Veinte años perdidos

Un creyente que tomaba a pecho la salvación de los pecadores empleaba su tiempo libre en esparcir el Evangelio, distribuyendo Biblias y tratados. Para tal fin, había escogido como campo de actividad un barco que recorría el río Clyde, en Escocia. Cierto día, mientras le daba un folleto a uno de los viajeros, éste le hizo notar que tales esfuerzos carecían de éxito. «No desprecio esa clase de trabajo —prosiguió—, en mi juventud hice lo mismo como creyente, pero no recogí fruto alguno».

El evangelista se extrañó al oír esta observación, pero el recuerdo de su propia conversión disipó rápidamente esta impresión. En efecto, su conversión se debió a la lectura de un tratado recibido en la calle, cuando tenía doce años. Era una noche fría de invierno cuando pasaba frente a un local de predicación. Un desconocido lo detuvo, le regaló un tratado, y lo invitó a que entrara para escuchar el Evangelio. Entonces aceptó y oyó un mensaje que despertó su conciencia, haciéndole reflexionar en la eternidad y en su estado pecaminoso delante de Dios. Cuando volvió a casa, estaba turbado, pero leyó el folleto y halló la paz.

Ese cristiano le contó esta experiencia al viajero, quien demostró vivo interés. «¿Puedo preguntarle cuándo ocurrió ese conmovedor episodio?». Cuando supo el nombre de la calle, la casa y la fecha exacta, sus ojos se llenaron de lágrimas. Tomando la mano de su interlocutor, exclamó con profunda emoción: «Me acuerdo perfectamente del muchacho al que induje a entrar aquella noche en la sala de reuniones, pues se me había confiado, durante varias noches, la tarea de invitar a los transeúntes y de entregarles algunos tratados. Yo era entonces recién convertido y, como no veía ningún fruto de mi trabajo, terminé por abandonarlo. Hace veinte años de esto, y Dios me muestra ahora que mi servicio para Él no fue en vano. Si me conserva en vida hasta mi regreso a la ciudad, reanudaré con su ayuda el trabajo que me había confiado, trabajo que por infidelidad y falta de fe no juzgué digno de ser cumplido».

El intervalo de veinte años estaba perdido para siempre. Pronto terminará para nosotros también la ocasión de servir. “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9).