Los discípulos le preguntaron al Señor: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?” (Juan 6:28). Estas dos expresiones “hacer” y “poner en práctica” encierran el pensamiento de que habría en ellos mismos alguna capacidad para hacer lo que agradara a Dios y satisficiera Su santidad.
La respuesta del Señor es notable e importante para meditar. No les habla de las obras que Dios les demanda, sino de la obra que Él efectúa, dándoles la fe en Aquel que él envió. “Ésta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado”.
La fe es un don de Dios, dice Efesios 2:8-9: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Nada podíamos hacer, absolutamente nada, ni una sola obra para obtener la salvación. “Somos hechura suya” y hemos sido “creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. Así pues, las buenas obras en las cuales somos llamados a caminar, son de Dios y, así como somos salvos por la fe, así también únicamente por la fe podemos cumplir las buenas obras.
Hemos sido “creados en Cristo Jesús”. Si permanecemos en Él, llevaremos fruto, como el pámpano en la vid (Juan 15:1-5). Al escuchar y guardar su Palabra, fijando los ojos en Él y contemplándolo en la perfección de su vida de dependencia, cumpliremos las buenas obras, las obras que Dios “preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”.
Recordemos también lo que está escrito en Proverbios 3:5-6: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”. Si siempre camináramos en entera dependencia de Dios, sin seguir nuestros propios pensamientos y deseos, cuánto más fácil sería nuestra marcha en las sendas que Dios en su gracia dirige cuando confiamos en Él, y en las cuales preparó todo de antemano para nosotros.
Cuando se trata de las buenas obras, es Dios quien produce las circunstancias en las cuales nos pide hacerlas, poniéndonos en relación con los que deben ser los beneficiados.
Guardemos grabadas en nuestros corazones las palabras del Señor que hacen brillar su perfección en su sumisión a la voluntad del Padre y en las obras que él cumplió: “no lo que yo quiero, sino lo que tú” (Marcos 14:36). “No puedo yo hacer nada por mí mismo... porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 5:30). “Nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo... yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:28-29). ¡Qué ejemplo y qué modelo!
Sin embargo, si Dios preparó buenas obras para nosotros, no desaprovechemos la oportunidad de cumplirlas, como está escrito en Colosenses 4:5: “redimiendo el tiempo”. “Nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:13-14). Somos exhortados a estar “dispuestos a toda buena obra” (3:1).
Las exhortaciones a hacer buenas obras son numerosas. Deberíamos reconocerlas allí donde hay necesidades. Ellas caracterizan a los creyentes, quienes deben procurar “ocuparse en buenas obras” (Tito 3:8, 14). “No nos cansemos, pues, de hacer bien… Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:9-10). Por obras mostraremos nuestra fe (Santiago 2:18). La fe debe ser activa.
Hay exhortaciones especiales que corresponden a las diferentes condiciones en las cuales se encuentran los creyentes. El apóstol Pablo, después de haber hablado de los peligros de las riquezas, dijo a los ricos que fuesen “ricos en buenas obras” (1 Timoteo 6:18). Recomendó a las mujeres que se ataviaran con buenas obras y que tuviesen testimonio de ellas (2:10; 5:10). “Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24). El amor no sólo debe acompañar las buenas obras, sino que es la fuente y la causa, si vienen de Dios.
La Palabra nos instruye con respecto a las buenas obras y también nos disciplina: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17). Pero en medio de la cristiandad en ruinas, en la casa grande, la Palabra también nos dice en qué condiciones seremos útiles al Maestro. Es necesario que nos apartemos de toda iniquidad, limpiándonos de los utensilios viles. Entonces podremos ser instrumentos para honra dispuestos para toda buena obra (2 Timoteo 2:19-21). También se nos dice que es necesario que nos purifiquemos, así como él es puro (1 Juan 3:3).