Explicación y enseñanza
Jesús no podía unirse con el Israel incrédulo (la luz no soporta las tinieblas); en cambio sí podía hacerlo con el remanente arrepentido y creyente, el cual aceptó el testimonio de Juan el Bautista y se dejó bautizar. Sin embargo, también esa unión de parte del Señor ocurrió por gracia y era maravillosa (Salmo 16:2-3). También el remanente había merecido la ira y el juicio, pero el Señor se unió a él y lo sustituyó (Isaías 42:3). Por cierto, esto lo llevó a la cruz en la cual se hizo la expiación del pecado. Así lo había determinado Dios (la ley y los profetas hablan de ello) y el Señor fue obediente (Salmo 40:7-8). De modo que no es el pecado, sino la obediencia del Señor a la Palabra de Dios y su gracia hacia el remanente las que le condujeron a dejarse bautizar en el Jordán con el remanente (“así conviene que cumplamos toda justicia”). Esa obediencia era preciosa ante Dios; el cielo se abrió y Dios dio testimonio de ello. El objeto de la complacencia de Dios y de la adoración de las huestes celestiales estaba en la tierra para servir y glorificar a Dios, y salvar al hombre perdido. Al bajar sobre Él como paloma, el Espíritu Santo también dio testimonio de la pureza, humildad y mansedumbre del Señor (entonces no como testimonio de poder y de juicio, como en Pentecostés, cuando vino sobre los discípulos con viento recio y fuego; Hechos 2:2-3).
Al mismo tiempo, el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús al Jordán constituía el sello de Dios o el divino reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios antes de que empezara su servicio público. Más tarde, por el Espíritu Santo, Esteban y Pablo miraron hacia el cielo cuando Jesús volvió a morar allí (Hechos 7:55-56; 22:17-19); aquí, el cielo miró hacia la tierra. ¡Qué maravilloso objeto del amor, del deleite y de la complacencia del Padre se hallaba en medio de los santos en la tierra.
En el Jordán se produjo la primera revelación de la Trinidad. El Padre habló, dejó oír su voz desde el cielo abierto; el Hijo estaba en pie; y el Espíritu Santo vino aquí abajo (2 Corintios 13:14).
Este texto también es útil para maestros de escuela dominical y estudiantes de las Santas Escrituras.