El Señor Jesús pasa cerca de la ciudad de Jericó. Bartimeo, el ciego, mendiga sentado al borde del camino. Ya había oído hablar de Él, quien, lleno de amor, sanaba a los cojos, a los leprosos y a los ciegos. Es el momento oportuno para que Bartimeo lo encuentre y sea curado. Lo llama pues: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” La gente desprecia a ese mendigo y lo reprende para que calle. Pero Bartimeo grita más fuerte: “¡Hijo de David, ten misericordia de mí!”
Para usted —si no cree en Cristo como en su Salvador personal— al igual que para Bartimeo hay en su vida ocasiones que no debe perder. El Salvador pasa ahora muy cerca de usted. ¿Quiere ser libertado de los pecados que pesan sobre su conciencia? Entonces, clame a Él, pídale su perdón y su gracia. Así como Jesús no rechazó a Bartimeo, tampoco lo rechazará a usted; al contrario, lo invita a venir a Él. Usted necesita un contacto personal con Él. Le hace falta, como Bartimeo, la liberación de su ceguedad espiritual, de sus pecados. Aún hoy, Jesús está presto a perdonar todos sus pecados y quiere que le abre usted su corazón.
Entonces el Salvador llama a Bartimeo; éste tira lejos su capa y corre hacia Él. Con una palabra, Jesús lo sana. Ahora que Bartimeo tiene los ojos abiertos, le sigue en el camino. Consideremos un poco lo que ha hecho: “Él entonces, arrojando su capa…”. Arroja todo lo que puede frenarlo para correr hacia el Señor y encontrarlo. No hay tiempo que perder porque Jesús pasa.
Si usted no aprovecha la ocasión que se le ofrece, ¿se le presentará otra vez? La mañana no le pertenece. ¿Le impide que venga al Salvador el hecho de que no quiere arrojar su capa? ¿Qué representa para usted esta capa? Podría ser el amor propio, el amor a los placeres, el amor a las codicias, la pereza, el descuido, el miedo al oprobio, la justicia propia…
Estas capas, de las cuales tal vez usted se glorifica, le impiden que venga al Señor; sin embargo, Jesús pasa y lo llama. Satanás retiene a los hombres con esas vanidades, y él lo sabe muy bien. Los días pasan uno tras otro, y así durante toda la vida. Un día usted se dará cuenta de que es demasiado tarde, pues Jesús pasó y usted lo despreció por poca cosa. Es grave menospreciar la gracia que Dios ofrece; es una ofensa muy grande para Su corazón.
Hoy Jesús lo llama. Levántese. Arroje su capa lejos de usted, es decir, arroje todo lo que le impide que llegue a Él.
"Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 4:7).