La vida de José /2

Su juventud (2)

El nazareo entre sus hermanos

Para Jacob, José era el “que fue apartado de entre sus hermanos” (Génesis 49:26). Mientras que los demás hijos de Jacob seguían su perverso camino y hallaban sus deleites en el pecado, lejos de las tiendas de su padre, José pasaba sus horas tranquilamente al lado de su padre, teniendo en cuenta las lecciones importantes que le enseñaba. Cuando sufría por la impiedad de sus otros hijos, José fue para él motivo de gozo y consolación. Pero llegó la hora en la que José debía apacentar el ganado de su padre con sus hermanos y con los hijos de las otras mujeres de su padre (37:2). Estaba diariamente en compañía de aquellos hombres impíos y asistía a sus malas acciones. Lejos de hallar placer en aquellas cosas, tenía la firme voluntad de alejarse del mal. Se hallaba en un período difícil de su vida y, cada día, rechazaba la tentación apartándose del mal. Sin duda que sus hermanos lo incitaban al mal, porque los que hacen tales cosas, se complacen con los que las practican (Romanos 1:32). Pero José mantenía al enemigo a distancia con su arco y con el poder de Dios. Ésa fue su salvaguardia.

En esto, José es para todos los jóvenes un ejemplo a seguir. Cuán fácilmente están inclinados, por curiosidad, a querer observar el mal en lugar de huir de él, de aborrecerlo y de seguir lo bueno (Romanos 12:9). Muchas veces, no quieren practicar el pecado en absoluto, sino que se engañan cuando desean formar sus propias ideas, pensando que sería interesante saber de esto un poco más. Éste es, sobre todo, el peligro que encontramos, por ejemplo, en los libros. Así nos exponemos a grandes peligros, y muchos, al no ser vigilantes, cayeron.

Jóvenes amigos, mantengan al enemigo a distancia. Mediante su Palabra, Dios quiere darles un arco. Practiquen con él y utilícenlo con oración, poniendo su esperanza en Dios. Entonces serán fuertes. Es posible que se encuentren trabajando en algún lugar que entraña peligro —una fábrica, un taller, una tienda o una oficina—, y que se hallen diariamente confrontados con las manifestaciones del pecado. Tal vez escuchen palabras inconvenientes y vean cosas malas. Piensen, pues, que el Fuerte de Jacob que guardó a José de sus hermanos y al joven Daniel con sus amigos en la perversa ciudad de Babilonia, también puede y quiere guardarles a ustedes dondequiera que estén trabajando. Pero, para ello se necesita un corazón recto en comunión con el Señor. El poder de Jesús, el buen Pastor, sobrepasa el poder del enemigo.

Los hermanos de José eran muy fuertes en el mal. Ellos también eran arqueros, causaron gran amargura a José y “conspiraron contra él para matarle” (Génesis 37:18). Sin embargo, José permaneció fiel a todos sus ataques de envidia y de burla. Especialmente esta última constituye un arma muy poderosa en las manos del enemigo, pero José venció.

En todas sus pruebas, tanto la tienda como el corazón de su padre permanecieron abiertos para él. En medio de la lucha, José tuvo la oportunidad de volver a Jacob. Entonces habló con su padre de los malos rumores que se oían acerca de sus hermanos. No se trataba de una denuncia cobarde de la cual hubiera buscado su propia gloria, ya que su carácter era demasiado noble para eso. Nada en la historia de su vida nos da motivos para pensar en ello, sino que las malas acciones de sus hermanos eran manifiestas ante los cananeos, y el nombre de Dios era calumniado por esos malos rumores. Esto constituía para José un continuo motivo de tristeza.

Además, tenía que ir a fin de comprobar por sí mismo este estado de cosas, oír malas palabras y soportar amarguras y envidias. Le era necesario retirarse de nuevo a la tienda de su padre, donde, lejos del odio de sus hermanos, encontraba un refugio de amor. Allí había un corazón que le comprendía y que se compadecía de él. En el aislamiento tranquilo, podía expresarse con toda libertad, y encontrar consuelo y consejo. Allí oraba y recibía nuevas fuerzas para la lucha. Allí, José bebía del arroyo (Salmo 110:7), y fortalecido continuaba su difícil camino.

Quién podría decir cuántos de los que cedieron en la lucha contra el pecado habrían podido evitar caer si se hubiesen confiado a sus padres, a alguien de mayor edad, a un amigo o amiga temerosos de Dios. Las charlas entre jóvenes, de las cuales éstos a menudo participan referente a lo que ven u oyen en sus círculos de trabajo, generalmente no son nada bueno. Más vale acercarse a aquellos que andan con Dios y hablar con ellos de lo que uno tiene en el corazón, de los peligros que diariamente se presentan, y escuchar luego los consejos afectuosos acercándose juntos al trono de la gracia, diciendo: «allí nace entonces la fuerza».

¿Nos damos cuenta, nosotros padres y creyentes de mayor edad, que los jóvenes que deben moverse en el mundo tienen necesidades? Nosotros que ya tenemos hijos mayores, ¿supimos granjearnos su confianza de tal manera que ellos vengan a nosotros con sus dificultades? A veces pasan por momentos difíciles. No vacilemos en orar por ellos y con ellos. Sepamos escucharlos con paciencia y tener cuidado con palabras imprudentes que hagan que perdamos su confianza.

Y ustedes, queridos jóvenes, que deben cumplir su trabajo en medio de un mundo impío, conocemos las tentaciones que les rodean, sus luchas y dificultades. Pero también sabemos felizmente que pueden atravesar todo con el Señor. También es muy útil que, de vez en cuando, confíen sus dificultades a otros que los aman y los aprecian, para así buscar juntos el rostro del Fuerte de Jacob. ¡Hagan como José y serán guardados!

La túnica y los sueños

José era para Jacob el hijo de su vejez (Génesis 37:3). No era mucho más joven que sus hermanos, pero era el único que, en los días de la vejez de Jacob y de tantos sufrimientos, le era de gran apoyo y consuelo. Mientras que los demás hijos se apartaron de él, cada uno por su propio camino, José comprendió a Jacob porque andaba según la voluntad y los pensamientos de su padre. Aunque malos rumores circulaban sobre los otros hermanos, los cuales eran motivos de difamación a los cananeos, José caminaba con Dios en medio de sus hermanos. De este hijo no podían decir nada contra él. Mientras que Jacob amaba a cada uno de sus hijos (de tal manera que, más tarde, preocupado por ellos, les envió al amado José; Génesis 37:13-14), amaba a José particularmente; porque éste le daba motivos para amarlo, mientras que los otros no. Por esta razón, pudo dar a José una demostración de su especial amor: “una túnica de diversos colores”. Se puede decir que este hermoso vestido era un testimonio de la buena apreciación que tenía Jacob del andar de José. Era un testimonio entre sus hermanos y, al mismo tiempo, entre los habitantes de Canaán. Si se preguntara por qué este hijo tenía una túnica tan preciosa, la respuesta sería que él no se había mezclado con las malas obras de sus hermanos. De este modo, Jacob dio testimonio, entre los paganos, de las malas acciones de sus hijos y también de la buena conducta de José.

Semejante testimonio de parte del padre tendría que haber hablado a la conciencia de los hermanos. Pero se taponaron los oídos, aborrecieron a José a causa del amor con que el padre lo amaba (v. 4), y no pudieron hablarle pacíficamente. A su amable saludo de paz, respondieron con el odio. Pero, ¿qué podía hacer Jacob? Darles una túnica significaría unirse a ellos en el mal.

Jacob pudo dar a José esta túnica. Dios pudo revelarse también a él por su fiel conducta (v. 5). “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen” (Salmo 25:14). También, entre los creyentes, Dios comunica Sus caminos sólo a aquellos que andan en fidelidad. Al pueblo de Israel, Dios le hizo conocer Sus obras, a Moisés Sus caminos (Salmo 103:7). Si no hay temor de Dios, que no se pregunte con seriedad qué son su voluntad y sus pensamientos, pues no puede revelarnos Sus secretos.

El que es fiel en lo poco, entonces Él puede confiarle más. José comenzó a ser fiel en las cosas pequeñas que debía llevar a cabo como pastor en su vida diaria. Cumplía su trabajo con Dios a pesar de la enemistad de sus hermanos. Por esa razón, Jacob le dio una túnica, y Dios le reveló Sus designios, y luego le confió aún más.

Más tarde, Samuel sirvió a Dios con sencillez en presencia de Elí (1 Samuel 3:1). También se hallaba entre hombres impíos, los hijos de Elí; pero, por medio de su madre aprendió a conocer a Dios y a elevar su corazón a él en oración. Lo que hacía, no lo hacía con un espíritu de independencia, sino escuchando al viejo Elí, quien, si bien tenía sus defectos y era un padre débil para con sus hijos, amaba la morada de Dios y le servía. Samuel llevaba a cabo allí su servicio con humildad, por eso Dios podía revelarse a él, y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Dios.

Esto es muy importante también para los jóvenes que están entre nosotros. A veces, tienen el deseo de servir al Señor en público; eso en sí mismo es bueno. También pueden leer y escudriñar mucho las Escrituras, mostrando diligencia. Lejos de menospreciar estas cosas, queremos subrayar que, en primer lugar, se necesita caminar con fidelidad ante el Señor y donde Él nos ha puesto. Algunos desean dejar cuanto antes su trabajo para dedicarse al servicio del Señor, pero el andar como un nazareo para Dios en las cosas diarias de la vida es un testimonio importante para Él. De una conducta así en el temor de Dios se desprende poder. Otros tienen palabras de aliento unidas a un buen testimonio en su andar. El Señor se manifestará a la persona en la cual habita Su temor. Y cuando Él prepara a un creyente para un ministerio público, se lo mostrará a su debido tiempo, poniendo en claro que Él lo ha llamado y capacitado para un servicio especial.

Cuando Dios reveló en sueños el futuro a José, y le concedió el primer lugar entre su generación, éste comunicó a sus hermanos con toda fidelidad las verdades que le habían sido anunciadas. A pesar de que el primer sueño suscitó su odio, tampoco les ocultó el segundo. La verdad de Dios se expresó mediante sus sueños aunque ello provocara una mayor ira de parte de los hermanos de José. En efecto, Dios tenía algo que decirles en cuanto a José, pero también rechazaron este testimonio.

No obstante, ninguno pudo ser el primero entre ellos. No lo pudo ser Rubén, porque por su pecado había perdido “sus derechos de primogenitura” (1 Crónicas 5:1); tampoco los demás, por no haber pedido consejo a Dios. Sólo José podía ser el primero. Pero sus hermanos lo odiaron y le tenían envidia (Génesis 37:11). Manifestando esto, parece que llegaron a entender que Dios les hablaba. Ninguno de entre ellos tuvo tales sueños, pero sus corazones se llenaron de amargo celo cuando José les contaba los suyos. Los sueños eran de Dios. La manera en que se los contó fue sencilla, fiel y de forma natural, pero eso tampoco lo podían soportar. Estas palabras hicieron aumentar su odio hasta lo sumo. Hasta Jacob también le reprendió, pero “meditaba en esto” (37:10-11), guardando al mismo tiempo este asunto en su corazón. Comprendió que Dios le había hablado y decidió tranquilamente esperar el cumplimiento de esos sueños.

La fe actúa de esta manera, guardando el testimonio de Dios en el corazón, aunque esté ligado a la expresión de la flaqueza de la naturaleza humana.

Vendido

Cuando los hijos de Jacob apacentaban el ganado de su padre en Siquem, éste estaba preocupado por ellos (Génesis 37:13). Allí habían ocurrido muchas cosas que justificaban su inquietud (34:30). ¡Cuán fácilmente podrían vengar allí su único dolor! El amor que nunca busca ganancia, sino que, por el contrario, siempre da, obraba en Jacob. Y, por ese amor, el amado José fue enviado a sus hermanos hostiles. ¿Serían afectados en sus conciencias por esta muestra de amor? Si quedaba algo de sensibilidad en su conciencia, esta venida habría tenido algún valor.

Cuando José fue llamado por su padre para cumplir esta difícil tarea, su respuesta fue espontánea: “Heme aquí” (37:13). En todo fue el hijo obediente, preparado para cumplir la voluntad de su padre a cualquier precio. Quería servirle por amor. Así como el padre amaba a sus hijos impíos, así también José, aunque despreciado por ellos, los amó, queriendo ir a ellos según el deseo de su padre. Así pues, como hijo obediente, dejó la tienda de su padre en Hebrón para ir a Siquem. En Hebrón gozaba de la comunión con su padre; en Siquem se encontraría con sus malvados hermanos. Quizás les afectaría ese amor que se les iba a mostrar. No los halló en Siquem. Sin embargo, no regresó a Hebrón. Fácilmente hubiera podido aprovechar este pretexto para no llevar a cabo esta difícil tarea. Pero no, buscó a aquellos que no querían saber nada de él. Con dedicación, cumplió la voluntad de su padre. El amor que le impulsaba era un amor que busca.

Cuando José supo que sus hermanos estaban en Dotán, fue allí y los encontró (37:17). Vieron desde lejos que se aproximaba, y tuvieron tiempo suficiente para reflexionar sobre lo que significaba la llegada de José. Pero, en lugar de reconocer el amor que, sin duda, se desprendía de ello, conspiraron contra él para matarlo y estudiaron la forma de cumplir sus malos propósitos. Su odio se convirtió en burla. No solamente se burlaron de José, sino también de las verdades que Dios reveló a través de los sueños de José (v. 19-20). Iban a matar al soñador, y, ¿qué resultaría de sus sueños? No sólo conspiraron contra él, sino también contra Dios, quien había dado los sueños. Por eso rodearon a José con palabras de odio y pelearon contra él sin motivo. En pago de su amor le fueron adversarios, devolviéndole mal por bien y odio por amor (Salmo 109:3-5).

No obstante, Rubén intentó liberar a José de sus manos (Génesis 37:22). Era el primogénito y quizás sentía algo de su gran responsabilidad, pero no se atrevió a salir abiertamente en su defensa. No poseía fuerza espiritual para ello, pero logró que echaran a José en la cisterna, sólo para descubrir más tarde con tristeza que José había desaparecido. Sin embargo, no sintió tanta preocupación por José, sino por sí mismo. Si su padre quisiera pedirle cuentas, ¿qué respondería? (v. 29-30). Luego, dio su acuerdo al terrible plan de sus hermanos para engañar de manera horrorosa a su anciano padre (v. 31-32). Durante muchos años, sería testigo del profundo y continuo sufrimiento de su padre (v. 33-35).

Rubén ocupaba un excelente lugar. Era el primogénito, el principio de la fuerza de Jacob; era “principal en dignidad, principal en poder” (49:3-4). Se tenían de él grandes esperanzas. Como la fuerza del arroyo que se desborda por las precipitaciones de las aguas y crece su ímpetu, así fue el principio de Rubén. Pero cuando la lluvia cesa, baja el arroyo en poco tiempo y pronto se seca. De igual modo ocurrió con Rubén, como el rápido descenso de las aguas. No pudo ser el más excelente, ya que un mal moral consumó sus fuerzas y ocasionó su profunda caída (35:22). Jamás pudo recobrar una posición de importancia. No obstante, parece que tenía cierta benignidad, también cuando sus hermanos quisieron matar a José, y más tarde cuando quiso hacerse fiador de Benjamín (42:37). Pero su benignidad no pudo persuadir a su padre ni devolverle la confianza que había perdido.

Rubén no utilizó el arco para mantener el mal a distancia en la comunión con Dios, sino que se rindió al enemigo y a continuación la caída fatal llegó. El mal moral debilita el poder necesario para el crecimiento y el andar. “Los deseos carnales... batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11).

Jóvenes lectores, guárdense del mal moral. “¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? ¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen?” (Proverbios 6:27-28). O quizás si alguien tiene malos pensamientos y se libra de una caída, ¿no sufrirá cada vez más daño? Los creyentes que no vigilan en esto nunca alcanzarán un desarrollo espiritual. Sin duda hubo varios que al principio prometían mucho, pero después se debilitaron y nunca más recuperaron sus fuerzas. Estén, pues todos muy atentos, sobre todo en estos tiempos de tanta degeneración moral, ya que los peligros son enormes. Consigan un arco y busquen el poder de Dios. Ahuyenten al mal tan lejos como puedan, y sólo entonces tendrán seguridad.

Los hermanos tomaron a José, le quitaron su túnica y lo echaron en la cisterna. Vieron la angustia de su alma cuando les suplicaba librarlo, pero no lo escucharon. Después de esto, se sentaron tranquilamente a comer pan, sin afligirse “por el quebrantamiento de José” (Génesis 42:21; 37:25; Amós 6:6). Luego, vieron a una compañía de mercaderes ismaelitas. Estos “hombres fieros” eran las personas adecuadas para la venta de José (Génesis 37:25; 16:12). Estos no tenían ningún lazo con nadie. Judá fue el que propuso venderlo a aquellos mercaderes. Claro, tenía aún alguna sensibilidad. José era su hermano, su propia carne; ¿para qué debería dejarlo morir en el pozo? (37:26-27). ¿No era más adecuado deshacerse de él de esta manera? Además, esto les traería algún beneficio. Es así como el hombre se engaña a sí mismo, peca y actúa a veces con deseo de lucro y con “cierta reputación de sabiduría en culto voluntario” (Colosenses 2:23).

José fue vendido por veinte piezas de plata, el precio valorado por sus hermanos. El precio de un esclavo adulto era de treinta piezas de plata (Éxodo 21:32; véase Zacarías 11:12-13). Para un joven de diecisiete años, veinte piezas era un precio normal. Es así como los hermanos del amado del padre, el hijo obediente, apreciaron su valor. Ciertamente para una persona como José, era “un hermoso precio”.

Más tarde, cuando Rubén no sabía cómo podrían justificarse, idearon el horroroso plan de tomar la túnica de colores, señal de la estima de Jacob a José, y de empaparla en la sangre de un cabrito, a fin de engañar a su anciano padre, y hacerle creer que su hijo había sido destrozado por una fiera del campo. Su comportamiento fue semejante a fieras salvajes, como “leones rapaces y rugientes”, y como “fuertes toros de Basán” (véase Salmo 22:12-13).

Cuando Jacob se sentó con la túnica rasgada, con el corazón destrozado y un profundo dolor, todos sus hijos acudieron y se sentaron a su lado para consolarlo. En tal situación, no se sabe qué era más horroroso: su cruel impiedad o su osada hipocresía, pero ambas salieron a la luz cuando rechazaron a José.

¡Qué lleno de maldad está el corazón del hombre, y qué claro se ve en la historia de José! Sin embargo, Dios también seguía su camino para con Jacob. Este último ya había cosechado los frutos de su propio campo. Lo que él sembró, eso también segó (Gálatas 6:7). Entonces, Dios lo condujo por caminos que le parecían incomprensibles, caminos en los cuales quería enseñarle a poner todo en Sus manos y a descansar enteramente en Su misericordia (Génesis 43:14). Pero cuando Dios alcanzara su propósito con Jacob, y éste, caminando de nuevo con Dios, conociera todo lo que sus hijos habían hecho, y todos los detalles de la venta de José, tuvo una idea más clara que nunca de la profunda perversidad de sus propios hechos. En cierta ocasión, tuvieron que ser degollados dos cabritos para poder engañar a Isaac (27:9), y la sangre de un cabrito fue necesaria para teñir la túnica de José y engañar de este modo a Jacob.

Al darse cuenta de lo profundamente perverso que era y al conocer su pecado mejor que antes, entonces comprendió en profundidad la poderosa e infinita gracia manifestada para con él por el Fuerte de Jacob. Su corazón siempre se llenó más de agradecimiento al contemplar esta gracia sin límites.

Llegará un día cuando, para nosotros que conocemos al Señor, seremos “manifestados ante el tribunal de Cristo” (2 Corintios 5:10, V.M.), donde veremos el mal que cometimos en toda la profundidad de su mancha y en su entera realidad. Además, el recuerdo de las dificultades incomprensibles que atravesamos durante nuestra vida nos será provechoso. Hora grave y de gran solemnidad será esa ocasión. Pero esa revelación entonces nos permitirá apreciar el poder de la gracia en toda su amplitud y en toda su gloria, poder por el cual todos nuestros pecados fueron borrados para siempre por el Fuerte de Jacob.