“Mi arco he puesto en las nubes.”
(Génesis 9:13)
“Yo Jehová no cambio.”
(Malaquías 3:6)
¡La inmutabilidad de Dios! ¡Qué ancla para aquel que es golpeado por la tempestad! En esta tierra, estamos sujetos a cambios. Las escenas se suceden unas a otras. Las alegrías se marchitan. ¡Los amigos...! Unos son separados de nosotros por la distancia, otros nos son quitados para ir a la patria celestial. ¿Quién, en medio de estas experiencias contradictorias, no suspira por alguna cosa duradera, estable y permanente? En vano buscamos en la tierra un abordaje seguro. ¡Oh, cuándo llegaremos al puerto deseado?
“Yo Jehová no cambio”. El corazón y la carne pueden debilitarse, y en efecto se debilitan y desfallecen; pero hay un Dios que no puede fallar, ni debilitarse, ni variar. Todos los cambios del mundo no podrían conmoverle. Nuestras propias fluctuaciones no pueden afectarle a Él. Mientras que nos deprimimos, nos abatimos, vacilamos, y nuestros corazones incrédulos dudan de la liberación, Él solo permanece, sin ninguna sombra de variación. “Dios, que no miente” (Tito 1:2), esto es lo que podemos ver en todas las épocas.
“Yo Jehová no cambio”. ¿Para quién se despliega el arco de consuelo en medio de la sombría nube? (véase Génesis 9:13-14). Es para los hijos de Jacob, para el pueblo escogido de su pacto, para aquellos que están revestidos del traje del primogénito y que tienen parte en la herencia espiritual.
¡Nombre precioso! Santa y bienaventurada certeza, de que nada me sucede si no es para mi bien. ¿Cómo podré dudar de su fidelidad? ¿Cómo discutir la sabiduría de sus dispensaciones? Es el mismo amor del pacto el que quiere que mi horizonte terrenal sea oscurecido. Él es el mismo en esta hora que en aquella en la que “no escatimó ni a su propio Hijo” (Romanos 8:32). ¡Oh! ¡En lugar de asombrarme de mis pruebas, más bien debería asombrarme de Aquel que me ha sostenido por tanto tiempo! A causa de sus misericordias, que nunca decayeron, yo no he sido consumido (Lamentaciones 3:22). Si hubiese sido un hombre cambiadizo, vacilante como yo, hace mucho tiempo que me hubiera desechado como vaso de ninguna utilidad, como esa higuera que ocupaba la tierra inútilmente. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Isaías 55:8). Él sigue siendo el mismo para siempre. Y en medio de este día oscuro y cargado de nubes, “alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová” (Salmo 121:1-2), y cantaré a través de mis lágrimas: “Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Jehová su Dios” (Salmo 146:5).
“Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes” (Génesis 9:14).