Cuando leemos este pasaje de Romanos 8:28-30, vemos la necesidad de tomar las Escrituras al pie de la letra, de tomarle la palabra a Dios, por decirlo así. Cuando dice: “todas las cosas”, no debemos excluir nada, sino aceptar esto con simplicidad y confianza. Es una gran consolación para nuestras almas. Lo mismo vemos, por ejemplo, en Filipenses 4:6: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios”, y en Marcos 9:23: “Al que cree todo le es posible”.
Pero, en Romanos 8, ¿qué significa ayudar a bien a los que aman a Dios? ¿No es el cumplimiento de sus designios para con ellos? Porque, habiendo sido llamados y justificados, seremos glorificados. Ésta es la meta de Dios; su propósito es que seamos “conformes a la imagen de su Hijo”. Nos encontramos en el camino que conduce a esa meta, y estamos en él en nuestros cuerpos de debilidad, sujetos a toda clase de miserias y pruebas, en un mundo enemigo de Dios cuyo jefe es Satanás. Así somos expuestos a dificultades, luchas, tentaciones, oposiciones más o menos abiertas y violentas, en medio de una creación que sufre y gime. Allí el corazón es constreñido de toda forma posible, viendo el mal que se desarrolla en todas las esferas. En la debilidad en la cual nos hallamos, a menudo no sabemos de qué lado orientarnos ni lo que debemos pedir. Es cierto que el Espíritu en nosotros intercede y da expresión delante de Dios a los gemidos que salen del fondo de nuestros corazones. Pero la prueba, la lucha y el sufrimiento están siempre allí. Entonces tenemos esta preciosa declaración del Espíritu Santo para consolar y animar a nuestras almas: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”.
“Todas las cosas”: todas las mencionadas más arriba, aun las que no conocemos, ¡aun el mal! Todas son queridas por Dios o permitidas por él, quien tiene todo entre sus manos. Sin su voluntad, nada sucede. “Todas las cosas” son dirigidas por él, ayudando a la gran meta que se propuso para aquellos que tenía en su pensamiento y que destinó a su gloria, a saber, el verdadero bien de ellos. Su propósito no es librarlos de las pruebas y sufrimientos aquí abajo, sino utilizar todas las cosas para llevarlos a la gloria. Las cosas pueden ser difíciles, dolorosas y penosas para el corazón, pero podemos decir: “Ayudan a bien... a los que aman a Dios”, al conjunto de los que son predestinados, llamados, justificados y pronto glorificados.
¡Con qué tranquilidad, con qué reposo del corazón, esto nos hace ver todo lo que sucede, hasta lo que es nefasto y apto para turbarnos! Esto nos eleva por encima de todo y nos hace atravesar en paz todas las circunstancias de la vida. Podemos decir: «finalmente todo es para la gloria de Dios, para mi bien y el de todos los creyentes». Tomemos por ejemplo la historia de José. Bajo la dirección de Dios, vemos que todas las cosas —hasta la maldad de sus hermanos— ayudan para el cumplimiento de los designios de Dios y el bien final de la familia de Jacob.
Cuando estemos en la luz de la gloria, será hermoso, mirando atrás, ver “todas las cosas”, grandes o pequeñas, que ayudaron juntas al bien de los que aman a Dios. ¡Qué motivo de alabanza y adoración!