Formados en la escuela de Dios /6

Isaías

Isaías

Es particularmente instructivo considerar la disciplina a la cual fueron sometidos los profetas del Antiguo Testamento, porque fueron suscitados para hacer revivir la verdad de Dios en medio de su pueblo y para anunciar a éste el juicio que caería sobre él si no se arrepentía. Por eso la energía de Satanás se desplegaba para establecer falsos profetas, tal como existen hoy falsos maestros.

Isaías profetizó en los días de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías. La primera mención que se hace de él tiene por objeto anunciar que le fue dada una visión. Ésta era importante porque precisó la naturaleza y el carácter de la verdad de la cual debía ser testigo. Concernía a Judá y a Jerusalén —la tribu real y la ciudad de Dios, respectivamente— así como a la apostasía de Judá. “Mi pueblo no tiene conocimiento... Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana”, y no obstante “Sion será rescatada con juicio, y los convertidos de ella con justicia” (Isaías 1:3, 6 y 27).

Luego, en el capítulo 2 encontramos “lo que vio Isaías hijo de Amoz acerca de Judá y de Jerusalén”, y esto va hasta el final del capítulo 5. Hasta ahí, Isaías presentó la visión y la palabra de Dios: lo que se le mostró, y la palabra pronunciada; ambas cosas tan necesarias para el profeta.

En el capítulo 6 encontramos lo que concierne a Isaías personalmente: Vio al Señor en la gloria. Se nos presenta la manera en que fue calificado para comunicar aquello en que había sido instruido. Vio al Rey, Jehová de los ejércitos, o, como se dice en Juan 12:41: “Vio su gloria”. En este momento fue cuando la instrucción se arraigó. Vino a ser el medio apropiado para comunicar las cosas que le fueron dadas.

Toda preparación para un servicio es según la medida del sentimiento personal del alma en la presencia de Dios; y, de esta manera, el estado del alma estará de acuerdo con el carácter del servicio. La visión del Señor en la gloria no está reservada solamente para algunos. En cierta medida, Él aparece en la gloria delante de cada uno de sus siervos, es decir que desde la gloria ellos reciben la naturaleza y el campo de su misión. Según se manifiesta a cada uno, así se revela, y según se revela, su servicio es definido.

El Dios de gloria apareció a Abraham; también se manifestó a Moisés, a Josué…; pero en cada caso el aspecto del Señor en su propia gloria determinó el carácter de la misión del siervo. Entonces Su pensamiento se comunica al siervo y éste recibe la impresión que conservará durante toda su vida. El ejemplo de Pablo es característico a este respecto.

Isaías fue calificado para los deberes de su servicio. Dios le apareció en la gloria y, como sucede siempre a causa de la naturaleza, el gran contraste que había entre sí mismo y la santidad de la presencia de Dios fue puesto de relieve delante de él. Se llenó de temor y de vergüenza. Sabía que no podía estar ante Dios. La presencia de la gloria siempre pone esto en evidencia. El primer efecto de la luz de la gloria es pues una profunda humillación; pero también está la gracia en la gloria. Por eso un carbón encendido tomado del altar tocó los labios de Isaías, y la palabra estaba allí para confirmar el trabajo de la gracia. “He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (Isaías 6:7). Fue una revelación maravillosa para el siervo privilegiado, saber que en la gloria de Dios fue liberado de la iniquidad y que fue hecha propiciación por su pecado. Fue una gran lección; y si no fue la primera, fue la mayor y la que más sostuvo al siervo en su carrera.

Después de esta enseñanza leemos que cuando el Señor llamó: “¿A quién enviaré?”, Isaías respondió inmediatamente: “Heme aquí, envíame a mí” (v. 8). Lue-go recibió su misión que concernía al estado del pueblo desde ese día hasta el fin. Es citado por nuestro Señor en Juan 12:39-41 y por Pablo en Hechos 28:25-27.

Luego encontramos a Isaías en su servicio, dirigido por Dios: “Sal ahora al encuentro de Acaz, tú, y Sear-jasub tu hijo, al extremo del acueducto del estanque de arriba, en el camino de la heredad del Lavador” (Isaías 7:3). A él y a su hijo (al ser descendiente suyo) les fue confiado el mensaje dado por Dios. Vale la pena notar cómo los hijos reflejaban la fe y la posición momentánea del padre ante Dios.

Isaías comunicó la enseñanza de la gracia de Dios a Acaz. Tomó una tabla grande, y escribió en ella con caracteres legibles “Maher-salal-hasbaz” (8:1). Así fue recordado —y pronto sucedería— que la presa se precipitaría (véase la nota del versículo). Además, el hijo del profeta por su nombre (esto es, Un remanente volverá) debía dar testimonio de esta intervención de Dios en gracia. Así el profeta debía enseñar al rey, pero también debía ilustrarlo en su vida práctica.

Era significativo que un hombre fuese tan completamente para Dios que hasta todo lo que le pertenecía (como en este caso particular era su descendencia) indicaba de manera viva el pensamiento y la gracia de Dios. Es algo precioso que el siervo no sólo comunique el pensamiento de Dios y revele Sus propósitos, sino que además mantenga prácticamente en su hijo —su propia generación— un testimonio al trabajo de Dios en ese momento. Cuán eficaz es la disciplina cuando el siervo es al mismo tiempo el testigo y el instrumento de Dios.

El profeta no sólo vio las cosas claramente tal como eran, sino que también fue enseñado por Dios a ver el orden de cosas que sería introducido más tarde para la gloria de Dios. Por eso, del versículo 12 al 18, le fue comunicado el pensamiento de Cristo durante Su rechazo; y el profeta lo personificó en su propio espíritu (compárese con Hebreos 2:13). La mano fuerte de Dios lo instruyó, introduciéndole mediante el conocimiento de Su pensamiento en el período mismo en el cual nos hallamos ahora. Luego, en los versículos 19-22, encontramos los sufrimientos de Israel.

En el capítulo 9:1-7, el profeta vio el principio del cumplimiento final de la bendición. Indico esto sólo para hacer notar cómo Dios preparó y modeló al siervo para su servicio en el tiempo difícil en que vivía. Conoció todo el reinado de Acaz, o sea dieciséis años, y tal vez veinticinco años del reinado de Ezequías. ¡Triste época! ¡Pero qué contraste entre la historia de Isaías y la de Israel relatada en 2 Reyes 16! ¡Qué bendita instrucción recibió para ser calificado a fin de ocuparse de las distintas formas del mal que en ese tiempo estaban en su apogeo en Israel!

Acaz fue el primer rey de Judá que hizo pasar por fuego a su hijo; la corrupción que fue aceptada en Israel, entonces la hizo suya. Se condujo como los reyes de Israel. La distinción trazada entre Judá y las diez tribus desapareció rápidamente; no hubo más distinción moral. Acaz “sacrificó y quemó incienso en los lugares altos, y sobre los collados, y debajo de todo árbol frondoso” (2 Reyes 16:4). Buscó la ayuda de Tiglat-pileser, rey de Asiria, y consumó su apostasía edificando un altar según un modelo que había visto en Damasco.

Hago notar todo esto para presentar el estado de cosas que existía en Judá durante esta parte de la profecía de Isaías que va hasta el capítulo 14 de 2 Reyes, donde se nos habla de la muerte del rey Acaz. La instrucción que Dios le dio durante ese penoso tiempo lo calificó para ser un profeta capaz de hacer recordar al remanente el propósito de Dios. Todo habría podido desanimarlo; pero las comunicaciones que le fueron dadas eran tan extraordinarias y vivas que podía elevarse por encima de todo lo que era visible y mirar adelante, como un judío piadoso lo habría hecho, hacia la hermosa manifestación de la futura acción de Dios en la tierra.

Para resumir, en Isaías 9:1-7, la bendición futura de Israel fue provista, comenzando por la Galilea de los gentiles y yendo hasta su cumplimiento final en el reino. El conocimiento de la salida lo hace superar todo y provee las fuerzas para el servicio del Señor en los tiempos malos. El conocimiento de las condiciones existentes no ayuda, sino que el dueño de la situación es aquel que tiene el secreto del resultado. Isaías recibió ese secreto, y todo siervo de Dios preparado por Él para un día malo es calificado de una manera semejante por la bondad del Señor. No sólo fue enseñado en relación con la bendición final del pueblo, sino que también recibió la revelación del juicio que debía caer sobre él a causa de su maldad. Tanto la gracia de Dios como su justicia fue desplegada con motivo de la maldad del hombre.

Isaías aprendió cuál sería la liberación futura del pueblo de Dios, pero también fue instruido acerca del juicio que debía caer sobre él, y de qué manera “Asiria, vara y báculo de mi furor” lo pondría “para ser hollado como lodo de las calles” (10:5-6). Sin embargo,“el remanente volverá” (v. 21): es el significado de Sear-jasub, el hijo del profeta. La condición y la bendición del remanente se detallan hasta el final del capítulo 12.

En los capítulos 13 y 14, hasta el versículo 27, al profeta se le revela la ascensión y caída de Babilonia. En ese tiempo, Babilonia, históricamente, era una ciudad insignificante; pero el Espíritu de Dios explicó a Isaías cuál era su propia estimación y los malos principios que nacieron en ella.

Luego Isaías entró en otro período. Ezequías había subido al trono de Judá. La profecía de los últimos versículos, 28 a 32, del capítulo 14, constituye un resumen de los sufrimientos de Israel y de la restauración del remanente. Habrá una liberación momentánea por medio de Ezequías, pero el juicio vendrá; y, para ese tiempo, el profeta debía ser instruido en todo eso y preservado por la palabra de Dios y por Sus pensamientos.

Somos poco conscientes de la importancia de tener el espíritu formado por la Palabra. Esto transforma nuestra visión de las cosas de aquí abajo. Todos los actos de los hombres nos parecerán como divagaciones alocadas o pueriles.

Isaías fue puesto confiadamente en la gloria de la presencia de Dios, y esto lo preparó para recibir el mensaje divino. En los capítulos 15 a 35 le fue mostrado cómo aparecían Judá y las naciones en relación con Judá a los ojos de Dios. Primero, sus propias relaciones con Dios fueron puestas en orden; luego, por sus hijos, dio un testimonio al pensamiento y al propósito de Dios. Después de tener una vista general del juicio de Dios sobre Moab, Damasco, Etiopía y Egipto, una vez que el poder de Asiria introdujo el juicio, entonces solamente pudo quitar el cilicio de sus lomos, descalzar las sandalias de sus pies y andar desnudo y descalzo, como testigo en sí mismo de la naturaleza de los sufrimientos que el pueblo debería padecer (20:2).

Ya hemos seguido tres importantes aspectos de su carácter de profeta: el primero, en relación con su posición ante Dios en la gloria; el segundo, en el hecho de que sus hijos expresaban el pensamiento de Dios; el tercero, mostraba que sufrió y soportó en sí mismo, personalmente, el sufrimiento que predicó a los rebeldes y despreocupados; pero lo que ellos padecerían por merecerlo, él lo padeció sin merecerlo. Aquel que predicó sus sufrimientos, presentó un testimonio. No era inconsciente ni indiferente a lo que predijo.

En el capítulo 21, Isaías hizo otra experiencia muy necesaria: la del dolor y de la angustia de su propio espíritu a causa de las cosas terribles que iban a suceder muy pronto. Ya no se trataba sólo de un sufrimiento en su cuerpo. Vio a los persas destruir a Babilonia, y esto lo llenaba de angustia y de dolor. El prevaricador prevaricó; es porque se agobió oyendo, y, al ver, se había espantado. El profeta no fue simplemente una voz; se asimiló y formó parte del carácter de las cosas que comunicaba, y las sentía. La caída de Babilonia casi lo abatió, aunque fuese la noticia del juicio venidero sobre la nación que Dios iba a emplear para juzgar a Israel. Sin embargo, Isaías experimentó en su alma, ante Dios, lo terrible del juicio; pero cuando la ola del juicio alcanzó a los judíos en el capítulo 22, su sufrimiento fue aún más agudo. No fue un espectador pasivo de los sufrimientos que preveía, sino que sufrió antes que los demás. Para un profeta, entrar en la naturaleza y los efectos de las verdades que comunicaba, era la prueba de una sensibilidad conforme al pensamiento de Dios. Por eso dijo: “Dejadme, lloraré amargamente; no os afanéis por consolarme de la destrucción de la hija de mi pueblo” (22:4).

Después de atravesar este dolor de corazón, fue enviado a Sebna, el mayordomo (v. 15), para anunciarle que toda su grandeza, aun aquella relacionada con su sepulcro, iba a ser destruida. Debía ser un ejemplo de la naturaleza del juicio sobre Jerusalén: “Jehová... te echará a rodar con ímpetu, como a bola por tierra extensa; allá morirás, y allá estarán los carros de tu gloria, oh vergüenza de la casa de tu señor” (v. 18). No obstante, habría restauración en Eliaquim. Al mismo tiempo que el juicio, cuando el corazón del siervo era agobiado a causa de ese juicio, entonces fue animado y fortalecido mediante la visión de la liberación futura.

Sin embargo, el alcance y el carácter general del juicio subsistían, de manera que, aunque viera la misericordia de Dios, era consciente de que él mismo estaba en la escena de ese juicio, por lo que exclamó: “¡Mi desdicha, mi desdicha, ay de mí!” (24:16). Luego anunció: “Será quebrantada del todo la tierra, enteramente desmenuzada será la tierra, en gran manera será la tierra conmovida. Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza... La luna se avergonzará, y el sol se confundirá, cuando Jehová de los ejércitos reine en el monte de Sion y en Jerusalén, y delante de sus ancianos sea glorioso” (v. 19-20, 23).

El profeta hizo otra experiencia que podemos aprovechar. Si tan breve tiempo antes era el sufrimiento a causa del juicio inminente, ahora prevalecía la alabanza a causa del reino y de la gloria. Pero este nuevo período no podía ser introducido sino por el juicio, y es porque el profeta, en los capítulos 27 a 35, continuó describiendo el camino por el cual serían conducidos, y les advirtió que no descendieran a Egipto durante esa prueba.

Ahora llegamos a la invasión de Israel por Senaquerib. Ezequías, que representa el remanente futuro de Israel, fue puesto bajo dos pruebas y experimentó dos liberaciones: una exterior, cuando fue salvado del Asirio; la otra interior, cuando fue, por decirlo así, resucitado de entre los muertos. Lo que nos ocupa es la función que Isaías cumplía en esas dos pruebas.

Notemos una vez más que la manera en que el siervo actúa revela el resultado de la formación que tuvo. Al principio el siervo a menudo no sabe el servicio para el cual Dios lo prepara. Si lo supiera, lo haría pensar en su manera de obrar, mientras que él debe simplemente dejarse enseñar por Dios. Podríamos prepararnos de manera específica para un servicio particular, tal vez podríamos cumplirlo de una manera muy útil y metódica, pero jamás tendrá la misma vitalidad que si hubiésemos dejado a Dios formarnos y elegir por nosotros sin dictarle el servicio que desearíamos cumplir. Creo que las deficiencias de un servicio se deben a menudo a la ausencia de esa preparación que sólo la Palabra de Dios puede efectuar. El siervo debe estar enteramente ocupado en ella, a fin de que “more en abundancia” en él (Colosenses 3:16), para que pueda actuar según Su pensamiento cuando fuere necesario. Pero no es preciso que sepa cuál es su servicio antes de estar listo para cumplirlo.

Un gran conocimiento de la verdad le fue comunicado al profeta Isaías antes que fuese llamado al servicio, pero no le fue dicho cuál sería la naturaleza del servicio especial para el cual era preparado. No le fue dicho a Abram que la visita y la bendición de Melquisedec lo preparaban para el encuentro con el rey de Sodoma y sus ofrecimientos; sin embargo, fue tan bien preparado que fue capaz de rechazar enérgicamente todo lo que venía del rey, desde un hilo hasta una correa de calzado (Génesis 14:17-24).

Moisés es otro ejemplo. Estuvo cuarenta días en la gloria para aprender cuál sería la forma real del tabernáculo, pero sobre todo para llegar a estar listo moralmente para el gran servicio al cual sería llamado después de la idolatría de Israel (Éxodo 19-32). Así, al bajar y al ver la apostasía del pueblo, su sorpresa fue grande y terrible; pero sin confusión ni dudas, supo lo que había que hacer. No tuvo miedo del hombre ni dudas de Dios. Estaba preparado para esa crisis y firme en su corazón. Actuó según Dios; “tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento” (33:7), fuera de todas las idolatrías del pueblo apóstata.

Así también el apóstol Pablo fue preparado para el servicio, y para ser, como el Señor le dijo, “ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti” (Hechos 26:16).

Aun en la visión dada a Pedro, éste recibió mucho más la comunicación del pensamiento y del propósito de Dios que los detalles del discurso a Cornelio (Hechos 10). Cuando se está verdadera y plenamente lleno del pensamiento de Dios, la manera de presentarlo está de acuerdo con Su pensamiento.

Así fue para Isaías. Habiendo sido preparado por Dios para la comunicación de Su pensamiento respecto a Israel y a todas las naciones en relación con Israel, entonces fue llamado a actuar en la doble prueba del rey Ezequías que personificaba el remanente de Israel; y la manera en la cual sirvió ilustra para nosotros la verdadera manera de servir en un momento dado. El rey le envió mensajeros para oír de su boca cuál era el pensamiento de Dios. “Vinieron, pues, los siervos de Ezequías a Isaías. Y les dijo Isaías: Diréis así a vuestro señor: Así ha dicho Jehová: No temas por las palabras que has oído, con las cuales me han blasfemado los siervos del rey de Asiria. He aquí que yo pondré en él un espíritu, y oirá un rumor, y volverá a su tierra; y haré que en su tierra perezca a espada” (Isaías 37:5-7). Isaías no tuvo temor; el enemigo parecía muy poca cosa para él, porque tenía un sentir muy profundo de la grandeza y del poder de Dios. Fue la mejor prueba de que se mantuvo cerca de Él. La enfermedad mortal de Ezequías fue anterior a la invasión del Asirio y nos es útil ver cómo Isaías actuó en esta primera prueba antes de insistir sobre su servicio hacia él en la segunda.

Leemos en el capítulo 38 que Isaías, enviado por Dios, vino a Ezequías para anunciarle que iba a morir. ¡No fue fácil para Isaías! El que velaba sobre los intereses de Dios en ese tiempo, seguramente se regocijó de la fidelidad de Ezequías, pero entonces todo debía tener un fin, y era él quien debía anunciar un acontecimiento que debía prácticamente traer la caída y la ruina de su pueblo. Sin embargo, era necesario para un siervo darse cuenta de que no se puede esperar nada del hombre. Esto lo calificó para su testimonio en relación con Israel cuando clamaría: “Ciertamente como hierba es el pueblo…” (40:7). El gran instigador de la restauración debía marchitarse como una hoja.

Después que pasó por este gran dolor, Isaías se halló en condiciones de apreciar mejor y más profundamente la resurrección. Luego fue capaz de decir a Ezequías qué remedio debía tomar para su curación (38:21). Así, cuando toda esperanza es abandonada, cuando la muerte lo seca todo, una luz brilla en las tinieblas. Entonces se produce en el alma la convicción profunda de que hay un Dios que resucita a los muertos. Esto prefiguró para Isaías lo que debía suceder a su pueblo. Debía morir, desaparecer, como lo experimenta ahora, aunque a pesar de ello vendrá ciertamente a la vida. Israel será restaurado.

Luego tuvo lugar la opresión del adversario de afuera presentada por el rey de Asiria; e Isaías dio a Ezequías la certeza de que sería librado (38:6-7). Pero eso no fue todo. Cuando Ezequías oró por esto, Isaías vino a él, no sólo con la certeza de la liberación, sino que además le anunció una gracia especial. “Esto te será por señal: Comeréis este año lo que nace de suyo, y el año segundo lo que nace de suyo; y el año tercero, sembraréis y segaréis, y plantaréis viñas, y comeréis su fruto”. Y está escrito a continuación: “Y lo que hubiere quedado de la casa de Judá y lo que hubiere escapado, volverá a echar raíz abajo, y dará fruto arriba. Porque de Jerusalén saldrá un remanente, y del monte de Sion los que se salven. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto” (37:30-32).

Isaías tenía un sentimiento verdadero de la maravillosa manera con la cual Dios realizaría la liberación de Israel. Fue lo que profetizó abundantemente desde el capítulo 40 hasta el fin del libro. ¡Qué perspectivas maravillosas le fueron reveladas! Y si pudo decir que eran vagas y más allá de toda comprensión humana, sin embargo vio la realidad de la intervención de Dios hacia Su pueblo y el carácter de esta intervención. Y si tenía este conocimiento, era porque “vio su gloria”.