En su vejez, un apóstol habla a sus hijitos /2

1 Juan 2:12-28

3. Los hijitos (1 Juan 2:13, 18-27)

Habéis conocido al Padre

“Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre” (v.13). Los hijitos, puede que no hayan aprendido, como los padres, lo que es la vanidad del mundo, y que Cristo es todo. Puede que no hayan conocido, como los jóvenes, la lucha contra el maligno; sin embargo, conocen al Padre.

Los hijitos tienen esto en común con todos los creyentes: que poseen el perdón de sus pecados (v. 12). Pero conocen más que eso: también tienen el gozo de la relación en la cual han sido introducidos. Son hijos de Dios y tienen al Espíritu de adopción en sus corazones, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15).

Esto no es algo que hay que esforzarse en alcanzar, ni que se adquiere después de años de experiencia cristiana. No, es verdaderamente el punto de partida del cristianismo. El más joven de los hijitos en Cristo tiene la seguridad del perdón de sus pecados, posee el Espíritu Santo y conoce al Padre.

Cristo, después de haber cumplido la obra de redención, subió al Padre y mandó al Espíritu Santo para vivir con los creyentes y en cada uno de ellos. El Espíritu está en ellos para hacerlos conscientes de su posición celestial y de su relación con un Cristo glorificado. Los hijitos están en esta posición y poseen esta relación. Están en Cristo y poseen el Espíritu Santo como poder y como fuente divina de toda inteligencia espiritual (véase 1 Juan 2:20, 27). En esto, no hay diferencia entre un hijito y un padre.

Han surgido muchos anticristos

Hemos visto que el gran peligro al cual están expuestos los jóvenes, son las seducciones del mundo. Ahora bien, éste no es el peligro particular de los hijitos. Aquel que acaba de ser “librado de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino” del Hijo de Dios (Colosenses 1:13) se ocupa poco del mundo. Cuando los hijos de Israel se hallaban en la ribera del mar Rojo que acababan de atravesar, y que veían a sus enemigos hundidos bajo sus olas, no se hubieran dejado fácilmente convencer de volver al país donde habían sido esclavos. Pero cuando olvidaron el rigor de esa cruel esclavitud, y se cansaron de la travesía del desierto, entonces desearon “el pescado… los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos” de Egipto (Números 11:5), ¡y hubieran estado listos para volver allá!

Sucede lo mismo hoy en día. Aquel que ha gemido bajo la tiranía de Satanás, cuando está librado de la esclavitud por el poder de Dios, aprecia mucho la dulzura de la libertad y no desea volver en seguida al mundo. En ese momento, su corazón desborda de alabanza a Dios, y el mundo ya no tiene atractivo alguno para él.

Sin embargo, lo mismo que los jóvenes, los hijitos están expuestos a un peligro especial. La particularidad de un hijito es la facilidad con la cual recibe lo que se le dice. Sucede lo mismo para los hijitos en Cristo. Son sencillos en su manera de recibir la verdad y ávidos de crecer en conocimiento. Ahora bien, el Enemigo utiliza esto para seducirlos y llevarlos lejos de Cristo. El gran peligro que les amenaza es estar seducidos por los falsos maestros. Satanás seduce a los jóvenes por medio del mundo, a los hijitos por medio de los anticristos.

“Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo” (v. 18). Está el Anticristo y están también los anticristos. El Anticristo vendrá según la palabra de Jesús: “Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a ése recibiréis” (Juan 5:43). Cuando venga, se presentará como el Mesías, hasta que haya seducido a sus víctimas. Desde el principio es mentiroso, negando que Jesús es el Cristo, luego niega al Padre y al Hijo (1 Juan 2:22). Vendrá con un terrible poder satánico, por el cual cegará a los hombres, llevándolos a la apostasía y a la rebelión contra Dios. Él mismo se levantará “contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto” y se sentará “en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Tesalonicenses 2:4). Tendrá su poder de Satanás, de manera que su venida será “con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden” (v. 9-10).

Los hijitos habían oído que el Anticristo debía venir; pero el apóstol Juan quería que supieran que un peligro de la misma naturaleza les acechaba: un poder seductor de Satanás que llevaba a los hombres a la apostasía. “Así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo”. Su presencia traía la prueba de que ya era la última hora. La cristiandad ya había fallado. Espíritus seductores conducían a los hombres a la apostasía. Este estado predominará al fin bajo la influencia del hombre de pecado cuando la apostasía general llame el juicio de Dios sobre los judíos y la cristiandad, ambos apóstatas. Pero ya habían salido anticristos de entre los cristianos, sin haber sido nunca verdaderos creyentes, sino, hubieran permanecido con ellos. Negaban que Jesús fuera el Cristo, como lo hará el Anticristo, y por eso el apóstol los llama “anticristos”. Podían no negar abiertamente al Padre, pero al negar a Cristo, de hecho negaban también al Padre.

Tenéis la unción del Santo

No significa que no necesiten enseñanza, puesto que por la carta que les dirige, el apóstol los enseña cuidadosamente. Pero no necesitan enseñanza humana. El Espíritu Santo los enseña y los fortalece frente a la falsa doctrina. Dios puede utilizar un instrumento, pero la enseñanza tiene que ser de Dios. El Espíritu Santo obra al mismo tiempo en el instrumento y en el que está enseñado. “La unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira” (v. 27). Por medio del Santo Espíritu, la enseñanza es dada y recibida. El Espíritu permanece en los hijitos; es verdad y no mentira. Así, los hijitos pueden discernir la verdad y detectar lo que es falso. Por muy débiles que sean, el Espíritu Santo puede guardarlos de las seducciones del Enemigo.

¡Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros!

Sin embargo, todo esto corre parejo con otro principio muy importante: el apego a la verdad ya recibida, la que concierne a la persona de Cristo. “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre” (v. 24).

Al recibir la verdad, hemos recibido a Cristo, el Hijo de Dios, porque él es la verdad. Es lo que estaba desde el principio. Si esto permanece en nosotros, permaneceremos en el Hijo y en el Padre. Estaremos en una dependencia viva y constante de Cristo, apegándonos a él como nuestra vida, y como la suma de toda verdad y de toda bendición. El Espíritu Santo —la unción que recibimos— es el poder de esta vida. Está estrechamente ligado a la verdad en nuestras almas y se opone en seguida a cualquiera mentira que busque penetrar allí. En esto reside la seguridad de los hijitos respecto de las falsas enseñanzas. Hemos de apegarnos a Cristo y estar atentos a las enseñanzas del Espíritu Santo quien, estando unido a la verdad en nosotros, resiste a todo lo que no es la verdad.

¡Que el Señor nos guarde, en estos últimos días en los cuales el error bajo todas sus formas se despliega en plena luz!