Todos los hombres deberán presentarse ante el “Juez de toda la tierra” (véase Génesis 18:25). La Palabra de Dios lo declara con absoluta claridad: “Porque todos hemos de ser manifestados ante el tribunal de Cristo; para que cada uno reciba otra vez las cosas hechas en el cuerpo, según lo que haya hecho, sea bueno o malo” (2 Corintios 5:10, V.M.).
Algunos rehúsan creer esto, pero su incredulidad no los excluirá de comparecer. Para los incrédulos, el tribunal de Cristo será el gran trono blanco (Apocalipsis 20:11-15). El Cristo a quien rechazan hoy será ese día un juez inexorable. Piensan quizás que la muerte es el punto final de todo, pero Jesús dijo: “Todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y... saldrán” (Juan 5:28-29). Sus cuerpos serán resucitados. Serán juzgados en sus propios cuerpos por lo que hubiesen cumplido con sus cuerpos. El hecho de estar ante el Hijo de Dios los llenará de terror, y lo que resultará será aún peor. Por el hecho de que serán juzgados según sus obras, serán lanzados al lago de fuego para ser atormentados día y noche por toda la eternidad. Así es el juicio terrible —y sin embargo inevitable— que espera a aquellos que han rehusado la gracia de nuestro Señor Jesucristo.
Para el creyente es totalmente diferente. Al recibir a Cristo como su Salvador, fue salvado por la pura gracia de Dios y recibió la promesa personal de que “no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). No obstante, él también será manifestado ante el tribunal de Cristo. Es posible que muera, es decir que su espíritu y su alma salgan de su cuerpo, pero en la venida del Señor Jesús, su espíritu y su alma serán reunidos con su cuerpo resucitado y será arrebatado para estar con el Señor. “Esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:20-21). Todos los efectos del pecado habrán desaparecido totalmente y seremos manifestados ante el tribunal de Cristo con cuerpos semejantes al Suyo. Reflexionando sobre el día del juicio, tenemos “confianza... pues como él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Juan 4:17).
¿Será bienvenido este tribunal por nosotros? ¡Absolutamente! No podrá ser una condenación para nosotros; será una manifestación de todo lo concerniente a nosotros, se pasará revista a nuestras vidas enteras. Ciertamente que esto será muy severo, puesto que el Señor no puede pasar por alto indiferentemente ningún mal de la naturaleza. Será absolutamente justo e imparcial; pero ¿desearíamos que no lo fuera? Nuestra aceptación en Él ya habrá sido perfectamente establecida antes de ese día y no hay motivo alguno para que el creyente tenga la menor preocupación en cuanto a este evento solemne. En efecto, cuando tenga lugar, estaremos agradecidos de ello en lo más profundo de nuestras almas.
¿Qué implicará esto? 1 Corintios 3:11-15 nos dice: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”.1
Los creyentes construyen sobre un verdadero fundamento, pero su trabajo de construcción tendrá que ser probado. El oro, la plata y las piedras preciosas soportarán el fuego; en efecto, se habrán vuelto más brillantes por la acción del fuego. El oro habla de la gloria de Dios. Lo que haya sido hecho para su gloria, recibirá recompensa. La plata habla de la redención por medio de Cristo. Lo que haya sido hecho en agradecimiento de su sacrificio recibirá recompensa. Las piedras preciosas hablan del fruto del Espíritu Santo producido en el creyente, y esto también dará motivo para una recompensa. Entonces, Dios —Padre, Hijo y Espíritu Santo— cumple en el creyente las obras que son preciosas a sus ojos; sin embargo, el creyente recibirá la recompensa por ello. Porque Dios aprecia ver en los suyos una respuesta a la realidad de Su trabajo.
Las obras mismas serán recompensadas, y el Señor discierne perfectamente los motivos de cada una de ellas. Esto debería hacernos reflexionar profundamente. Guardemos diligentemente nuestros corazones. Estemos atentos a nuestras motivaciones. ¡Que sean siempre honrosas y rectas ante la mirada del Dios Santo! Si vivimos diariamente ante Dios, no temeremos que nuestras intenciones sean desaprobadas y puestas en evidencia. Desgraciadamente, demasiadas veces nuestras motivaciones están mezcladas, pero si queremos juzgarnos a nosotros mismos como conviene, es motivo de agradecimiento saber que, en el tribunal de Cristo, todo será puesto en evidencia en su verdadero carácter y que las cosas sin valor serán quemadas.
En cuanto a la madera, al heno y a la hojarasca, no se trata precisamente de cosas malas, sino de cosas que no resisten el fuego. En otras palabras, representan elementos que no eran positivamente para el Señor.
A veces se hace la pregunta: ¿Será público este tribunal para todos los creyentes, o tendrá un carácter privado entre el Señor con cada uno de los suyos? La manera de actuar del Señor con Pedro nos da una indicación referente a esto. Lo que era personal entre él y Pedro, lo arregló personalmente el día de su resurrección. Nos está dicho: “Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón” (Lucas 24:34). Nadie más escuchó una palabra de esta entrevista. Sin embargo, el Señor habló también delante de sus discípulos, pues a ellos les concernía en cierta forma lo que había ocurrido. Las palabras del Señor iban a restablecer la confianza entre ellos (Juan 21:15-22).
Así, podemos pensar que lo que haya sido privado se arreglará en privado y lo que haya sido público lo será en público. Podemos confiar en el Señor: todo se hará con gracia y sabiduría perfectas, lo que producirá en nosotros un más alto aprecio de su amor, así como la confirmación de los lazos de amor y de comunión entre los creyentes. Nos uniremos con Él de todo corazón juzgando lo que en nosotros no era verdaderamente para él; y nadie tendrá la menor actitud de juicio para con el otro.
Ciertamente será solemne pensar en nuestras obras inútiles que deberán ser quemadas, pero estaremos agradecidos de ver su fin. El Señor tendrá el gozo de recompensar cada obra que verdaderamente fue hecha para él. Cualquiera que fuera la forma de recompensa que dará, estaremos más que satisfechos, pero lo más importante será escucharlo decir: “Bien, buen siervo y fiel” (Mateo 25:21). Su aprobación es sin duda la más preciosa recompensa que podamos desear. La envidia estará totalmente ausente en ese momento. Nos regocijaremos viendo a los otros creyentes recompensados, así como estaremos gozosos de la recompensa que el Señor podrá darnos. Ciertamente sentiremos el hecho de nuestras propias insuficiencias y de nuestras faltas, pero la vista del Señor mismo borrará toda tristeza.
El hecho más importante, concerniente al tribunal de Cristo para el creyente, será el de poner en evidencia en su plenitud la maravillosa gracia de Dios. Entonces veremos como nunca antes cómo esta gracia ha guiado todos nuestros pasos en la tierra, cómo ha soportado nuestras numerosas flaquezas y nuestras fallas, cómo nos ha llevado al arrepentimiento y ha sostenido nuestra fe, cómo nos ha guardado de un sinnúmero de caídas, cómo nos ha formado de una manera que no habríamos esperado nunca, cómo ha subvenido a todas nuestras necesidades y, finalmente, cómo en ese día venidero obrará con tanta dulzura y fidelidad al recapitularnos nuestra historia.
¿No es esto maravillosamente bienvenido? Que podamos anticipar el tribunal de Cristo en una espera gozosa y, teniendo este día a la vista, vivir sabiendo que somos manifiestos a Dios (2 Corintios 5:11), en un humilde juicio de nosotros mismos y respondiendo a la gracia de su Hijo amado.
- 1El apóstol da esta enseñanza en relación con la casa de Dios, pero su alcance es general.