La Palabra de Dios y la oración son los recursos necesarios del cristiano para su marcha aquí abajo.
La Palabra produce el nuevo nacimiento (1 Pedro 1:23); es el alimento del creyente (Mateo 4:4); es nuestra guía (Salmo 119:105); es nuestra arma de defensa frente al Enemigo (Efesios 6:17); es la única regla de conducta para la instrucción y la marcha (1 Tesalonicenses 5:21; 2 Tesalonicenses 2:15; 1 Corintios 15:2); y es el medio de nuestra santificación práctica (Juan 17:17; Hebreos 4:12).
La oración es el privilegio que tenemos de conversar con Dios, la comunión directa con él. Nuestro Salvador pasaba noches enteras orando, y pudo decir: “Mas yo oraba” (Lucas 6:12; Salmo 109:4). ¡Cuántas exhortaciones directas a orar hallamos en las epístolas del apóstol Pablo! Sus cartas muestran cómo las ponía en práctica. Si consideramos su actividad en los Hechos, se podría pensar que no hizo más que predicar; pero leyendo el principio de sus epístolas, quizás pensaríamos que no hizo más que orar. “Perseverad en la oración”. “Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios... y la paz de Dios... guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Colosenses 4:2; Filipenses 4:6-7).