su carrera, una figura de Cristo, sino del remanente judío bajo sufrimiento. Era culpable de la sangre inocente de Urías, como los judíos de la sangre del Mesías. En tales momentos, se manifestaron los más allegados; fue el caso de Itai geteo (15:19-21). Este extranjero, que desde hace poco estaba en Israel, estaba listo para seguir al rey rechazado, aun si tuviera que enfrentar la muerte. Husai, amigo de David, Sadoc y Abiatar, los sacerdotes, y sus hijos Ahimaas y Jonatán estaban también allí. No acompañaron a David exiliado, sino que entretanto desempeñaron una función importante. Tan pronto como Husai dio su consejo a Absalón, lo hizo saber a David. Ahimaas y Jonatán debían llevar el mensaje, lo que era una misión peligrosa. Pero primero era necesario que una criada viniera a avisar a estos dos hombres. Fue un humilde servicio que sin embargo el Espíritu Santo no deja de hacer notar (17:17), pues, por pequeño que fuera, era menester para el cumplimiento del plan de Dios. Satanás estaba activo: Absalón, avisado por un joven, los hizo perseguir; pero una mujer de Bahurim los escondió. Fue otro servicio humilde, igualmente mencionado. Finalmente Ahimaas y Jonatán hicieron llegar el mensaje al rey.

El capítulo 18 nos muestra la victoria de David y la muerte de Absalón. Ahimaas, quien había expuesto su vida para advertir al rey del peligro, era digno de llevarle la noticia; pero Joab se opuso y envió al etíope. Ante la insistencia de Ahimaas, finalmente lo dejó ir.

Este hombre que corría y que pasó al etíope constituye una viva exhortación para nosotros. El motivo de sus esfuerzos no deja lugar dudas, no era otra cosa que por amor al rey. Las personas de este mundo corren tras los ídolos del día, y sus miserias son multiplicadas (Salmo 16:4). Viene el tiempo en que correrán detrás del Anticristo. Nosotros, imitemos al apóstol Pablo, quien podía decir: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14).

Ahimaas no sólo corría rápido, sino que su manera de correr lo distinguía y hacía que el atalaya lo reconociera aun cuando estaba lejos (2 Samuel 18:27). Estas ilustraciones nos hacen humillarnos y decir juntamente con la amada: “Atráeme; en pos de ti correremos” (Cantares 1:4).

El mismo rey David otorgó este hermoso título a Ahimaas: “Ese es hombre de bien” (2 Samuel 18:27). Conocía la manera de actuar de aquel que había expuesto su vida por él.

José de Arimatea

Fue quien pidió a Pilato el cuerpo de Jesús, permitiendo de este modo el cumplimiento de lo que había anunciado el profeta Isaías: “Con los ricos fue en su muerte” (53:9). Es notable que los cuatro evangelios narran su intervención (léase Mateo 27:57-61; Marcos 15:42-47; Lucas 23:50-56; Juan 19:38-42). En Juan, es visto en compañía de Nicodemo. Proféticamente, estos dos discípulos prefiguran al pueblo de Israel arrepentido. En el párrafo anterior, vemos la sangre y el agua que salen del costado del Señor (v. 34); luego, el Espíritu Santo nos indica que dos pasajes de las Escrituras están cumplidos (v. 36-37), de los cuales el de Zacarías 12:10 habla del arrepentimiento futuro de Israel. No es, pues, una sorpresa ver a continuación dos representantes de ese pueblo.

“José de Arimatea… era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos”. Sin embargo, en Lucas 23:51, vemos que no consintió en el consejo ni en los hechos de los jefes del pueblo, y esta actitud de separación le honraba. Luego, llegó un momento en que le fue imposible guardar silencio. Entonces, se atrevió a comprometerse e ir a Pilato, dejando de ser un discípulo en secreto. El Dios que dirige todas las cosas lo utilizó para el cumplimiento de Isaías 53:9. Era necesario ser rico para tener un sepulcro nuevo. Además, había que tener una elevada posición social para poder intervenir ante Pilato; un pobre galileo no habría podido hacerlo.

Nos es presentado de cuatro maneras diferentes en relación con el carácter según el cual el Señor Jesús es presentado en cada evangelio. En Mateo es “un hombre rico” (27:57), lo que corresponde perfectamente al rey de Israel. En Marcos es solamente un “miembro noble” (15:43), lo que corresponde al siervo perfecto. En el evangelio de Lucas, donde se nos presenta la perfecta humanidad de Cristo, es un “varón bueno y justo” (23:50). En fin, en el evangelio de Juan, donde se presenta a Jesús como el Hijo eterno, es “discípulo de Jesús” (19:38 y 15:8).

Bernabé

En ese tiempo de frescor, “la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma”. Los creyentes vendían sus posesiones y distribuían el precio según la necesidad de cada uno. Así hizo Bernabé. Tenía una heredad y la vendió (Hechos 4:32-37). Cuando uno ha hallado los bienes celestiales, las cosas terrenales palidecen y toman su verdadero lugar, viniendo a ser sólo un medio, particularmente para ayudar a aquellos que están necesitados. Notemos que era oriundo de Chipre, detalle que más adelante será útil considerar. Era levita, uno de los raros servidores de la época pasada mencionado en el Nuevo Testamento. Su nombre era José, pero los apóstoles le pusieron por sobrenombre Bernabé. Al cambiar su nombre, querían poner en evidencia el carácter de su ministerio. En efecto, Bernabé significa: “hijo de consolación”, y si tal servicio de consolación era útil en ese tiempo, ¡cuanto más hoy! Tíquico fue enviado a Éfeso y a Colosas con la misión de consolar el corazón de los creyentes (Efesios 6:21-22; Colosenses 4:7-8). ¡Qué precioso servicio!

Después de la conversión de Saulo, fue Bernabé el que presentó a los apóstoles a aquel que en otro tiempo perseguía a los cristianos (Hechos 9:26-27). Conocía lo que el Señor había hecho en la vida de Saulo. Esta conducta nos instruye en cuanto a la manera de proceder cuando un hermano desconocido desea unirse a la Iglesia.

Observemos lo que se nos dice de Bernabé en Hechos 11:19-30. El versículo 19 es la continuación del versículo 4 del capítulo 8, y prosigue la historia de los que habían sido dispersados por la persecución que tuvo lugar con motivo de Esteban. En Antioquía había gran número de griegos que recibieron el Evangelio. Entonces, convenía que la iglesia de Jerusalén les enviara un hermano para establecer la comunión con esta nueva iglesia. Fue elegido Bernabé para esta misión y su primera reacción cuando vio la gracia de Dios fue regocijarse. El Espíritu Santo no quiso presentarnos con todo detalle el mensaje que dio en esta ocasión, sino que nos dejó el tema esencial: “Exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor”. Los que tienen a pecho presentar la Palabra a los creyentes recordarán que el blanco de su servicio es presentar a Cristo de tal manera que los corazones se apeguen a Él sin reserva. Allí Bernabé nos es presentado como un “varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe”. Se ha dicho: «Un hombre bueno no es sólo el que hace el bien, sino aquel que ejerce una influencia dichosa alrededor de él. En sus relaciones con sus semejantes, pone el bien, algo importante para practicar en nuestros días, en los cuales el corazón natural es tan dispuesto a ver el mal en el otro». Bernabé estaba lleno del Espíritu Santo. Cada creyente posee el Espíritu Santo, pero en Bernabé actuaba libremente, sin ser estorbado por los movimientos de la carne. Además, dirigido por el mismo Espíritu, Bernabé comprendió que el Señor tenía un servicio para Saulo en Antioquía, y fue a buscarlo a Tarso. Allí estos dos hombres enseñaron a mucha gente durante todo un año.

También en Antioquía, el profeta Agabo anunció que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada. Entonces, los discípulos decidieron enviar una ayuda a los hermanos de Judea. ¡Qué bello pensamiento!, porque ellos también serían tocados por esta gran hambre. Ciertamente fue un gran gozo para Bernabé y Saulo llevar a los ancianos el fruto de esta liberalidad.

Habiendo cumplido su servicio, volvieron a Antioquía, llevando a Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos (12:25). Éste era hijo de María, de Jerusalén, en cuya casa los creyentes se reunían para orar (v. 12). Era el sobrino de Bernabé (Colosenses 4:10).

Acabamos de ver la notable evolución de este hombre bueno. Tenemos allí como una preparación para un servicio más importante al cual el Espíritu Santo lo llamaría pronto. Es la escuela de Dios, a la que todos somos llamados durante toda nuestra vida.

En Antioquía, y no en Jerusalén, centro de bendiciones terrenales, era donde el Espíritu Santo iba a apartar a Bernabé y Saulo para la obra (Hechos 13:1-4). Esta iglesia no era escasa de dones, y había allí profetas y maestros. Una lista de cinco nombres nos es dada. Bernabé es nombrado primero, Saulo después. Más adelante, en Hechos 14:4 y 14, Bernabé es llamado apóstol. Qué importancia da el Espíritu Santo a este hombre de bien.

Bernabé y Saulo salieron de Antioquía para un gran viaje misionero. El Evangelio fue anunciado en varios lugares, y se constituyeron iglesias. Notemos que estaba con ellos Juan como ayudante (13:5). Luego, este último se apartó y volvió a Jerusalén (v. 13); probablemente retrocedió viendo las dificultades de la obra, por falta de fe.

Al terminar este viaje, volvieron al punto de partida, Antioquía, y, reuniendo a la iglesia, “refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos” (14:27).

En el capítulo 15, Pablo y Bernabé tuvieron una acción muy importante durante la conferencia en Jerusalén, que tenía por objeto saber si era necesario circuncidar a los gentiles y exigir de ellos el cumplimiento de la ley de Moisés.

Vino el tiempo en que convenía ir a visitar a los hermanos en todas las ciudades en que habían anunciado la Palabra del Señor, para ver cómo estaban (15:36-41). Bernabé quiso llevar a su sobrino Juan, llamado Marcos; pero Pablo no quiso. Hubo desacuerdo entre esos dos siervos de Dios, lo que fue una cosa humillante. No era imposible que Pablo dijera palabras agresivas. Desgraciadamente esto se produce con facilidad. Sin embargo, parecería que las razones de la elección de Bernabé no eran espirituales. Probablemente se dejó guiar por consideraciones humanas, dirigiéndose hacia su país natal y tomando como compañero a su sobrino. Sin duda, predicó el Evangelio en Chipre, pero su nombre desapareció del libro de los Hechos. Notemos además que Pablo salió después de haber sido encomendado por los hermanos a la gracia del Señor, pero la Palabra no nos dice que haya sido así para Bernabé. Tengamos siempre cuidado de dejarnos conducir únicamente por el Espíritu Santo y por la Palabra.