Cuando se trata de los cristianos, Dios los coloca totalmente fuera del mundo. El Señor Jesús dijo: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14). Así debería ser en todos nuestros planes diarios, a los cuales nos impulsa la energía y la actividad del amor. En cuanto a las esperanzas, a la meta que los cristianos se proponen, hasta el momento en que Dios ejecute su juicio, no es la esperanza del mundo que procura ser mejor la que puede guiarnos; porque vemos que, hasta que ese juicio sea ejecutado, la corriente de este mundo sólo desemboca en la impiedad y en la altivez del hombre. Esto ocasiona el juicio de Dios contra él.
He aquí el mundo en que vivimos, y lo que Dios nos reveló de él. No obstante, también nos reveló cosas del cielo. Nos mostró a Jesús, a quien el mundo rechazó y quien subió al cielo. De manera que tenemos un propósito y motivos que deben gobernarnos, dirigirnos enteramente y caracterizar todo nuestro andar, para que por estos motivos presentados al corazón, y de los cuales se ocupa el nuevo hombre, vivamos y caminemos por el Espíritu en el mundo. Y si nos interesamos por esta tierra, que sea tal como ella será en el mundo venidero. Por otro lado, por las advertencias que Dios nos muestra aquí, y por los detalles que nos da, quiere apartarnos del mundo que atravesamos como peregrinos, y esto con un espíritu claro.
Es terrible ver la facilidad con que el mundo se apega a nuestros corazones. No quiero decir que nuestros corazones se apeguen al mundo ahora, aunque ése sería pronto el resultado, sino que el mundo se apega a nuestros corazones.
Queridos lectores, si un hombre es avaro, he aquí un hombre del mundo. Si es muy diligente, se ocupa de este mundo, vive en el mundo, corre continuamente peligro de caer bajo la influencia del espíritu que lo gobierna. Es muy difícil para nosotros escapar de ese conjunto de principios de este mundo. Eso lo siento por mí mismo. Hay una gran variedad de formas para eso: en uno es la avaricia; en otro la buena posición social; en otro un espíritu activo que se mete en los asuntos públicos. Pero, ése no es nuestro mundo; nuestro mundo es otro. Es aquel en el cual Cristo será la cabeza, el centro y la alegría. Es un conjunto en el cual la parte celestial y su gloria son nuestra porción, para los cuales un mundo terrenal en paz también será motivo de gozo permanente. Quiera Dios que en todos los detalles de nuestra vida, en nuestras circunstancias cotidianas, este desprendimiento se realice y se manifieste, y que podamos decir: Mi “vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3). He ahí el tesoro, la vida y el gozo de todos aquellos que han comprendido lo que es la dicha de estar con Cristo.