Las palabras “mas tú”, “pero tú” o “tú, pues”, que aparecen repetidas veces en las epístolas a Timoteo, nos indican la preocupación que el apóstol Pablo tenía por su compañero de trabajo, llamándolo su “verdadero hijo en la fe”, su “hijo amado” (1 Timoteo 1:2; 1 Corintios 4:17). “Tú, pues, hijo mío” (2 Timoteo 2:1), es una conmovedora preocupación del apóstol que se manifiesta en sus epístolas, con referencia a todos los creyentes, incluso a los que nunca vio, y muy especialmente a aquellos que él podía llamar sus hijos, porque los engendró en Cristo Jesús mediante el Evangelio. Dice a los corintios: “Como a hijos hablo” (2 Corintios 6:13). Os amonesto “como a hijos míos amados” (1 Corintios 4:14). Siente un afecto especial por los tesalonicenses, “como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos” (1 Tesalonicenses 2:7). Su preocupación se extiende a todas las iglesias en todo tiempo. “Lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11:28).
Estas palabras “mas tú”…, dirigidas a Timoteo por el apóstol, después de haber señalado diferentes formas del mal, también deben hablarnos a cada uno de nosotros. Nos recuerdan que tenemos una posición privilegiada que debe separarnos enteramente del mal en nuestra conducta en medio de la cristiandad que sólo tiene la forma de piedad. Nos advierten: “Considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” o seducido (Gálatas 6:1; véase también Hechos 20:28; Colosenses 2:8). “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).
Estas palabras “mas tú”… también nos elevan por encima de la escena de este mundo para hacernos considerar por el Espíritu todas las cosas a la luz de la Palabra, tal como Dios las ve. En medio del mal que nos rodea, con el cual tenemos contacto, y que discernimos y juzgamos, ¿no deberíamos siempre preguntarnos: «Mas tú, cuál es tu conducta en medio de esta situación? ¿Te encuentras totalmente separado? ¿Te limpias de toda contaminación de carne y de espíritu?»
“Oh, hombre de Dios”, dice el apóstol Pablo a Timoteo. ¿Somos hombres de Dios, hombres que caminan con Dios, que manifiestan lo que Él es, que huyen de las cosas malas, que siguen “la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre”? ¿Puede decir el mundo de nosotros: «Es un hombre de Dios»?
¡Ojalá que seamos verdaderamente hombres de Dios, de los cuales el amor y la gentileza sean conocidos de todos los hombres!