No sólo deseamos las cosas celestiales, sino que en ellas tenemos el gozo y el poder de hacerlas realidad. Podemos disfrutar del bien, amarlo y practicarlo. Con tales bendiciones, ¿cómo podemos regocijarnos un solo momento en el pecado? Sería horroroso. No obstante, ello ocurre y nos hace perder toda comunión con el Padre y con el Hijo. En este caso, apresurémonos a confesar nuestros pecados. Él es fiel, y no puede faltar a sus promesas. Es justo, no solamente para con nosotros, sino para con Aquel que llevó nuestros pecados, y puede así “perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).