Jesús, el nombre que congrega

“Yéndose luego David de allí, huyó a la cueva de Adulam; y cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, vinieron allí a él. Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos.”
(1 Samuel 22:1-2)

“Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”
(Mateo 18:20)

Desde Babel, los proyectos, las ideologías y las religiones que, por medio de líderes, encuentran masas humanas intercambiables para seguirlos, son innumerables. Ser uno que reúne multitudes es la ambición de los jefes políticos y religiosos de todas las épocas, cualquiera sea su causa y sus motivos. ¡Y cuántas veces el grupo que se forma alrededor de una personalidad fuerte queda desarticulado cuando ésta desaparece! En Hechos 5:36-37, el prudente Gamaliel saca conclusiones de la manera en que se terminó la epopeya de dos de entre ellos.

La historia de David, que culmina en el trono de Israel, comienza en una cueva donde viene a ser el centro y jefe para los desesperados que se juntaron con él. Todos aquellos que estaban en aflicción, con deudas, en amargura, “se juntaron con él..., y fue hecho jefe de ellos” (1 Samuel 22:2). No se selecciona otra cosa más que su miseria; es el “todo aquel” del Evangelio. Lo que los califica es el hecho de que han agotado todos los recursos humanos (conocen la angustia), están endeudados (insolventes frente a Dios), se hallan en amargura de espíritu (el temor de la muerte, que deja un gustillo amargo a todos los placeres terrenales).

Cada uno de aquellos que se juntaron con David, encontró cerca de él una respuesta a su necesidad personal. “Conmigo estarás a salvo”, dijo a Abiatar (1 Samuel 22:23). Pero hay algo más aún: son llamados a vivir colectivamente con una única motivación, la de su apego común al rey rechazado. Lo reconocen; Su presencia compensa en gran manera las privaciones de la cueva; Su autoridad no es discutida, el menor de Sus deseos tiene fuerza de ley para ellos.

Ya en el Antiguo Testamento, ¿no constituye ello una hermosa figura de la entera suficiencia del nombre de Jesucristo para congregar a los suyos? Su promesa: “Allí estoy yo en medio de ellos” es segura para aquellos que se satisfacen con su sola presencia, reconociéndolo como único centro y sometiéndose a su sola autoridad.