- El nacimiento: Lucas 2:1-7.
- El mensaje a los pastores: v. 8-14.
- Los pastores ante el pesebre de Jesús: v. 15-20.
Explicación y enseñanza
Los judíos se hallaban bajo la dominación de un emperador romano (la cabeza del cuarto imperio mundial: Daniel 2:32-33, 40-43), el cual ejercía su poder en Jerusalén, donde debía estar el trono de Dios y donde Cristo debía reinar.
A esto había conducido el pecado del pueblo de Dios. El empadronamiento (censo) puso de manifiesto el sometimiento de este pueblo al poder de las naciones; por otra parte, sirvió al cumplimiento de los propósitos de Dios. Así, María, la madre del Señor, vino a Belén, donde debía nacer el “Señor en Israel” o “Caudillo en Israel” (Miqueas 5:2, V.M.). Nació en la pobreza, no había lugar para él y su cuna fue un pesebre (2 Corintios 8:9). Pero tampoco había afecto por él en el corazón de los hombres (Juan 1:10-11). ¡Qué amor perfecto el que condujo al Hijo de Dios hasta nosotros! (Juan 3:16). Aunque no encontró lugar en este mundo, sin embargo, fue el objeto de la alabanza y del júbilo de los ángeles. Es “la luz del mundo”, “el Salvador del mundo” (Juan 8:12; 4:42). Ningún acontecimiento de la historia universal tiene un significado semejante a éste: que el Hijo de Dios haya venido a ser hombre a fin de que el mundo pudiera ser salvo por él (Juan 3:17). No los grandes de Israel, sino los pobres pero piadosos pastores fueron los que recibieron el primer gozoso mensaje: dar buenas nuevas a los pobres. Uno de los ángeles anunció las promesas hechas a Israel y el coro de ángeles celebró todo el alcance de este acontecimiento para todos los seres humanos (v. 14).
- “Gloria a Dios en las alturas”. Nunca Dios se glorificó tanto como cuando mandó a su Hijo como un niño a este mundo —en el cual el pecado y el poder del Enemigo se habían desarrollado tremendamente— a fin de cumplir sus propósitos “para alabanza de su gloria” (Efesios 1:12-14). Éstos se cumplirán en el tiempo presente y por la eternidad en virtud de la obediencia de Cristo.
- “Y en la tierra paz”. El pecado que separa al hombre de Dios y de sus semejantes es quitado; el “perfecto amor” penetra en el corazón y echa fuera el temor y la enemistad (1 Juan 4:9, 11 y 18). Así la paz penetra en cada persona que se convierte al Señor (Lucas 7:50; 12:51-57). En el reino de Cristo en la tierra habrá paz para todos los seres humanos, cuando todas las potencias de maldad y de tinieblas sean apartadas (compárese Isaías 11:5-11; Miqueas 4:1-7).
- “Buena voluntad para con los hombres”. En Cristo, Dios tiene buena voluntad para con los hombres (Proverbios 8:31; Hebreos 2:16-17; Juan 20:17).