La vida de José /3

Esclavo en Egipto

3. Esclavo en Egipto

Dios estaba con él

Una vez en Egipto, José fue comprado por Potifar, capitán de la guardia de Faraón. Después de que sus hermanos lo raptaron de la casa de su padre, vino a ser esclavo en un país extranjero (Génesis 39:1).

Al parecer, José debía tener numerosos motivos para estar descontento y poco deseoso de cumplir su trabajo en casa de Potifar. Sin embargo, era un joven creyente que estaba convencido de que Dios guiaba el camino de los suyos. Esto alegraba su corazón, aunque pareciera que todo le era contrario. En su esclavitud forzosa, cumplía su trabajo con toda fidelidad como si fuera para Dios. Caminaba con Dios y, por eso, Dios estaba con él.

El profeta Azarías, por el Espíritu de Dios, pronunció una advertencia al rey Asa y a su pueblo: “Jehová estará con vosotros, si vosotros estuviereis con él; y si le buscareis, será hallado de vosotros; mas si le dejareis, él también os dejará” (2 Crónicas 15:2).

El Espíritu Santo dio testimonio en cuanto a José: “Jehová estaba con José, y fue varón próspero; y estaba en la casa de su amo el egipcio. Y vio su amo que Jehová estaba con él, y que todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar en su mano. Así halló José gracia en sus ojos, y le servía; y él le hizo mayordomo de su casa y entregó en su poder todo lo que tenía” (Génesis 39:2-4). ¡Qué ejemplo tan maravilloso ofrece José para los jóvenes! Sin murmurar ni contradecir, cumplió todo lo que Dios ponía en su camino. Demostrando su entera fidelidad, adornó la confesión del verdadero Dios en un país idólatra y pervertido. En su estado de servidumbre, no pensó primeramente en lo que agradaba a Potifar, sino que miró a su Dios sirviéndolo ante todo. Así halló gracia delante de Dios y de los hombres.

Pablo exhortó a los filipenses a hacer “todo sin murmuraciones y contiendas”. Dijo a los “siervos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones; no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador”. Dijo también a los colosenses: “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Filipenses 2:14; Tito 2:9-10; Colosenses 3:23-24). Cuando andamos con el Señor, Dios está con nosotros. No puede ir con nosotros en un mal camino. En presencia del mal, Dios manifiesta su oposición. Por lo tanto, es de mucha importancia que, como José, busquemos al Señor y contemos con él para todo. Entonces Él testificará de nosotros como lo hizo con José: “Dios estaba con él” (Hechos 7:9). Así, Dios no nos olvida en nuestras pruebas, sino que quiere lograr su fin con nosotros. A veces, nos lleva por senderos difíciles por su Nombre para bendición de otros (Salmo 105:17). Entonces, el tiempo vendrá sin tardar cuando recibamos de Él recompensa, posiblemente ya en la tierra, pero con toda seguridad allá en la gloria.

Cuando Potifar vio que Dios estaba con José y que le servía con fidelidad, halló gracia en sus ojos. Y como José buscaba todo lo que agradaba a Dios, prosperó en Su favor. Dios pudo utilizarlo para la gloriosa obra a la cual lo había llamado. Muchas veces, los jóvenes piensan que están listos para cumplir una u otra obra para la cual Dios llamó a otros. Pero se olvidan de tener en cuenta que Dios desea, en primer lugar, fidelidad en el lugar donde Él los puso, y sólo cuando esta fidelidad es una realidad práctica, Él puede llamarles para hacer cosas más importantes.

Con José, eso sucedió de una manera notable. Potifar le fue confiando cada vez más cosas. Después de haber llevado a cabo las tareas más insignificantes, recibió el trabajo de todo lo que tenía en su casa, llegando a ser más tarde mayordomo. Luego, Potifar entregó en sus manos todo lo que tenía, y con él no se preocupaba de cosa alguna, porque confiaba en él completamente. La gloriosa consecuencia fue que, a causa de José, Dios bendijo la casa de Potifar. Leemos: “La bendición de Jehová estaba sobre todo lo que tenía, así en casa como en el campo” (Génesis 39:5-6). Para todos aquellos que estaban en relación con José, había allí mucho que aprender. Su camino fue difícil y pesado, pero no se opuso a la voluntad de Dios. Sometió su propia voluntad a la de Dios.

A veces, Dios permite que jefes injustos sean colocados por encima de sus hijos. Que nadie piense que Dios no tendrá en cuenta la injusticia; al contrario, la juzgará. Pero el creyente no tiene que dejarse influir, sino que es llamado a ser obediente y fiel: “Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente... Pues para esto fuisteis llamados” (1 Pedro 2:18-21).

Servir a un amo bueno y honesto no cuesta; pero es difícil someterse al amo injusto. Sólo es posible cuando uno comprenda que no sirve al hombre, sino a Dios. El cristiano debe aprender a dejar su propio «yo» sobre el altar y mostrarse “fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador” (Tito 2:9-10).

El hombre valiente que huye

Cuando José fue elevado a esta alta posición en casa de Potifar, —donde le habían sido confiados todos los bienes de su amo—, el enemigo le presentó una gran tentación. Todas las pruebas que tuvo que experimentar fueron pequeñas en comparación con esta terrible tentación. No fue una prueba de una hora ni de un día, sino de día tras día, en los cuales la serpiente se presentaba ante él con astuta seducción. ¿Estaría el arco de José bien tensado? La lucha tenía lugar, el mal le acometía a cada momento, pero gracias a Dios José permaneció firme. Las manos del Fuerte de Jacob lo fortalecieron. Por sus propias fuerzas no hubiera podido resistir, pero encontró poder en la presencia de Dios. En tranquila soledad tuvo plena comunión con su Dios. Por eso, Dios estaba con él en su lucha.

José permaneció fiel. ¡Qué bueno fue Potifar y qué inquebrantable confianza depositó en él! ¿Era posible que José abusara de esta confianza? Pero Dios, para él, tenía mucha más importancia que Potifar. ¿Se atrevería a intentar algún mal contra Potifar? Lo peor de todo era que José pecaría contra Dios. Todos abandonaron a José; sólo Dios quedó a su lado.

Este asunto no era sólo entre él y Potifar, sino entre él y Dios. Habría pecado si hubiese escuchado a la mujer de Potifar, y habría pecado también contra Dios. Quería permanecer fiel a su Dios a toda costa. Pero la tentación persistió, y el diablo procuró seducirlo con todo lo que tenía a su alcance. ¿Qué era la mujer de Potifar, si no un instrumento en las manos de Satanás para hacer caer a José? José tenía que caer. Sus hermanos dijeron: “Veremos qué será de sus sueños” (Génesis 37:20). El espíritu con que hablaron era el espíritu del diablo, que siempre intenta impedir el cumplimiento de lo que Dios dijo. Entonces, halló un instrumento adecuado: esta mujer llegó por fin tan lejos con sus deseos que tomó la ropa del recto José. La única salida para él fue huir.

Quedamos sin palabras ante tal situación, no sólo al mirar el instrumento de tal perversidad, sino al maravillarnos ante la manera en que José fue guardado. Era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras. No era como el Señor, perfecto en todo, quien pudo decir: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). José tuvo que huir rápidamente; ésta era su única salvaguardia. Los hechos de José brillaron en el resplandor de la pureza y la castidad. Pero conocía su corazón y sabía que existía el riesgo de que la concupiscencia que había también en él se despertara si la prueba persistía, y que el pecado y la muerte fuesen las consecuencias (Santiago 1:15). Por eso, un momento de extravío hubiera sido funesto para él. La mujer seductora había tomado su ropa y pensaba así retenerlo en su poder. Sin embargo, José prefirió la vergüenza y la burla de los hombres a renegar de la voluntad de Dios y a estar manchado ante Él. La mujer podía apoderarse de su ropa, pero gracias a Dios, no de su honra.

¡Qué grande era José, como un hombre valiente en su huida! Caminaba con Dios. Un andar con Dios es un andar en la separación del mal, pero al mismo tiempo aprendemos a conocer nuestras flaquezas y debilidades. El andar en la luz nos hace descubrir cada vez mejor lo que somos, de tal modo que nos hace también darnos cuenta de la perversidad de nuestra vieja naturaleza. Debemos aprender a no confiar en nosotros y a buscar más nuestra fuerza en Dios. La oración: “no nos metas en tentación” (Mateo 6:13), es una oración que debería estar siempre más en nuestro corazón. Y si Dios permite que la tentación nos llegue, nuestra salvación está en la huida.

Con qué facilidad puede formarse en nosotros el pensamiento de que el mal se halla por todas partes alrededor de nosotros. También podemos pensar que la tentación no nos hará ningún daño. Cuando José estaba obligado a permanecer en la proximidad de este peligro, Dios lo guardó, pero al final pudo librarse únicamente huyendo. La historia de Holanda nos habla también de un hombre valiente que huyó, Federico Guillermo, el «gran elector» de Brandeburgo, un valeroso héroe. Siendo ya un mozo de quince años, bien desarrollado de cuerpo y espíritu, fue enviado por su padre a Holanda para su formación. Allí había una cultura, comerciantes e industriales en plena prosperidad, así como un gran tránsito interior a lo largo de muchos canales y caminos. Grandes buques traían a sus puertos los productos de todos los países. El estatúder Federico Enrique era el estratega más hábil de su tiempo. Entonces tenía que ver y aprender mucho para el futuro príncipe de Brandeburgo.

Pero también podía aprender el mal. En La Haya, un gran número de jóvenes afortunados derrochaban su dinero llevando una vida alegre y disoluta. Formaron una «asociación de amigos de medianoche», e invitaron igualmente al joven príncipe Federico Guillermo para participar en una de sus fiestas durante la cual procuraron inducirlo a la disolución. Pero cuando una noche se le presentó la tentación, el príncipe huyó y se fue inmediatamente de La Haya. Temió el poder de la seducción y desconfió de sí mismo.

La Palabra de Dios dice: “Huye también de las pasiones juveniles” (2 Timoteo 2:22), y otra vez de manera especial: “Huid de la fornicación” (1 Corintios 6:18). Dios, entonces, no nos pide que luchemos contra estos deseos, sino que huyamos de ellos. ¿A dónde debemos huir puesto que estos deseos los llevamos en nosotros mismos y en nuestros pensamientos? Debemos huir hacia el Señor Jesús.

Hagamos frente a la vergüenza y a la burla, que son enemistad contra Dios, y permanezcamos separados del mundo. ¡Huyamos del peligro, en el cual el enemigo nos tiende una trampa, peligro en los hechos, en las palabras, en las formas y en las ropas! Huyamos de esas expresiones deshonestas e impropias. Aunque el mundo nos considere como estrechos de miras y algunos de nuestros amigos nos den la espalda, no nos preocupemos; estamos en el camino de Dios. No nos dejemos influir por las opiniones de otros. En estos tiempos hay muchísimo mal moral en el mundo, mucha frivolidad. Basta mirar la manera de vestirse de muchos hoy día.

El mundo rechaza la “ropa decorosa, con pudor y modestia” (1 Timoteo 2:9-10; 1 Pedro 3:3-4). Sin embargo, muchos hijos de Dios siguen los caminos del mundo en estas cosas. Se arguye querer ser libres y no sujetarse a estrictas ordenanzas, pero se olvidan de que si no escuchan lo que la Palabra dice, no es otra cosa que desobedecer a Dios, y desobedecer a Dios es pecar contra Dios. ¿Desea usted pecar contra Dios?

No se necesita que el mal llegue a su extremo como en el caso de José, sino que en todas las cosas debemos escuchar la Palabra de Dios y decir «no» al mundo.

No menospreciemos el peligro que existe para nosotros, pues el pecado mora en nuestra carne. ¿No haríamos huir de nosotros todo aquello que nos incite a engendrar pasiones? ¿No temeríamos toda esa literatura que perjudicará nuestro espíritu? Desgraciadamente, se encuentran entre las familias de creyentes revistas y catálogos que no deberían hallarse; revistas que a veces contienen imágenes capaces de despertar los malos deseos. Pero, se dirá: «yo sólo tengo esta revista en casa a causa de las lindas fotografías en cuanto a la naturaleza; y lo que concierne al resto, no me interesa». O «lo único que me interesa es el arte, y no me dejo influenciar por imágenes dañinas». Pero no es así, no somos insensibles. El apóstol Pablo dijo: “Todas las cosas son puras para los puros”, pero continúa diciendo: “para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas” (Tito 1:15). En cuanto a nosotros que conocemos al Señor, también sabemos que llevamos esta contaminación en nosotros. Por lo tanto, debemos velar y huir de todo lo que pueda inducirnos al mal moral.

Sobre todo para ustedes, jóvenes creyentes, más vale perder todo que exponerse a los peligros de los cuales deberían huir.

Contado con los pecadores

Cuando José huyó, sus ropas habían quedado atrás. Sabía muy bien que dejar sus ropas así en las manos de una mujer, dispuesta a todo, podía traer serias consecuencias para él. No obstante, José huyó, porque deseaba permanecer fiel a su Dios. Prefería morir antes que desobedecer la voluntad de Dios. Y la mujer, que por sus deseos se convirtió en un instrumento en las manos de Satanás, no descansó hasta que hubiese culpado a José. A través de ella se manifestaron los deleites temporales del pecado, el engaño, la mentira y la violencia, y en esto sirvió perfectamente a su amo, el diablo. Ella es una figura del mundo, entregada completamente al servicio de Satanás en el rechazo de Cristo. Por eso, él es llamado “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31).

Por todas partes, el mundo rodea a los hijos de Dios y hace todo lo posible para ganarlos. Su fingido amor no es otra cosa que la fuerte corriente de un remolino de agua que arrastra hacia su centro todo lo que se pone a su alcance, aspirándolo irremediablemente. En realidad, el mundo aborrece a todos aquellos que rehúsan servirle, y cuando se ve rechazado y se huye de él, se gira violentamente contra ellos. No obstante, podemos escapar de “la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” únicamente huyendo (2 Pedro 1:4). Velemos, pues, contra los peligros del mundo (1 Juan 2:15-17).

José fue encarcelado con los presos del rey, como si hubiese sido un peligro para la autoridad y el pueblo. Fue “contado entre los que descienden al sepulcro” (Génesis 39:20; 40:15; Salmo 88:4). Fue considerado semejante a los peores criminales, sin permitir que ningún dolor le fuese escatimado. “Afligieron sus pies con grillos; en cárcel fue puesta su persona” (Salmo 105:18). Allí estaba en profundas tinieblas, con gran dolor lejos de sus amigos y conocidos. Estas tinieblas formaban parte de los caminos de Dios. Pero allí también estaba su Dios y, por la fe en el Fuerte de Jacob, aprendió a permanecer tranquilo y confiado. De este hombre tranquilo, rechazado y doliente dimanaba un poderoso testimonio.

Desde entonces, Dios podía estar con José y le consoló a través de su bondad, haciéndole hallar gracia en los ojos del jefe de la cárcel (Génesis 39:21). Este llegó a comprender que ninguno de los presos era como José y, cuando lo tomó para su servicio, depositó todas las cosas en sus manos. El jefe de la cárcel sabía que todos los otros presos eran culpables, pero, por la ilimitada confianza que le dio, dio testimonio de que este hombre era justo (v. 23).

Finalmente, hasta el capitán de la guardia puso su confianza en José (40:4). Cuando los dos siervos de Faraón pecaron contra su amo y fueron encarcelados, el capitán puso a José a guardarlos y cuidarlos (v. 3-4). Y Potifar era este jefe (compárese con 39:1, 4) ¿No era de él que “José halló gracia en sus ojos”? ¿Por qué no lo dejaba libre? Quería salvar el honor de su casa ante los hombres y no perder la amistad con el mundo.

Cuando José cuidaba a esos dos oficiales presos manifestó con ellos toda su bondad (v. 5-8). Al ver los sufrimientos de los otros, José mostró vivo interés por todos aquellos con los cuales Dios lo puso en contacto. Cuando esos presos estaban abatidos, se interesó por su miseria y preguntó cuál era la causa. Olvidando sus propios sufrimientos, abría su corazón a las necesidades de los demás.

Con mucha atención, quiso con perseverancia ayudarlos con el socorro de Dios. Se manifestó como un amigo de los que estaban en aflicción, aunque fueran presos. Así, fue contado por los hombres con los pecadores; se inclinó a las necesidades de esos presos. Con qué claridad resplandecía el afectuoso corazón de José en la oscura cárcel. Este afecto fue perfectamente manifestado en la persona de Cristo que, si bien fue despreciado y más tarde contado con los pecadores, se dedicó en esta tierra a todos los afligidos sin buscar recompensa. Tuvo gran interés en el destino de los culpables, y siempre su oído y su corazón estuvieron atentos para ellos. Más tarde trataremos este asunto. Ahora queremos insistir en el hecho de que, si José mostró tanto interés y afecto por las necesidades y temores de todos aquellos que Dios trajo para que tuviera contacto con ellos, nosotros, teniendo ante nuestros ojos el ejemplo de Aquel que fue tanto mayor que José, debemos esforzarnos en contribuir a las necesidades de los que nos rodean. Procuremos interesarnos en ellos, primeramente en las necesidades espirituales, pero no olvidemos tampoco las necesidades materiales y otras a nuestro alrededor. Estemos siempre preparados para tender una mano compasiva (Gálatas 6:9-10).

José, que fue llamado para servir en la cárcel, sirvió a todos aquellos que le fueron confiados. Su trabajo siempre lo consideró como un trabajo para Dios. Por eso, cualquiera que haya sido el trabajo, siempre lo realizó con la misma fidelidad, cuando servía a su padre, a Potifar o en la cárcel. En su trabajo en la cárcel, su camino siempre fue descendente, pero a medida que el camino se hacía cada vez más oscuro, crecía también la gloria. En poco tiempo José ganó la confianza de los dos oficiales presos de Faraón (Génesis 40:9, 16). Cuando se interesó por sus preocupaciones, le contaron sus sueños. José sabía que Dios podía revelar el contenido de los sueños, pero sabía también que Dios quería utilizarlo para ese fin (v. 8). A causa de su proximidad con Dios pudo tener esta convicción. Entonces les declaró el significado de los sueños, y después de tres días, el día del nacimiento de Faraón, para el copero fue olor de vida para vida, y para el panadero fue olor de muerte para muerte (v. 20-22; 2 Corintios 2:16).

Pero, al mismo tiempo, vemos en esta historia que José no era infalible. Sólo Cristo es el “autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2), y, por lo tanto, también nuestro Conductor. José era débil. Primero rogó a sus hermanos que fueran compasivos con él; luego, no comprendió el modo por el que Jacob bendijo a Manasés y a Efraín. Esto le causó disgusto. En este pasaje que nos ocupa, acudió al copero para que interviniera a favor de su libertad, intercediendo por él ante Faraón, y procuró obtener su compasión. “Acuérdate, pues, de mí cuando tengas ese bien, y te ruego que uses conmigo de misericordia”, dijo al copero (Génesis 42:21; 48:17; 40:14-15).

Pero José tuvo que aprender que la misericordia de los hombres es “como nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada, que se desvanece” (Oseas 6:4). El copero lo olvidó (Génesis 40:23). José esperó día tras día en vano, hasta que transcurrieron dos años. La liberación del copero fue en primer lugar como una estrella de esperanza en la oscura noche de la prueba. Pero la estrella fue una estrella fugaz que desapareció con la amarga desilusión cuando descubrió la falta de agradecimiento del hombre. Esta estrella podía desaparecer dejando atrás gran oscuridad, pero la Palabra de Dios quedó firme. “El dicho de Jehová le probó” (Salmo 105:19). Dios le había hablado, y la determinación de oír era firme de parte de Dios (Génesis 41:32). Esto permitió a José comprender lo que Dios tenía en vista para él a través de todas estas amargas decepciones, y aprendió a fortalecerse en Dios. Todos lo abandonaron, sólo Dios quedó con él. El Fuerte de Jacob podía liberarlo de la cárcel, y el «cómo», José lo dejó a Dios. Su futuro, su camino y su vida, los encomendó a las poderosas manos de Dios, las cuales estaban sobre sus débiles brazos y daban fuerza a su fe. Cuando el invisible enemigo lo quiso enfrentar y hacerle caer, diciendo: “¿Dónde está tu Dios?”, con su arco obtuvo la victoria para luego erigirse como vencedor y responder: “Salvación mía y Dios mío” (Salmo 42:10-11). El “dicho de Jehová lo probó” y José sometió todas las cosas a la voluntad de Dios. Y cuando su oración fue ¡hágase tu voluntad! Dios logró su propósito y su Palabra pudo cumplirse (Salmo 105:19). Los padecimientos de José llegaron a su fin y la gloria ya le estaba preparada.

José aprendió así, a través de amargas desilusiones, a perseverar y a confiar en Dios, para que cuando fuera llamado al trono, esperara tranquilamente nueve años a fin de reunirse nuevamente con su querido padre. El tiempo de Dios vino a ser su tiempo, los caminos de Dios sus caminos y la voluntad de Dios su voluntad.

Amados, ésta es una importante lección que Dios quiere enseñarnos. Por eso, a menudo debemos experimentar toda clase de sufrimientos y dificultades. A veces nos toca vivir amargas desilusiones. Sin embargo, si aprendemos esta lección, la prueba de nuestra fe será “hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:7). La prueba vale la pena a causa de su salida.