Para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día.
El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza,
sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca,
sino que todos procedan al arrepentimiento.
(2 Pedro 3:8-9)
Al ver pasar el tiempo tan rápidamente, pensamos en la descripción de Job 9:25-26: “Mis días han sido más ligeros que un correo; huyeron... pasaron cual naves veloces; como el águila que se arroja sobre la presa”.
El hombre no conoce la duración de su vida en la tierra. Ya en su juventud hace muchos proyectos e intenta planificar el curso de su existencia, desde sus estudios o aprendizaje hasta los días de su vejez en los cuales desea la tranquilidad de un ambiente hogareño. Por sus propios esfuerzos, a menudo procura alcanzar un nivel social más elevado, un puesto de trabajo con un buen sueldo, obtener riquezas, honor y respetabilidad de parte de los hombres, pero olvida que “el corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos” (Proverbios 16:9).
No obstante, es de vital importancia que el hombre escuche el llamamiento de Dios en cuanto a su destino eterno: Prepárate para venir al encuentro de tu Dios” (Amos 4:12). En efecto, en esta época en la cual un nuevo milenio va a empezar, apreciamos mejor la pequeñez humana y la corta duración de nuestra vida.
Puede que algún lector de estas líneas tenga inquietudes en cuanto a su porvenir eterno. Piensa en sí mismo: «Quizás se acerca el fin del mundo. Cuando vuelva el Señor Jesús, ¿iré al cielo para estar siempre con Él?» ¿Qué responde usted a esto?
Otra persona se dirá a sí mismo: «Pronto se establecerá la paz sobre toda la tierra y voy a vivir cómodamente y a gozar de las cosas materiales, a tener muchas riquezas». Tenemos un ejemplo de esa actitud en Lucas 12:16-21. “La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”.
Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4). Si aún no respondió al mensaje de la salvación por la fe personal en Jesús que murió en la cruz, hágalo ahora mismo. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).
La esperanza del cristiano es la próxima venida del Señor para arrebatar a su Iglesia que es el conjunto de todos los verdaderos creyentes. "Pero el día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre", dijo Jesús (Mateo 24:36).
El creyente tiene una vida nueva y debería dar en su corazón el primer lugar a su Señor, a fin de que Él dirija su vida. Nuestros días son tan cortos que tenemos que aprender cómo emplear nuestro tiempo para Él. “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12).
A continuación añadimos algunas actitudes de las cuales nosotros los cristianos deberíamos estar revestidos:
- Es importante que nutramos nuestro corazón con “la palabra de Dios, la cual actúa” en los creyentes (1 Tesalonicenses 2:13). De la misma manera que nuestro cuerpo físico necesita alimentos cotidianos, nuestro ser interior necesita ser nutrido por la Palabra. “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Si así lo hacemos, la Palabra de Cristo morará en abundancia en nosotros (Colosenses 3:16).
- Que perseveremos en las oraciones, porque ellas expresan nuestra dependencia del Señor a fin de pedirle su voluntad y de tener socorro en el oportuno momento. “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Colosenses 4:2-3). Prosigamos en ella hasta el regreso del Señor que es inminente. “Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo” (Marcos 13:32-33).
- Dios quiere que procuremos congregarnos con otros creyentes. Un cristiano aislado voluntariamente puede ser comparado a una brasa que ha sido arrojada lejos del fuego. Si permanece allá, se apagará sin el calor de las demás brasas. Es lo que sucede cuando uno suele vivir solo sin buscar contactos con otros creyentes. Su amor para con el Señor se enfría y finalmente deja de ser un testigo, una antorcha para Él. “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:25).
- Cada cristiano es un adorador, en contraste con el período del Antiguo Testamento en el cual sólo los sacerdotes podían entrar en el lugar santo. Qué gozo es poder responder hoy en día al deseo del Padre. Jesús nos dice: “La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:23-24). Es algo maravilloso también el poder recordar los sufrimientos y la muerte del Señor hasta su regreso. “Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26).
- El cristiano es exhortado a ser: testigo, primero a su alrededor, en su región, en su país o más lejos según lo que le confió el Señor. “Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). ¡Ojalá hagamos conocer las Buenas Nuevas del Evangelio a fin de que los incrédulos sean salvos del juicio venidero!
¡Ojalá que el Señor nos otorgue en su gracia y por su Espíritu las fuerzas necesarias para cumplir con fidelidad esos preciosos servicios que nos confió hasta su regreso!