“No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor,
el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas,
y manifestará las intenciones de los corazones;
y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios.”
(1 Corintios 4:5)
Juzgamos fácilmente la utilidad de un obrero por los resultados aparentes de su trabajo, y cuando viene la época de la siega valoramos a los segadores como los únicos obreros que han trabajado en el campo.
El Señor no juzga de esa manera. Sabe quién aró la tierra y quien sembró la semilla en los días sombríos del otoño o en los días tempestuosos de la primavera. Cuando la siega es recogida y el grano colocado en el granero, Él recuerda la parte que cada uno tomó en el trabajo hecho para él en la tierra.
Así dijo a sus discípulos: “Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores” (Juan 4:37-38). Entonces, en el tiempo de la siega “el que siembra goce juntamente con el que siega” (4:36).
Aquellos que trabajan en el campo del Maestro no son más que siervos. “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores... Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” (1 Corintios 3:5-7). Y el apóstol agrega: “El que planta y el que riega son una misma cosa”. Trabajan para el mismo Maestro, guiados por el mismo Espíritu, sin tener envidia uno del otro, y teniendo un único deseo: la gloria del Señor.