Un joven cristiano escribió a un hermano: «Me siento impulsado a consagrar toda mi vida a Cristo. Tengo el fuerte deseo de llegar a misionero para traer a otras personas a la salvación, mediante el conocimiento de Cristo. ¿Puede darme algunos consejos?»
El hermano le respondió: Después de haber leído su carta con gran interés, me alegré de que el amor de Cristo lo estimule a Su servicio. Es indigno que un verdadero cristiano viva sólo con vistas a metas terrenales o aun a intereses y placeres egoístas. Ello afectaría el significado espiritual de la muerte de Cristo. Porque Cristo “por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:15).
Cada creyente, sin excepción, fue adquirido a gran precio. No nos pertenecemos más a nosotros mismos. Pertenecemos enteramente al Señor. Sea que vivamos o que muramos, somos del Señor. Cualquier cosa que hagamos, debemos hacerla en su nombre y para su gloria porque somos sus esclavos. El Señor tiene derechos ilimitados sobre todos nosotros, sobre todo lo que somos y sobre todo lo que poseemos.
Es bueno recordar siempre que cada creyente es toda la vida siervo del Señor. Hemos “sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios” (Romanos 6:22). Por eso somos invitados a “presentarnos nosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y nuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (6:13). Como siervos del Señor, tenemos que someter todos nuestros actos a su voluntad, recordando que ésta siempre está de acuerdo con lo que está revelado en las Escrituras. En ellas encontramos constantemente, si lo buscamos, luz, alimento, dirección y fuerza, según las necesidades a lo largo del camino.
Seguramente usted ya conoce estas verdades simples y divinas que nos conciernen a nosotros sus hijos; pero si las considera de nuevo, pueden ayudarle a solucionar los problemas que menciona. ¡Qué bendición oír a alguien decir como Pablo: “Para mí el vivir es Cristo”! (Filipenses 1:21). Su deseo de servir al Señor como misionero, a través de penas, peligros y decepciones inherentes a tal servicio, debe ser agradable al Señor que conoce el corazón y sus deseos.
Sin embargo, el Señor mismo es quien debe confiarle tal o cual servicio; pues tanto el trabajo como el obrero son del Señor. Él solo tiene el derecho de decirle: «haz esto», o «ve a aquel lugar», o tal vez «quédate aquí por el momento». No le agrada que opongamos nuestros deseos a Su voluntad, ni que le digamos que nos gustaría hacer esto o aquello para él. El Señor pone el servicio en un nivel más alto que el de un celo adicto por algo que el siervo mismo eligió. Supongamos que el Señor le diga: «Has esto, pero no aquello». ¿Estaría usted satisfecho de hacer esto y de abandonar aquello? Mida cuidadosamente desde este punto de vista, y delante del Señor, la pregunta que me hizo.
También pregunta en cuanto a la preparación para el servicio. En todo servicio que tiende a llevar almas al Señor, es primordial tener un conocimiento profundo de las Escrituras y de la doctrina. Timoteo, siervo del Señor, fue exhortado a procurar presentase “a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). Usted tiene que prepararse para esto desde ahora.
Luego, esperando una indicación clara del Señor, si Él quiere enviarlo como misionero, piense en las numerosas personas a su alrededor, jóvenes y ancianos, que necesitan la luz y la vida; las pueden encontrar solamente en Cristo mediante el servicio de la Palabra de Dios. El Señor le conducirá a este servicio antes de llamarlo a otro. A cualquiera que es fiel y celoso en las pequeñas cosas, le confiará otras mayores. Ore mucho, lea mucho la Palabra, medítela a menudo, y así estará equipado para ser útil a muchas personas. ¡Qué el Señor lo guíe y lo bendiga!