Idolatría

En la Palabra de Dios, la idolatría es presentada bajo dos aspectos: material y moral.

1) Por un lado, es la adoración de otros dioses distintos del solo Dios verdadero; por otro lado, es la adoración del Dios viviente y verdadero bajo la forma de imágenes o de ídolos. Apareció temprano en la historia, después del diluvio, y fue practicada por los ascendientes de Abraham. Taré, su padre, fue un idólatra, según lo recuerda Josué en sus últimas palabras (Josué 24:2). Jacob tenía en su casa dioses ajenos, llamados terafim (en el original hebreo), que se consideraban como protectores del hogar (Génesis 31:19, 34; 35:2). El profeta Ezequiel, en el capítulo 20 de su libro, declara que el pueblo de Israel no dejó de ser un pueblo de idólatras: en Egipto, en el desierto y en Canaán (v. 8, 24, 28). Incluso Josué, al término de una vida de prosperidad, debe ordenar a los hijos de Israel quitar los dioses a los cuales sirvieron sus padres (Josué 24:14). Más adelante, un profeta los llamará “fabricadores de imágenes” (Isaías 45:16).

Las divinidades ajenas más frecuentes nombradas en la Escritura son: Baal, dios de los Cananeos; Astoret, diosa de los sidonios; Moloc, ídolo abominable de los hijos de Amón (1 Reyes 11:5, 7).

La vanidad de los ídolos es a menudo señalada: las “vanidades ilusorias” (Salmo 31:6; Jonás 2:8), las “vanidades ajenas” (Jeremías 8:19). Así es también en cuanto a su horror a los ojos de Dios: son “abominaciones” (Ezequiel 20:7). Comprendemos fácilmente que la prohibición de la idolatría esté a la cabeza de los mandamientos de la ley del Sinaí: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3-6; Deuteronomio 5:7-10).

En el tiempo del cristianismo, los creyentes son exhortados a evitar todo contacto con la idolatría. Después de haber citado el ejemplo del becerro de oro, el apóstol Pablo escribe: “Ni seáis idólatras... huid de la idolatría” (1 Corintios 10:7, 14). Ya había dicho a los corintios que el ídolo en sí no era nada, pero que, cosa grave, detrás de él se escondían los demonios, el diablo. Sacrificando a los ídolos, se sacrifica a los demonios. “No quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios” (1 Corintios 8:4; 10:20).

El apóstol Juan también habla de idolatría. Un dios diferente del Dios verdadero y de su Hijo Jesucristo es un ídolo. Los fieles, estando en el Verdadero, ¿serían aún atraídos por los ídolos? Tenían que guardarse de ellos (1 Juan 5:21).

La Palabra de Dios revela que en el futuro Imperio Romano habrá un resurgimiento de la idolatría. Hoy en día tendemos a despreciar a los idólatras de las naciones lejanas. Mañana, en nuestros países, se adorará “a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera” (Apocalipsis 9:20).

2) La idolatría también es presentada bajo un aspecto moral. El Señor Jesús mismo dijo: “Ninguno puede servir a dos señores... No podéis servir a Dios y a las riquezas (Mamón)” (Mateo 6:24). Más tarde, el apóstol habló de los avaros, precisando que la avaricia es idolatría (Efesios 5:5). Es uno de esos miembros morales que tenemos que hacer morir (Colosenses 3:5).

Así pues, un ídolo es lo que viene a interponerse entre Dios y nuestro corazón, ya sean personas o cosas. Todo objeto que toma el lugar en el corazón, es decir el primer lugar, el cual pertenece a Dios, es un ídolo. A este respecto, la exhortación del apóstol Juan es muy importante: “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Juan 5:21).