Conocer la guerra

Jueces 3:1-4

En el libro de los Jueces, vemos cómo la infidelidad del hombre lo privó de la bendición en la cual Dios lo había colocado, y cómo Dios, a pesar de todo, saca lo bueno de lo malo. Dios había cumplido a través de Josué todas las promesas que le había hecho a Israel (Josué 24), pero luego, el pueblo, por no haber destruido completamente el mal, cayó en la corrupción de los falsos dioses. Dios dejó en medio de ellos algunas fuerzas enemigas, a algunos de los Cananeos, para probarlos más tarde. Si después de nuestra conversión, guardamos algún pecado, alguna mala costumbre que Satanás sabe aprovechar, seremos disciplinados por estas cosas.

Primeramente, Dios había conducido a Israel a través del desierto, para afligirlo, para probarlo, y para saber si guardaría o no sus mandamientos (Deuteronomio 8:2). En los versículos de Jueces 3, Dios empleó otro medio para probar a Israel: Utilizó una infidelidad positiva por parte del pueblo (3:1).

Lo que da a Satanás poder sobre nuestro corazón debe ser desechado. Es infidelidad no romper tal unión con el mundo. Para discernir esas cosas, tenemos la Palabra y la conciencia aclarada por el Espíritu Santo. El corazón fiel sabe distinguir entre lo que es de Canaán, el país maldito y lo que es de Dios. Es sencillo en cuanto al mal y sabio en cuanto al bien. No hay sino un solo camino derecho, y si mi corazón está ocupado en él, no necesito conocer otros caminos. La fidelidad discierne todo lo que hay que abandonar. Si el ojo es bueno, el cuerpo estará lleno de luz (véase Mateo 6:22). Hay infidelidad en unirse con lo que es del mundo, y si, en estas cosas no nos juzgamos nosotros mismos, Dios emplea para nuestro castigo lo que habíamos buscado para satisfacernos.

A veces somos bastante insensatos e imprudentes para no romper resueltamente con todo lo que no es de Dios o de Cristo. En todas partes donde Israel hizo alianza con los Cananeos esclavizados, recibió lo malo. Josué ya murió; Israel se quedaba solo y débil; tenía paz, pero estaba menos dotado de fortaleza en las cosas de Dios. Al cabo de poco tiempo, las cosas malas, que batallaban contra el alma, volvieron a tomar fortaleza, pues Israel las prefería antes que a Dios. Preferir el objeto menor como puede ser un fruto prohibido, antes que aquello que es agradable a Dios, es un mal muy grande. Dios nos entregará al poder de ese objeto, y nos hará sentir la angustia de la dominación de otro amo (Jueces 2:14-15). Podemos romper fácilmente estos lazos malignos si somos rectos, de corazón sincero ante Dios, mientras que Él nos entregará al dominio del pecado, si dejamos que el mal nos supere, y no podremos subsistir delante del enemigo.

Dios colocó jueces en Israel; pero entre el pueblo no todos eran fieles, pues no querían escuchar al juez. Dios siempre quiere escuchar, y si nos dirigimos a Él con fe obtendremos respuesta. “Conforme a vuestra fe os sea hecho” (Mateo 9:29).

La infidelidad de Israel hizo que Dios no los despojase de sus enemigos, y Él se sirvió de esto para probar a su pueblo. Dios desea que su Iglesia sea ejercitada de la misma manera. Esto no se llama sufrir con Cristo o ser perseguido, lo que sería motivo de gloria. Si la Iglesia se vuelve mundana, y rechaza ser un pueblo celestial, Dios la deja donde ella misma se ha colocado. Esto no significa que no debemos pasar de ahí, pues Dios se sirve de estas cosas para probarnos. Quiere aguerrirnos, ejercitarnos, darnos a conocer su fuerza, ya sea haciéndonos conocer luchas o haciéndonos encontrar obstáculos. Podemos aprender así a ser fieles en medio de las dificultades, contando con Él. De esta manera, Dios saca el bien del mal. La mundanalidad es la infidelidad de la Iglesia. Dios no hizo esto, pero la deja subsistir para que más tarde sea ejercitada. Viendo lo que tenía en su corazón, no abolió estas cosas, que luego se convirtieron en aguijones en nuestros ojos (Números 33:55). No las ha dejado para que las aceptemos, sino para que sirvan para manifestar que la fidelidad no acepta ninguna de estas cosas. Si la providencia divina dejó en Israel los vestigios de los falsos dioses, no fue para que los siguieran, sino para poner a prueba la fidelidad del pueblo a fin de que los destruyera. Si los falsos dioses son seguidos por la mayoría, ¿es una razón para dejarse llevar hacia ellos? No, la fe cuenta con el poder de Dios.

No tenemos que ver sólo con los atractivos del mal, sino por la fuerza del Enemigo. Dios quiere que conozcamos la guerra (Jueces 3:2). Acordémonos que, en el camino de la fidelidad, Satanás nos presentará montañas infranqueables. La fe reconoce que Dios es más poderoso que todo esto y cuenta con Él para vencer; pues reconciliarse con Satanás es algo vergonzoso y detestable. Aquí no es cuestión de nuestro gozo, sino de nuestro combate. Dios ha querido que conozcamos lo que es la guerra. Algunas veces, esto nos extraña y fácilmente nos persuadimos que habría más bendición si la montaña estuviera suprimida. Sin embargo, tan pronto como resistamos a Satanás, estando fieles en hacer la guerra, apoyándonos en el poder de Dios, el Enemigo se aleja de nosotros. No está solamente derrotado, sino que huye: lo experimentaremos. Dios quiere que conozcamos lo que es la lucha, a fin de que aprendamos que Él está con nosotros y que nos apoyemos en Él.