Desde los días...

Siempre que la historia del pueblo de Dios se ensombrece, Él suscita una luz. Y cuanto más espesas son las tinieblas, más brillante es esa luz. Este principio se encuentra maravillosamente ilustrado por tres pasajes del Antiguo Testamento.

Desde los días de Salomón (2 Crónicas 30:26)

En los días que precedieron a Ezequías, rey de Judá, las cosas habían ido de mal en peor. Las puertas de la casa de Dios habían sido cerradas y las lámparas apagadas. Pero Ezequías, desde el principio de su reino, había purificado el templo y restablecido el servicio divino. En 2 Crónicas 30, lo vemos dirigirse a todo el pueblo de Dios —incluyendo las diez tribus— para invitarlos a celebrar la Pascua a Jehová. Muchos respondieron al llamamiento, y Dios les concedió “grande gozo” (v. 21). “Y toda aquella asamblea determinó que celebrasen la fiesta por otros siete días; y la celebraron otros siete días con alegría” (v. 23). Ezequías se había puesto simplemente delante de Dios, y la consecuencia inmediata y natural fue que “hubo entonces gran regocijo en Jerusalén; porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa semejante en Jerusalén” (v. 26). ¡Que gloria evocan los días de Salomón!

¡Tal es el precio de un despertar después de un período de oscuridad! Además de estar perfectamente gozosos delante de Dios, estos israelitas se ocuparon de los intereses de Dios. El pueblo trajo “en abundancia los diezmos de todas las cosas” (31:5). Cuando nuestro gozo en el Señor aumenta, se despiertan el interés y el cuidado hacia lo que le concierne. Entonces eran “montones” de ofrendas que aparecieron a la vista del rey, y Dios bendijo abundantemente a su pueblo (v. 6-12).

Desde los días de Samuel (2 Crónicas 35:18)

El despertar del tiempo de Ezequías fue seguido por un período extremadamente sombrío de los rei-nados de Manasés y de Amón. Pero en los días de Josías, Dios suscitó otro despertar. El país fue purificado de la idolatría y el libro de la ley de Dios, perdido desde hace mucho tiempo, fue encontrado (2 Crónicas 34). La palabra de Dios produjo arrepentimiento y humillación; luego “Josías celebró la pascua a Jehová en Jerusalén” (35:1). Está escrito que “nunca fue celebrada una pascua como esta en Israel desde los días de Samuel el profeta; ni ningún rey de Israel celebró pascua tal como la que celebró el rey Josías, con los sacerdotes y levitas, y todo Judá e Israel” (v. 18). Fue la pascua más notable desde el establecimiento del reino. Ni siquiera la celebrada bajo el glorioso reino de Salomón tuvo el mismo valor a los ojos de Dios. ¡Qué alentador es esto para la fe!

Desde los días de Josué (Nehemías 8:17)

La fidelidad de Josías y los días felices de su reinado no impidieron una decadencia aún más grave en la historia de Judá, a la que sucedieron los setenta años de cautividad. Sin embargo, la gracia de Dios no abandona jamás a los suyos. Por su misericordia, el rey Ciro autorizó a los judíos a volver a Jerusalén y a reedificar el templo (Esdras 1). Se produjo un despertar extraordinario, y muchos subieron de Babilonia. Esto evoca lo que pasó hace casi dos siglos, cuando el Señor cumplió una obra notable por su Espíritu, reavivando el interés de los creyentes por su Palabra y reuniéndolos de nuevo sobre el terreno divino. En el libro de Esdras, vemos el templo reedificado y el culto de Dios restaurado (3-6). En el de Nehemías, asistimos a la reconstrucción de la muralla, con la ayuda de muchos siervos adictos. Casi todos trabajaron, hombres y mujeres. Dios discernió cualquier señal de piedad puesta en evidencia para la reparación del muro, ya sea de Salum y de sus hijas (3:12), de Baruc que restauró “con todo fervor” (v. 20), o de los sacerdotes que restauraron “cada uno enfrente de su casa” (v. 28).

La Palabra de Dios volvió a ser preciosa, objeto de la atención de todos (Nehemías 8:1-8), y produjo primero la humillación, y luego el gozo. El Espíritu proclamó: “el gozo de Jehová es vuestra fuerza” (v. 10). Si nuestros corazones encuentran sus delicias en Cristo, hay poder e inteligencia. Enseguida, instruidos por la Palabra que habían sondeado, celebraron la fiesta de los “tabernáculos, como está escrito” (v. 13-18). En realidad, en ese momento tuvieron un discernimiento mayor del pensamiento de Dios como nunca antes en su historia lo habían tenido. “Toda la congregación que volvió de la cautividad hizo tabernáculos, y en tabernáculos habitó; porque desde los días de Josué hijo de Nun hasta aquel día, no habían hecho así los hijos de Israel. Y hubo alegría muy grande” (v. 17). Desde el establecimiento de Israel en su tierra, ¡jamás cosa semejante había sucedido!

¡Qué aliento para nosotros! Cuando hay un real deseo de seguir la Palabra de Dios, más sombríos son los tiempos, más brillante es la fe y más resplandeciente la bendición de Dios.