El Jordán y Gilgal

Josué 1:1-9 – Josué 4 – Josué 5:9-15

El pueblo de Israel acababa de pasar el Jordán. Fue el tercer hecho de gran importancia que caracterizaba la historia de un pueblo que no tenía comparación con ningún otro.

Tres grandes hechos exteriores marcaron la historia de Israel:

  1. La Pascua: El pueblo de Dios no podía salir de Egipto sin que Dios arreglara su estado moral ante sí. Israel necesitaba el cordero pascual para no ser castigado. Era un pueblo que fue juzgado, pero el juicio había sido sufrido por otro.
  2. La travesía del mar Rojo: Es también una figura de la muerte. El poder de Satanás contra el pueblo de Dios fue destruido. Ello no quiere decir que el Enemigo lo dejara en paz sin hacerle daño alguno. Hoy en día, no puede amedrentar a los cristianos con la muerte, tal como lo hace con los inconversos (Hebreos 2:14). Los creyentes saben que, en este sentido, el poder de Satanás es para ellos un poder destruido.b
  3. El paso del Jordán: Es igualmente una figura de la muerte, quizás más admirable aún, porque vemos en el relato que el arca se encontraba allí —figura de Cristo—. Penetró en el Jordán con los sacerdotes que la llevaban. Las aguas del Jordán que venían de arriba se detuvieron. Los sacerdotes estuvieron allí con el arca y durante ese tiempo el pueblo pasó. Es una imagen de otra verdad: la de nuestra muerte con Cristo.

El poder de la vida cristiana

Israel estaba en orden con Dios en cuanto al juicio. El poder de Satanás en lo que respecta a la muerte no le atemorizaba. Pero esa otra verdad de que nos habla el paso del Jordán frecuentemente ha sido olvidada por la cristiandad, lo que no debería ocurrir nunca al cristiano piadoso, so pena de privarlo de la fuente del poder de la vida cristiana.

¿Qué significa la presencia de los sacerdotes y del arca en el Jordán, mientras lo cruzaban los israelitas? Proclama que el pueblo de Dios era un pueblo muerto. Es una verdad de incalculable valor. El hecho de que el arca permaneciera allí, en el fondo del Jordán, testifica la identificación del creyente con un Cristo muerto, y luego con un Cristo resucitado del otro lado de la muerte. Cada creyente debería aceptar definitivamente por la fe de que está muerto. Dios no le pide su opinión: lo ve así. Es una verdad muy práctica, porque el creyente se encuentra del otro lado de la muerte. Está muerto, pero también está resucitado.

Muerto y resucitado con Cristo

Este hecho es poco entendido y enseñado en los medios cristianos. Cada verdadero creyente dice: «Jesús murió por mí», pero ¿cuántos dicen: «Estoy muerto y resucitado con Cristo»? Cuando declaro: «Jesús murió por mí», en ello no veo sino sólo privilegios. Tengo la seguridad de que voy al cielo. Mi salvación está asegurada. La salvación es todo lo que Dios hace por un hombre, desde el momento en que lo toma en su estado de pecado hasta el momento en que lo introduce en la gloria. Cada verdad tiene consecuencias prácticas: Cristo murió, yo estoy muerto con él. No siempre es agradable oírlo ni tampoco realizarlo, pero Dios lo presenta como una muy buena noticia.

Si acepto el hecho de estar muerto con Cristo, llego a la conclusión de que no tengo derecho de interponer mi propia voluntad. El primer Adán fue condenado a muerte y no tiene más derecho de manifestarse en nosotros. ¿De qué manera se manifiesta? Por el amor al mundo, por la voluntad propia, por las palabras ligeras y por los malos pensamientos. El nuevo hombre no es la fuente de estas cosas.

El nuevo hombre no necesita ser exhortado. El que tiene necesidad de serlo es el «yo». Tengo dos naturalezas, pero soy una misma persona. Cuando la vieja naturaleza se manifiesta, soy culpable. Esta verdad es cruda, pero poderosa. Un cristiano puede tener inclinaciones propias: la vieja naturaleza, que está en él, le incita a tales tendencias. Siendo cristiano, uno amará el dinero, otro los honores y el otro los placeres. Dios proporciona el remedio para resolver los problemas provocados por la convivencia de las dos naturalezas en el creyente.

Un mal árbol

En esto estriba todo el secreto de la vida cristiana. Algunas veces, jóvenes cristianos o recién convertidos son atormentados porque advierten que tienen las mismas inclinaciones que antes. Dios no sólo nos enseña que no sufriremos su juicio, sino también que necesitamos ser liberados del poder que tenemos en nosotros y que se llama el viejo hombre. Es algo horroroso para Dios que el viejo hombre quiera hacer su propia voluntad, aun pretendiendo con ello hacer el bien. No tiene el derecho de hacerlo. La perfección de un cristiano consiste en no desear nada para sí mismo, ni siquiera hacer el bien.

Hay que aceptar sin reserva la condenación que Dios trae sobre el hombre en Adán. Es como un árbol malo: las raíces, el tronco, las ramas, las hojas y los frutos; todo esto fue condenado a muerte. Esas verdades son sacadas de la Escritura. Si no las conservamos, uno se irá a regocijarse en las cosas del mundo, otro irá en busca del éxito, y algunas veces tras las dos cosas. Satanás tiene toda clase de atractivos que ofrece a los cristianos para hacer de ellos cristianos vencidos.

La fuerza práctica del cristiano dimana de esas verdades que le permiten vivir para la gloria del Señor. ¡Cuánta fuerza se vería en un cristiano fiel, aun si su plan social fuere el más bajo de todos los hombres! El cristiano tiene un secreto que el incrédulo no puede comprender. Consideremos al apóstol Pablo: fue puesto en la cárcel, pero siempre estaba feliz. Es imposible hacer infeliz a un cristiano fiel.

Perder su vida para ganarla

Los cristianos se hallan sepultados en la muerte con Cristo. Deberían estar ejercitados para mostrar ante los hombres sólo la cara del segundo hombre venido del cielo. ¿Cuáles son los rasgos morales de tal hombre?: La obediencia, la dependencia y la confianza en Dios, el constante cuidado de no hacer otra cosa sino lo que Dios quiere. Cuando le traen el mensaje de Lázaro al Señor: “He aquí el que amas está enfermo”, Él no hizo nada (Juan 11:3-6). Todavía no había llegado el momento. Esperaba la orden de su Padre y, entonces, en esa perfecta obediencia y dependencia que le eran propias, tuvo la gloria, no sólo de curar a un enfermo sino de resucitar a un muerto. Cada vez que estemos firmemente decididos a cumplir la voluntad de Dios, poniendo nuestra propia voluntad en segundo término, podemos estar seguros de que recibiremos la bendición y el honor que provienen de Dios.

No debemos creer que todos seremos iguales en el cielo. En la medida que nos hayamos servido y honrado a nosotros mismos aquí en la tierra, seremos rebajados en aquel momento. El que haya creído ganar la vida, la perderá. Se trata de la carrera cristiana en la cual las cosas que creíamos que eran ganancia, si no fueron hechas para el Señor, serán pérdida (véase Filipenses 3:7-8).

Para la fe, ¿quién es el Maestro, la Cabeza? Sólo Jesús. Todos los otros son dichosos de poder ser sus siervos. Tengamos siempre en cuenta que el Señor no murió solamente para justificarnos y lavarnos de nuestros pecados, sino para hacer de nosotros un pueblo al servicio de Dios, un pueblo liberado de sus cadenas.

La cristiandad en la actualidad busca una salida al marasmo que aumenta año tras año, pero busca mal, porque no desea solamente la Palabra. En efecto, las Escrituras condenan todo lo que no pertenece a Dios y no conceden ningún sitio a lo que es carnal.

Gilgal

En el capítulo 5 de Josué, el pueblo de Israel había atravesado el Jordán. En figura, había estado muerto y había pasado al otro lado de la muerte. Fue resucitado. Luego lo hallamos en Gilgal, en el país de la promesa, figura de los lugares celestiales. Cuando uno entra en los lugares celestiales, se regocija de las cosas que hay en ellos. El maná había cesado. En lo que se refiere a los cristianos, resulta algo diferente, porque están a la vez en los lugares celestiales y en el desierto. El creyente se alimenta del maná que hay en el desierto —esto es, Cristo hombre en la tierra— y, al mismo tiempo, posee “el fruto de la tierra” de Canaán (v. 11-12); se nutre de un Cristo glorificado.

Se ha dicho que el Señor ha sido presentado a la Iglesia en tres diferentes posiciones. La Reforma ha recordado la primera de las tres: un Cristo muerto y resucitado que nos justifica por la fe. Esto es sólo una parte del cristianismo. Otras verdades salieron nuevamente a la luz en el siglo diecinueve: Cristo en la gloria y el cristiano con él en los lugares santos; y luego: Cristo volviendo a buscar a la Iglesia. Esas verdades han dado la vuelta al mundo. El Espíritu Santo se ha valido de siervos capacitados para hacerlas resaltar.

La circuncisión

El pueblo de Israel se encontraba en el país de la promesa. En Gilgal se cumplió la circuncisión. Desde el momento que un hombre es cristiano, ha pasado por lo que representa la Pascua, el mar Rojo y el Jordán, pero es posible que no tenga conciencia de ello y que no realice su poder.

Precisamente, las piedras en Gilgal recordaban que la muerte había sido vencida. El pueblo debía conocer la circuncisión, es decir darse cuenta de que había sido sepultado en la muerte de Cristo. Ésta es la vida cristiana que podemos poner en práctica cada día. Deberemos aplicar la muerte de Cristo en las inclinaciones de nuestra propia voluntad. Tenemos el privilegio de poder hacerlo. El Espíritu de Dios nos pide que hagamos morir las acciones de la carne, es decir, sus frutos. Dios se ocupó de hacer morir la carne y nosotros debemos tenerla como tal. Si viene en nosotros, por ejemplo, un pensamiento de orgullo, tenemos que cortar lo más pronto posible el brote que está manifestándose y confesar al Señor nuestra mala inclinación, el mal pensamiento. Entonces, Dios nos restablece en su comunión.

Recurso preventivo

La muerte, pues, ha pasado sobre nosotros. He aquí el cristianismo práctico. Descansa en la actividad de la fe para penetrar en el pensamiento de Dios y pedirle que nos ayude de manera preventiva. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16). Este recurso es preventivo: pedirle a Dios que nos preserve contra nosotros mismos. Luego, si hemos faltado, el otro recurso es la confesión: “Abogado tenemos para con el Padre” (1 Juan 2:1). Es el maravilloso trabajo de Dios para con sus hijos.

¡Vale la pena estar empeñado en ese camino de la verdad divina trazado por el Señor, camino en medio de un mundo malvado! Con el Señor, un Salvador muerto pero resucitado, tenemos relaciones vivas, verdaderas y reales. Jamás lo hemos visto y, no obstante, es a Él a quien más amamos en este mundo. Estas cosas son profundas, esenciales y vitales. Las tenemos gracias a la muerte de Cristo, a su resurrección y a su glorificación, y el Señor desea que los suyos se gocen de ellas de manera continua, y esto no solamente en el culto de alabanza, aunque éste sea la expresión más elevada de la adoración.

¿Se orienta nuestro cristianismo hacia ese estado? El Señor quiere que eso sea así, para que no digamos al final de nuestra carrera: «He perdido el tiempo». Sería muy triste haber dicho: «Jesús es el mejor maestro», sin haberlo puesto en práctica.

El secreto de la victoria

El pueblo de Israel debía volver a Gilgal después de una victoria. Cuando no lo hicieron, fueron derrotados. En nuestras luchas espirituales, debemos aplicar la muerte a nuestras inclinaciones, a nuestro «yo», si no queremos que el Enemigo sea más fuerte que nosotros.

Las caídas no se producen de repente. Son el resultado de endurecimientos progresivos, y un día el cristiano termina siendo arrastrado. También se corre el peligro de caer en estado de adormecimiento. Estamos felices de ir al cielo; en ello tenemos razón. Sin embargo, Dios nos ofrece el cielo hoy ya en nuestra vida en este mundo. Podemos demostrar que lo amamos, teniendo hambre y sed de las cosas celestiales en lugar de experimentar a menudo ese apetito miserable por las cosas terrenales. ¡Qué gracia saber que el Señor siempre es fiel!

¡Ojalá la gracia y la paz estén siempre con nosotros en toda nuestra carrera cristiana! Dios atribuye gran importancia a la carrera de un cristiano. ¡Que el Señor nos conceda poder hacer otro tanto!