“El que formó el ojo, ¿no verá?”
(Salmo 94:9)
“Cuando (el hijo pródigo) aún estaba lejos, lo vio su padre,
y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.”
(Lucas 15:20)
Un niño cuyo padre era minero en una de las últimas minas de carbón en el norte de Francia, se paró una noche en la entrada de la mina. Esperaba pacientemente la subida del ascensor y la salida de los mineros. Un hombre que lo observaba le preguntó:
— ¿Qué haces allí?
— Espero a mi padre.
— No podrás reconocer a tu padre entre centenares de hombres que saldrán con el mismo casco y la misma cara negra por el carbón. Sería mejor que regresaras a casa.
— Pero, mi papá me conoce, respondió el niño.
¡Qué respuesta tan hermosa! El niño sabía que él no era capaz, pero, con plena confianza, no podía dudar de los afectos de su padre. No era posible que su padre no lo viera.
Nada es demasiado pequeño para Él. Pero Dios no solamente tiene este perfecto conocimiento de todas las cosas; en Él hay amor, el amor de un Padre por sus hijos. Jesús dijo también a sus discípulos: “Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad” (Mateo 6:8).