Dios se acordó...

  • de Noé (Génesis 8:1): obediencia
  • de Abraham (Génesis 19:29): intercesión
  • de Raquel (Génesis 30:22): súplica
  • de Ana (1 Samuel 1:19): consagración

“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida” (Isaías 49:15-16). Hallamos en la Palabra de Dios cuatro personas de quienes está dicho que Dios se acordó. Como de Sion, la ciudad personificada de la cual trata el versículo que acabamos de citar, las manos de nuestro Salvador presentan heridas para siempre por lo que soportó por cada uno de nosotros (véase Zacarías 13:6).

Noé era un “varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé” (Génesis 6:9). Dios hizo de él un “pregonero de justicia” (2 Pedro 2:5). La obediencia lo caracterizaba. Ejecutó el arca siguiendo la orden y los detalles dados por Dios. En ella hizo entrar a los animales y ahí entró con los suyos por mandato de Dios. Sucedió lo mismo respecto de la salida.

Los cuarenta días del diluvio nos hablan de un tiempo de prueba. Fue después de ser hallado justo y perfecto, después de haber pregonado por medio de la construcción del arca durante más de 100 años, cuando Noé atravesó la prueba. Dios se acordó de Noé. Aquellos que hoy en día soportan la prueba, no son olvidados por Dios si han hallado un refugio cerca de Jesucristo de quien el arca es una imagen.

Noé es mencionado en Hebreos 11 junto con los hombres de fe: La obediencia y la fe corren parejas. Juan 3:36 nos dice que “el que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”.

Abraham es el ejemplo notable de un intercesor. Dios le anunció que pronto iba a tener un hijo en su vejez. Al mismo tiempo, le habló también de la próxima destrucción de Sodoma y Gomorra. Ahora bien, Abraham estaba más preocupado por lo que concernía a Lot, quien justamente habitaba en una de estas ciudades, que por el hecho de que su mujer y él estaban ya fuera de edad para procrear.

Sin mencionarlo, intercedió por su sobrino Lot. En Génesis 18, abogó para que Dios salvara esta ciudad del juicio a causa de los justos que se hallaban allí. Primero estimó que podría haber allí unos cincuenta justos y que a causa de ellos toda la ciudad podría ser salvada. Dios le concedió su petición. Luego Abraham sospechó que ni siquiera llegaría a haber cincuenta justos y bajó esta cantidad hasta diez. Dios le prometió no destruir la ciudad si se hallaban diez justos allí.

Génesis 19 describe cómo Lot y sus dos hijas fueron arrancados fuera de la ciudad y de su juicio por los dos enviados del Señor. “Dios se acordó de Abraham, y envió fuera a Lot de en medio de la destrucción, al asolar las ciudades donde Lot estaba” (v. 29).

Podemos interceder con precisión y Dios contestará aún mejor de lo que habíamos siquiera pensado.

Raquel era pastora. Jacob la amaba. Sirvió a Labán, el padre de ella, siete años con el fin de obtenerla por mujer. Pero Raquel era estéril. Alzó su voz y Dios la oyó. Primero permitió que tuviera hijos por medio de su sierva. Más adelante, Dios escuchó a Raquel y se acordó de ella. Le otorgó que ella misma tuviera un hijo que llamó José. Éste es una de las más maravillosas figuras de Cristo.

Raquel hizo peticiones a Dios. Aún más, insistió y obtuvo lo que quería. Pero iba a morir al nacer el segundo de sus hijos. Podemos preguntarnos si es bueno insistir en nuestras oraciones. ¿No oró el Señor: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”? (Lucas 22:42). Dios sabe mejor que nosotros lo que es bueno para los suyos.

Ana estaba casada desde hacía varios años, pero no tenía hijos. Su marido la quería, pero Dios le había cerrado la matriz. Hasta era perseguida a causa de esto y lloraba continuamente. Su marido trataba de consolarla: “¿No te soy yo mejor que diez hijos?” (1 Samuel 1:8).

Sin embargo, fue a Dios a quien ella iba a dirigirse. Se dio cuenta de que un hijo sería un don de Dios y prometió consagrarlo a Dios para todos los días de su vida, hacer de él un nazareo. Dios se acordó de ella y le otorgó un hijo. Ella no olvidó la promesa que hizo. Este hijo fue Samuel, el último de los jueces y el primero de los profetas. Más adelante, Ana siguió dirigiéndose a Dios para agradecer y alabar a Aquel que la había colmado así.

Dios, al contrario de los ídolos, puede acordarse de nosotros y bendecirnos (véase Salmo 115:12). “Porque para siempre es su misericordia”, se acordó de su pueblo para rescatarlo de sus enemigos (véase Salmo 136:23-24).

“Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre” (Malaquías 3:16).

¡Ojalá que el Señor nos otorgue confianza en la prueba, precisión en la intercesión, súplicas y oraciones sin cesar! ¿No tenemos muchas lecciones que sacar de la historia de estas cuatro personas de quienes está dicho que Dios se acordó?