Es provechoso leer la significativa historia del rey amonita Hanún en 2 Samuel 10 y 1 Crónicas 19. El rey David, después de la muerte del padre de Hanún, le envía mensajeros para consolarlo. Hanún, obedeciendo a funestos consejeros, maltrata y ultraja a los siervos de David. Luego, comprendiendo que se ha puesto en una peligrosa situación, pide ayuda a los sirios y promueve guerra contra David. El resultado es su ruina total.
¿No es así como el ser humano procede con Dios, mientras Su gracia y condescendencia obran a favor del pecador? El pecado trajo los dolores de la muerte al mundo, pero Dios otorgó a su criatura el consuelo de la salvación que necesitaba su estado pecaminoso. Jesús mismo fue el embajador divino de la gracia de Dios (véase Romanos 5:12-15). Luego, sus siervos siguieron proclamando el Evangelio, la salvación en Cristo que ofrece un remedio a los males de la humanidad.
¿Acepta el mundo lo que la bondad de Dios le quiere otorgar? El mundo rechazó y crucificó a Jesús; ultrajó y maltrató a sus embajadores —los apóstoles—, y sigue rechazando la gracia de Dios, a pesar de su aparente religiosidad.
¿Está más tranquilo? Muy al contrario. Sin querer confesarlo, el mundo se siente culpable. La amenaza del juicio pesa sobre él y, como el rey amonita, une sus fuerzas contra Dios. Tal es el espíritu del Anticristo, el que, poco a poco, va en aumento, y cuyo apogeo lo vemos en Apocalipsis 19.
Pronto llegará el momento cuando Dios, a su vez, se burlará de sus enemigos. Cuando juzgue al mundo, reivindicará los derechos de Aquel que fue clavado en la cruz, el Rey ungido sobre Sion, el Heredero del universo.
Bienaventurado el que conoce a Jesús como su Salvador personal mientras está sentado a la diestra de Dios, esperando “hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 Corintios 15:25).
¡Acepte la gracia ofrecida todavía hoy!