La Iglesia del Dios viviente /6

Las reuniones (2)

La reunión de oración

No es necesario demostrar a ningún hijo de Dios que puede salir de apuros sin la oración personal. Después de nacer, el recién nacido empieza por gritar; de la misma manera, el creyente empieza por orar desde el día de su nuevo nacimiento. Es una de las primeras manifestaciones de la vida nueva que posee en adelante: “He aquí, él ora” (Hechos 9:11) dice el Señor a Ananías para convencerle de que su obra de gracia en Saulo de Tarso había producido un cambio completo.

La vida de oración del cristiano no debe ser interrumpida. En efecto, es la expresión de su dependencia de Dios y de su confianza en él. Si necesita esforzarse para orar, si su diálogo con Dios enrarece y se vuelve formal, seco o si carece de sustancia, se muestran síntomas de una enfermedad que alcanza su vida interior. Debería inmediatamente buscar cuál es su causa.

Nuestro Señor nunca conoció semejantes interrupciones. Durante su vida de hombre en la tierra, “oraba” (Salmo 109:4). No podía ser de otro modo. Nunca abandonó el terreno de la dependencia y de la obediencia. La confianza en Dios que lo caracterizaba “desde el vientre de su madre” (Salmo 22:10) nunca falló. Su corazón entero permaneció en perfecta comunión con Dios, con sus pensamientos, con sus intereses y con sus consejos. Ni el mundo, ni el pecado pudieron entrar en el inmaculado santuario de su corazón. Tal estado de corazón hacía de la oración algo necesario en él, una fuente de paz y de gozo, un sabor anticipado de su actividad presente como sumo sacerdote en el cielo.

¡Que en todo eso podamos aprender de Él y ser hechos fieles intercesores, llevando en nuestros corazones los intereses de Dios y de la obra del Señor! ¡Cuán vivas serían entonces nuestras reuniones de oración, y qué bendición tan grande resultaría de ellas!

Una preciosa promesa del Señor dada a la oración en común

En relación con sus enseñanzas sobre la “Iglesia”, que iba a ser formada después de su resurrección, el Señor dice a sus discípulos: “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:19). ¡Qué alcance tan inmenso le da esto a la oración de la iglesia local y a la oración en común! Por sí sola, “la oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16). Pero el Señor mismo nos enseña aquí que la oración en común tiene un efecto aún mayor. De esto nos da la razón diciendo: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). Los creyentes pueden apegarse a esta maravillosa promesa para la reunión de oración como también para los otros tipos de reunión. Si el Señor mismo toma la dirección de tal reunión y el Espíritu Santo puede obrar sin obstáculos en todos los corazones allí presentes, ¡cuán conformes con Dios serán las peticiones expresadas y cuánto más el Señor podrá responder a sus oraciones! ¿Sería posible que un cristiano se quede alejado de tal reunión por razones fútiles? ¿No sería esto la prueba de un mal estado interior?

Puede ser útil recordar brevemente aquí los puntos positivos y negativos que es necesario observar o evitar durante una reunión de oración:

La unidad de pensamiento: Como ya lo hemos visto, la promesa del Señor depende del hecho de que los que se reúnen para orar estén “de acuerdo” (Mateo 18:19), o sea que pidan unidos en un mismo pensamiento. Las tensiones, las disensiones y las discrepancias de pensamientos entre los hermanos y hermanas, sean cuales fueren, no solamente contristan al Espíritu Santo, sino que también ponen en tela de juicio la oración en común y el cumplimiento. Los creyentes de Jerusalén “perseveraban unánimes en oración” y alzaban “unánimes la voz a Dios” puesto que eran siempre “de un corazón y un alma” (Hechos 1:14; 4:24, 32).

Peticiones precisas: A petición de su discípulo: “enséñanos a orar” (Lucas 11:1-13), el Señor dio particularmente el ejemplo del vecino «inoportuno» que llegó a su amigo con una petición clara y precisa: “Amigo, préstame tres panes”. Los dos hombres sabían entonces claramente de lo que se trataba. Y una petición precisa obtiene una respuesta precisa.

Al levantarnos de una oración hecha de rodillas, deberíamos saber qué peticiones le hemos presentado a Dios y por qué cosa esperamos una respuesta.

Pedir con fe: Lo que dice Santiago desde un punto de vista personal, también es válido para los creyentes congregados para la oración: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda... no piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:6-7; Mateo 21:22).

Pedir con perseverancia: Jesús dio a sus discípulos una parábola para enseñarles que tenían que “orar siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1-6). Tenemos que hacer como esa viuda que no dejaba de volver a presentar al juez injusto la misma petición precisa hasta que fue satisfecha.

Oraciones cortas: Si las peticiones son hechas de una manera precisa y concisa en la reunión de oración, se podrá presentar un mayor número de peticiones.

Respecto a esto, todos deberíamos estar conscientes de que nos hallamos delante de Dios; esto es una razón para que nuestras palabras sean “pocas” (Eclesiastés 5:2). La oración hecha de rodillas no debe ser ni una meditación, ni una exhortación impuesta de esta manera a nuestros hermanos.

La reunión para la edificación y la presentación de la Palabra de Dios

En los capítulos precedentes vimos que la edificación del cuerpo de Cristo se lleva a cabo mediante el suministro de un alimento espiritual conforme a la Palabra de Dios. Hemos señalado que el Señor ha dado dones a su Iglesia para el ministerio de la Palabra de Dios, y que él mismo forma estos dones para su tarea particular. En fin, las Santas Escrituras nos mostraron que el Señor desea reunir a los hijos de Dios hacia su nombre, en varios lugares, y dirigir él mismo las iglesias locales por medio del Espíritu Santo. Intentemos ver a grandes rasgos cómo realizar prácticamente una reunión para la edificación que no sea dirigida por un hombre.

Los creyentes se reúnen, conscientes de que el Señor está allí presente. En cuanto al servicio, nada ha sido convenido de antemano, sino no sería “reunirse como iglesia” (1 Corintios 11:18). Nadie viene con una predicación preparada. Tampoco el tema está fijado. Sin embargo, los corazones no están vacíos. Cada hermano fiel realiza para sí personalmente: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros” (Colosenses 3:16). Cada vez que ha tenido tiempo para esto, ha leído y estudiado cuidadosamente la Palabra. Así almacena en su corazón un tesoro de conocimientos de las cosas de Dios, “cosas nuevas y cosas viejas” (Mateo 13:52). Cuando están reunidos como iglesia, uno tendrá entonces “salmo”, otro “doctrina” (1 Corintios 14:26). Cada uno espera la dirección del Espíritu y actúa cuando se siente llamado a hacerlo. El himno o la oración al principio tal vez le harán pensar en un pasaje de las Escrituras. O tal vez el Señor le había puesto algo en su corazón desde hace tiempo y le da ahora la libertad para comunicarlo en el ministerio de la Palabra.

El apóstol Pablo escribió a los corintios que habían sido bendecidos con muchos dones: “Los profetas hablen dos o tres” (1 Corintios 14:29). Hoy en día, aún puede ser que el primer hermano no tenga que transmitir sino una breve palabra y que un segundo hermano tenga que agregar unos pensamientos en la dependencia del Señor. Pero cada uno tiene que estar consciente de que todo debe hacerse “para edificación... decentemente y con orden” (1 Corintios 14:26, 40).

Puede que el hombre natural prefiera una predicación detallada y brillantemente elaborada a esta manera sencilla de presentar la Palabra. Pero el creyente espiritual es feliz de poder reunirse con otros cristianos alrededor del Señor, de acuerdo con las instrucciones de las Santas Escrituras, y de esperar en él por la fe para que la Palabra sea presentada por los canales y los dones que Él ha conferido a su Iglesia. “Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Corintios 1:25).

Reuniones para el estudio en común de la Palabra

Las reuniones para estudiar ciertas porciones de la Biblia de manera continua y en común son muy útiles para instruir en la doctrina de la Palabra de Dios. Particularmente porque se puede estudiar la totalidad de un capítulo o de un libro, y tocar temas importantes que tal vez nunca serían tratados o explicados delante de todos, tales como «la pareja», «la disciplina», etc.

Los estudios en común de la Palabra estimulan el estudio personal de las Escrituras. Allí donde hay pocos creyentes y tal vez ningún don en particular, cada hermano tiene la posibilidad de participar muy sencillamente para la edificación de todos.

Sin embargo, notemos que las reuniones de estudio de la Palabra no deben reemplazar las reuniones de la iglesia en las cuales el Señor, por medio de un hermano que él escoge, comunicará una palabra en relación con el estado de la iglesia.

Reuniones de evangelización

Usted dirá tal vez que todavía no hemos hablado de todas las clases de reuniones de una iglesia local. Faltan aún las reuniones de evangelización.

Si sólo hablamos de ellas al final, es porque tales reuniones tienen un carácter distinto del de las reuniones de las cuales hemos tratado hasta ahora.

Las reuniones para el partimiento del pan y la adoración, para la oración y para la edificación, son reuniones de iglesia (1 Corintios 11:18). Como lo hemos visto, no es el hombre quien tiene la dirección de ellas, porque cuando los creyentes están reunidos en el nombre del Señor Jesús, él mismo está allí en medio de ellos para dirigir todo el desarrollo de la reunión, por medio del Espíritu Santo.

Sin embargo, estos mismos creyentes también son responsables de responder al gran llamamiento para la misión que el Señor dio a sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). A título individual —y no como «iglesia»— los creyentes deben ir a anunciar a la gente del mundo las Buenas Nuevas de la salvación en Cristo. En el ejercicio de este servicio, un hermano, que ha recibido del Señor un don de evangelista, tendrá reuniones de evangelización, ya solo, ya con ayudantes. Durante estas reuniones, este hermano puede esperar recibir todas las cosas del Señor: su dirección y su bendición, la acción del Espíritu Santo en la presentación de la Palabra y en la aplicación de ésta al corazón y a la conciencia de los oyentes, así como para la salvación de los pecadores. De lo contrario, todo el servicio sería inútil. No obstante, la reunión de evangelización no lleva las características de una reunión de iglesia. Primero, los servidores actúan bajo su propia responsabilidad hacia el Señor. Por ejemplo, puede que Él les enseñe antes de estas reuniones los pasajes de las Escrituras o los temas a desarrollar, los himnos a cantar, etc. Segundo, puede que allí donde el evangelista es llevado a anunciar las Buenas Nuevas, no haya todavía iglesia local en el sentido de la Palabra de Dios (el principio de Mateo 18:20 pues, no puede ser aplicado allí).

Varios ejemplos del libro de los Hechos de los Apóstoles ilustran estas declaraciones: Pedro y Juan entraron al templo con el hombre cojo que acababa de ser sanado (Hechos 3:1-4:22). El Señor les dirigía de manera evidente en todos los aspectos. Atraído por el milagro, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico de Salomón. Pedro utilizó esta ocasión dada por el Señor para anunciar a los judíos el arrepentimiento y la remisión de los pecados por Jesucristo, y lo hizo con toda claridad, por el poder del Espíritu Santo. El resultado fue que centenares de hombres se convirtieron. Esta fue una de las primeras «reuniones de evangelización». No se realizó en el seno de la iglesia en Jerusalén cuyas reuniones para el partimiento del pan y para la oración tenían lugar en las casas, sino afuera, en el templo, o sea allí donde se podía hallar hombres para evangelizar. La presencia de otros creyentes entre los oyentes ni siquiera es mencionada.

Más tarde, Pablo y sus compañeros emprendieron varios viajes misioneros y visitaron varias ciudades de Asia Menor y de Grecia. Allí evidentemente no encontraron ninguna iglesia de creyentes en el seno de la cual hubieran podido anunciar las Buenas Nuevas de la salvación en Cristo, porque el Evangelio aún no era conocido entre las naciones. Predicaron la Palabra en las sinagogas, en las calles, en las plazas, y estas agrupaciones ciertamente no eran reuniones de iglesia.

¿Por qué, pues, es tan importante subrayar la diferencia entre las reuniones de iglesia y las reuniones de evangelización? Por un lado, unos creyentes podrían verse tentados a limitar la libertad que el Señor ha conferido a los evangelistas para el bien de la obra. Esta tendencia puede venir de la costumbre actual de tener reuniones de evangelización en los locales de reunión habituales. Por otra parte, existe el peligro de aplicar también a las reuniones de creyentes el carácter de una reunión de evangelización dirigida por un hombre. Necesitamos advertencia contra estos dos peligros.

Las iglesias locales como centros de evangelización

El hecho de que no es la iglesia como tal la que evangeliza, ¿debe llevar a la conclusión de que la obra tan importante de la evangelización tiene que ser dejada únicamente a los hermanos llamados especialmente a este servicio por el Señor? ¡Lejos de nosotros tal pensamiento! La Palabra nos enseña por medio de hermosos ejemplos que cada iglesia debería ser en cierto modo un centro de evangelización. Es de allí que esta obra debería recibir todo el apoyo necesario, tanto por las oraciones como por la ayuda en el plan material y práctico. Además, cada creyente individualmente, si está lleno del amor de Cristo, se esforzará por poner en contacto con el Evangelio a los hombres que lo rodean. Una asamblea local tendrá evidentemente gozo en poner su local a disposición de los evangelistas que están firmes en la verdad. Así cada uno tendrá la oportunidad de invitar a amigos o conocidos de quienes se ocupa.

Los hermanos también tienen que ser conscientes de que, durante las reuniones de edificación habituales, pueden hallarse inconversos y niños entre los oyentes a quienes es preciso enseñar el camino de la salvación en Cristo.

¿Cuáles son pues las iglesias que la Palabra de Dios pone delante de nosotros como ejemplo patente de su celo para con el Evangelio?

1) Antioquía
Desde esta iglesia, Pablo y Bernabé salieron para su primer viaje misionero hacia las naciones (Hechos 13:1-3). Los hermanos de la localidad empezaron por ayunar y orar. Todos procuraban ponerse enteramente a disposición del Señor y esperar sus instrucciones en vista de su servicio. Cuando el Espíritu Santo dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:2), se pusieron otra vez a ayunar y a orar. Todos estaban conscientes de las dificultades de este servicio que implicaría para estos dos hombres tantas penas y peligros. Los encomendaron a la gracia de Dios para esta obra (Hechos 14:26). Luego les “impusieron las manos”, lo cual era una señal que mostraba que se identificaban completamente con ellos en su servicio, y que durante los largos meses de su peligroso viaje, los acompañarían con sus oraciones, fervientes y perseverantes, a fin de que el Señor los dirigiese y los guardase, les abriese las puertas para la Palabra y produjese abundancia de frutos por medio de su trabajo.

La intercesión de Moisés en la cumbre de la montaña había sido antaño determinante para el desenlace del combate entre Israel y Amalec (Éxodo 17:8-13). ¡Igualmente, las perseverantes intercesiones de la iglesia habrán sido ciertamente un poderoso factor de éxito para el servicio de Pablo y de Bernabé en el reino tenebroso del paganismo!

Cuando Pablo y Bernabé volvieron después de que hubieron cumplido su obra, reunieron a la iglesia y “refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos, y cómo había abierto la puerta de la fe a los gentiles” (Hechos 14:27; véase también 18:22). ¡Qué participación en el Evangelio de parte de toda la iglesia desde el principio hasta el fin!

2) Filipos
Los creyentes de Filipos también tenían en el corazón el Evangelio. Pablo podía dar gracias y rogar por ellos con gozo a causa de su participación en el Evangelio “desde el primer día hasta ahora” (Filipenses 1:5). Hechos 16 nos muestra la manifestación de esta participación ya el primer día:

Lidia, la vendedora de púrpura, apenas había comprendido en su corazón la palabra que Pablo había pronunciado, apenas salvada, recibió en su casa a Pablo y a sus compañeros, los mensajeros del Evangelio. Con eso, se encargaba de un servicio importante y también peligroso en aquella época. Esto le causó a esta hermana mucho trabajo, pero lo hizo de buen agrado por amor al Señor: “Nos obligó a quedarnos”.

Vemos algo parecido con el carcelero. Este hombre brutal, a quien la gracia de Dios hizo dar media vuelta por la fe, recibió “en aquella misma hora de la noche” a Pablo y Silas en su casa. Les lavó sus heridas, señas de su fiel servicio en el Evangelio. Luego puso una mesa delante de ellos, y creyendo a Dios se regocijó con toda su casa (v. 26-34). Cuando Pablo siguió su camino, los filipenses se acordaban de él. Más adelante, cuando fue encadenado, pidieron gracia para él y emprendieron la “defensa y confirmación del evangelio” (Filipenses 1:7).

Su interés en la obra del Evangelio también se manifestaba por sacrificios materiales: cuando Pablo estaba en Tesalónica, le hicieron un envío para contribuir a sus necesidades, “una y otra vez” (4:16). Formaban parte de las iglesias de Macedonia que en su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad (2 Corintios 8:2).

Se puede suponer que la primera visita de Pablo a Filipos tuvo lugar en el año 53 después de Jesucristo. Pero les escribió su carta durante su primera cautividad, probablemente en el año 64 después de Jesucristo. Durante todos estos años, “desde el primer día hasta ahora”, habían perseverado en la participación del Evangelio, ¡a pesar de los sufrimientos que esto les causaba!

3) Tesalónica
La Palabra de Dios da este hermoso testimonio a la iglesia de Tesalónica: “Partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido” (1 Tesalonicenses 1:8).

Esta iglesia era como una cabeza de desembarco de la luz en el vasto reino de las tinieblas. Su vida no se limitaba al interior de los cuatro muros de un local. Sus obras de fe eran visibles al exterior. Su trabajo de amor no se ejercitaba solamente hacia los creyentes, pero el amor de Cristo la empujaba a proclamar la Palabra del Señor y de su obra de redención en toda Macedonia y Acaya. Y allá, se hablaba en todo lugar de cómo se convirtieron “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo” (v. 9-10).

¡Cómo debería el ejemplo de esta iglesia estimular aún hoy en día a los creyentes en todas partes a tomar parte activa en la obra del Evangelio y a identificarse con todos los que el Señor utiliza para llevar su Palabra a los hombres que “habitan en tinieblas y en sombra de muerte”! (Lucas 1:79).

Métodos actuales para propagar el Evangelio

En los países cristianizados, en vista de la creciente indiferencia hacia el antiguo, pero glorioso, mensaje de la salvación en Cristo, muchos de los que desean ayudar a difundirlo adoptan nuevos métodos.

Procuran hacer que el mensaje sea «atractivo» callando, o al menos mencionando sólo de paso, ciertos elementos desagradables del Evangelio, como la perdición completa del pecador, la imposibilidad de salvarse a sí mismo, la necesidad de un arrepentimiento profundo y de un cambio de actitud, el juicio venidero, la sangre de Jesús como único fundamento de la salvación, etc. Apenas cabe decir que diluir el Evangelio equivale a debilitar el mensaje divino, hasta a cambiarlo, lo que acaba por privarlo de su efecto y conducir a las almas a caminos de perdición.

También se procura agregar a una presentación escrituraria algunas cosas de apariencia agradable para el hombre natural, en vista de atraer el mayor número posible de indiferentes y de hacerlos receptivos para la aceptación de este Evangelio que perturba. Sin querer entrar en demasiados detalles, recordemos el principio divino según el cual “lo espiritual” debe ser enseñado por “lo espiritual”. “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:13-14). Puede ser que algunos medios naturales pongan al hombre «en ambiente» y hasta puedan volverle «religioso». Pero esto no quita el hecho de que la salvación y el nuevo nacimiento del hombre sean el resultado de la obra del Espíritu Santo por medio de la Palabra de Dios, sobre la base de la obra de Cristo.

En vez de dejarnos impresionar por semejantes métodos y por los altos porcentajes aparentes de éxito logrados de esta manera, consideremos más bien lo que da poder a la proclamación del Evangelio según el pensamiento de Dios: el poder inalterable de la Palabra de verdad, el poder del Espíritu Santo que da dones para el ministerio de la Palabra y el poder de las intercesiones personales y en común. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6).

Los evangelistas «independientes»

Otra práctica actual es la de los evangelistas «independientes». Afirman no estar ligados por nada, y se sienten enteramente libres en cuanto a su servicio. En esto, ven una mayor libertad y una mayor movilidad en su actividad evangelística que han instituido como obra de evangelización, de la cual han tomado la dirección ellos mismos. Los recién convertidos no son los únicos que se juntan a esta obra. Otros creyentes piensan hallar allí una mayor libertad, estimando demasiado «estricto» el orden de la casa de Dios que sin embargo resulta de su Palabra (1 Timoteo 3:15).

Pues bien, tenemos que hacernos la siguiente pregunta: «¿Puede serle agradable a Dios que miembros del cuerpo de Cristo, añadidos a la casa de Dios como piedras vivas, se deshagan del orden de esta casa como si se tratara de una camisa de fuerza para aparentemente poder servir mejor la causa del Evangelio?» La razón humana puede contestar afirmativamente; pero la fe dirá «jamás, nunca jamás». Ella sabe que aun en la propagación del Evangelio, la bendición de Dios se encuentra ante todo en el camino de la obediencia y de la dependencia del Señor, aun si la obra que es posible cumplir en tal camino pueda parecer exteriormente mínima e insignificante.

Proclamar todo el consejo de Dios

El apóstol Pablo, el gran evangelista, llevó a la fe a innumerables hombres. Ahora bien, no les anunciaba solamente algunas verdades concernientes al principio del camino de la salvación. Más bien, sintiendo profundamente su responsabilidad de enseñarles todas las cosas que eran “útiles”, no rehuyó anunciarles “todo el consejo de Dios” (Hechos 20:20, 27). Sus cartas a las diferentes iglesias son testimonio complementario de esto. Aun si los evangelistas de hoy en día no tienen el don de maestro que tenía el apóstol Pablo, no obstante deberían mantener presente a la mente la voluntad de Dios, y contribuir para que los recién convertidos sean conducidos hacia toda la verdad. Esta no incluye sólo la seguridad personal de la salvación, la doctrina de la liberación, el regreso del Señor, etc., sino que también comprende las grandes verdades de la Iglesia de Dios de la cual forman parte ahora. Cada uno debe saber cómo conducirse en la casa de Dios.

Nota del Editor: Los lectores que quisieran profundizar con más detalle estas importantes verdades pueden llevar a cabo un curso bíblico gratis sobre la Iglesia o Asamblea, escribiendo a Creced (al correo electrónico revista@creced.ch, o por medio del formulario de contacto) para recibir la primera lección. También es posible hacer el curso online.